«Un estrés para toda la vida»
La asociación ucraniana Djerelo atiende a niños con secuelas psicológicas por la guerra. La entidad lleva a cabo 27 proyectos sociales destinados a menores y adultos refugiados.
Han pasado dos años de aquel 24 de febrero de 2022. Aquella noche en vela pegados al teléfono y aquella mañana desconcertante en la que se encontraron protestando frente al consulado de Rusia en Barcelona contra la invasión de su país. Desde el primer minuto de la invasión rusa, la comunidad ucraniana afincada en Barcelona se ha desvivido para ayudar a sus compatriotas. Una labor que aún mantienen. «Estamos atendiendo a niños con secuelas psicológicas por lo que han visto», dice Olga Dzyuban, presidenta de la asociación ucraniana Djerelo, en un acto celebrado el viernes en la Delegación del Gobierno en Catalunya.
En los primeros días de la invasión, Dzyuban apenas dormía. Vivía prácticamente instalada en el consulado de Ucrania en Barcelona, coordinando la ayuda que Catalunya enviaba a su país y organizando los comités de acogida. Desde enfermos de cáncer hasta soldados heridos en la guerra, pasando por niños huérfanos. Una labor que aún hoy sigue desempeñando desde el silencio mediático. «Estamos coordinando un envío con camiones de aparatos de medicina y camas para operaciones que nos ha prestado el hospital de Can Ruti», cuenta.
En total, esta pequeña oenegé mantiene activos 27 proyectos sociales. «Hemos entregado 300 gafas gratuitas a niños y adultos refugiados, hemos conseguido abogados que ayudan a tramitar la documentación, les hemos ayudado a encontrar trabajo y en la escuela ucraniana hemos iniciado cursos de formación profesional».
«Hay niños y niñas que han visto cosas muy graves: matanzas, sangre, muertos...»
Problemas de adaptación
Pero ahora, lo que más le preocupa son las secuelas que están viendo los niños ucranianos que se han quedado a vivir a Catalunya. «Me llaman las escuelas porque tienen importantes problemas de adaptación: hay algunos que están depresivos, que sufren mucho. Y por eso hemos decidido desarrollar un proyecto de psicólogos gratuitos para los niños y las madres», cuenta Dzyuban. «Hay niños que han visto cosas muy graves: matanzas, sangre, muertos... Y sufren más que los mayores. Es un estrés para toda la vida y tendremos que trabajar mucho tiempo con ellos».
Quien tampoco ha perdido el vínculo con los compatriotas refugiados es Oksana Gollyak, una traductora ucraniana afincada en Barcelona que fue la encargada de coordinar el equipo de voluntarias que, entre otras, se encargaron de la primera acogida de los refugiados en los dispositivos que activó el Gobierno en Catalunya. «Éramos la primera cara que veían aquellas personas que acababan de dejar su vida atrás. Me acuerdo del primer avión que llegó, aquellas caras tristes, la gente llorando, asustados, y nuestro deseo de ayudarles», relata, consciente de que su tarea fue esencial. «Poderles dar la bienvenida en ucraniano era reconfortante. Encontraban algo suyo en esta tierra extraña, se tranquilizaban, era una forma de decirles que en España no estaban solos», sigue Gollyak.
«Había de todo: había niños, había mascotas... y no sabían qué iba a pasar con su vida, era una incertidumbre enorme», sigue. A día de hoy, hay refugiados que aún la necesitan. «Hay gente a la que sigo viendo a diario. Aquí están a salvo, no caen bombas, pero tienen otras dificultades. La barrera idiomática no ayuda para hacer todos los trámites», cuenta Gollyak. De hecho, lleva meses sin descansar de esta tarea voluntaria. «Cuando te sumerges en esta vorágine no te das cuenta, ahora me empiezo a sentir cansada emocionalmente. Pero no pienso cogerme vacaciones porque estas personas me necesitan», dice.
Esta traductora autónoma solía colaborar a menudo con el consulado ucraniano, al igual que con agencias de viajes. Cuando empezó la guerra, se puso a disposición del consulado para ayudar en todo lo necesario. «He tenido la suerte que en mi familia todos están bien, pero nos han llegado malas noticias de otras familias o gente que conozco», explica. Su madre vino a Barcelona a pasar las Navidades de 2022 y jamás regresó. Otros familiares viven en zona ocupada por los rusos. «Pero están bien, hablamos con ellos a diario».
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