La nueva Diagonal redescubre la Casa Planells
Muchos creen que Jujol es una «figura gigante que se come a cualquier arquitecto»
John Malkovich se quedó atónito al pasar por la Casa Planells al salir de la Sagrada Família
En Barcelona se ha practicado siempre un monoteísmo gaudiniano que raya el integrismo
El crecimiento de las aceras de la gran avenida permite disfrutar de una nueva perspectiva de esta finca residencial, que acaba de cumplir 100 años y que es obra del genial arquitecto Josep Maria Jujol. Se trata de un caso único del expresionismo arquitectónico alemán en Barcelona.
He aquí un (nunca tan bien dicho) monumental motivo para pasear por la nueva reurbanización de la Diagonal, la que ha venido de la mano de las obras del tranvía: la Casa Planells, de Josep Maria Jujol, el arquitecto que admiraba a Antoni Gaudí y (lo que a veces se olvida) viceversa, un genio inclasificable por el que el autor de la Casa Batlló y la Pedrera profesaba una verdadera devoción. Han crecido exponencialmente la aceras de la Diagonal entre el paseo de Sant Joan y la calle de Marina, de una anchura ridícula a caso siete metros y medio de comodidad, y se ha ganado así algo que a menudo es un bien escaso en Barcelona, perspectiva. Acaba de cumplir 100 años la Casa Planells y tal vez es hora ya de reivindicar esa finca residencial no como una obra más del modernismo catalán, sino como un caso único del expresionismo arquitectónico alemán en Barcelona, el llamado caligarismo cinematográfico hecho realidad. Solo por eso, el paseo ya merece la pena.
Se celebró en 2019 el Any Jujol porque se cumplían en esa fecha los 140 años de su nacimiento y los 70 de su fallecimiento. Fue una conmemoración en la que participaron 15 municipios, capitaneados por Sant Joan Despí, donde están algunas de sus más notables obras. Pero fue una cita cultural de la que, incomprensiblemente, se descolgó Barcelona, ciudad en la que se practica un monoteísmo gaudiniano que raya el integrismo.
Hipnotizados por Jujol
Es un todo sinsentido en opinión de todos cuantos han quedado hipnotizados por las obras de Jujol, porque en el gremio no son pocos los que, como Arturo Frediani, opinan que «es una figura gigante que se come a cualquier arquitecto, el segundo mejor, por delante de Josep Puig i Cadafalch y Lluís Domènech i Montaner, es Jujol». O, como planteó Diego Alberto Rodríguez Lozano en una tesis doctoral de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), en un gigante elogio a este edificio del 332 de la Diagonal: «¿cómo logra una casa así, anacrónica, construida con materiales pobres, asilada de cualquier movimiento de vanguardia, convertirse con el paso de los años en el único símbolo de modernidad de la ciudad durante el primer lustro de los años 20 e incluso ser emparentada por algunos con la arquitectura expresionista alemana?».
A veces se recuerda la anécdota porque él mismo, John Malkovich, la ha contado en más de una ocasión y, claro, como actor que es, ha cautivado a su público. Salía de visitar la Sagrada Família y al pasar por delante de la Casa Planells (que en realidad no está a más de dos calles de distancia y ni así recibe apenas visitas) cuando se quedó atónito. Fue un flechazo, porque desde entonces es, podría decirse, un predicador de la obra de Jujol.
El universo jujoliano, a poco que uno se sumerge en él, es insondable, y a ello se dedica desde hace pocos años la Cátedra Jujol de la Escuela Politécnica Superior de Edificación de Barcelona (UPC), que dirige la profesora Isabel Zaragoza, a explorar toda su profundidad. Un buen ejemplo es la asignatura que esta cátedra imparte en la ETSAB sobre arquitectura sostenible y arte reciclado, materia en la que el padre de la Casa Planells era genial. No en vano se le ha considerado un antecedente del arte povera italiano o, en otras ocasiones, el modernista de los menos adinerados, porque Gaudí trabajó para las grandes sagas catalanas y Jujol, en cambio, para gentes que hacían un enorme esfuerzo al contratar sus servicios, como Pere Negre, el heredero de una masía de Sant Joan Despí que se comprometió a pagarle las obras de reforma de su finca con los beneficios anuales de sus cosechas de vino, de modo que cada parte de los trabajos, que duraron tres lustros, tiene un sello con su añada.
Pero esas etiquetas, arte povera o modernista atípico, son insuficientes para encasillar la Casa Planells, empresario de la construcción y compañero de excursiones de Jujol, que compró un solar en la esquina de Sicília con la Diagonal cuando esa avenida, más allá de la calle de Roger de Llúria, era entonces un espacio por definir. A su manera, aquella finca, que ni Evelí Planells ni Jujol pudieron terminar porque al primero no le alcanzó el presupuesto disponible, fue en su día un hito que señalaba, entre campos de cultivo y solares yermos, dónde estaba la Diagonal. Si hoy se pasea por ese tramo recién reurbanizado, merece la pena ponerse de espaldas a Fort Pienc y viajar con la imaginación a 1924, cuando a la derecha se intuía la silueta de la Sagrada Família tal y como Gaudí la estaba construyendo y a la izquierda, a solo 250 metros, Jujol dejaba en herencia a la ciudad esta gran obra.
Nada más comenzar el siglo XX, el modernismo más reconocible de la ciudad ya estaba en pie. Es decir, cuando durante la Primera Guerra Mundial Barcelona se convirtió en el refugio de las familias europeas que se lo podían permitir, la Manzana de la Discordia, la Casa Milà y la Casa de les Punxes, por citar tres ejemplos, ya caracterizaban a esta ciudad. Terminada la Gran Guerra, iban a suceder cosas arquitectónicamente realmente chocantes, como que con solo un año de diferencia se tendiera en la calle del Bisbe un impostadísimo puente gótico que todo el mundo retrata como si fuera una antigüedad (es de 1928) y en 1929 los barceloneses tuvieran la oportunidad de asomarse al futuro gracias al pabellón que en Montjuïc levantó Mies van der Rohe. En ese contexto de todo vale, Jujol consiguió ser lo que en él era habitual, un caso aparte. ■