El Periódico - Castellano

Golpe Franco

Cuando el árbitro de anoche echó del campo a Xavi, obligado además a estar digamos que a oscuras en el vestuario, sin poder dirigirse a sus futbolista­s, ni verlos, me acordé de esa anécdota del ilustre ciego.

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Durante años Jorge Luis Borges, el ilustre escritor argentino al que la ceguera no lo retiró de la literatura, sino al contrario: se la puso como asunto del alma, trabajó ante una pared sin ventanas.

No las necesitaba­n sus ojos quietos, que disfrutaba­n tan solo de ligeras visiones, entre las cuales (me confesó una vez) estaban las vidrieras del Hotel Palace de Madrid. Allí lo llevé un día, porque me pidió ese destino, y luego me explicó que era allí donde único podía destacar, en su mirada quieta, el color amarillo. Allí estuvo, charlando ante la cúpula del hotel. Y allá, en su cuarto de trabajo, en una biblioteca de Buenos Aires, están todavía sus recuerdos, sus útiles de trabajo, y aquella pared a la que él miraba mientras hacía su trabajo de funcionari­o cultural y, de vez en cuando, escribía los poemas que lo convirtier­on en un genio.

De pronto, cuando el árbitro de anoche echó del campo a Xavi Hernández, obligado además a estar digamos que a oscuras en el vestuario, sin poder dirigirse a sus mos tiempos. Las estadístic­as dicen, además, que jamás el Barça había tenido tantos muchachos, de su cantera, en el campo de juego.

Unos y otros, los veteranos y los chicos, fueron acompañado­s, en su plantilla y en la contraria, con jugadores que habían estado en uno y en otro contendien­te, de modo que ni Griezmann o Memphis ni João Félix, por ejemplo, tendrían interés alguno en fabricarse nostalgias que los intimidara­n. Al contrario.

Pues así, sin entrenador que los viera o aleccionar­a, en el caso del Barça, estos futbolista­s que nacieron hace nada, y otros muchos más veteranos, hicieron olvidar por un rato al propio Xavi y a otros de su quinta, que podría llamarse la Quinta de Messi, y constituye­ron su quinta propia, a la que yo, si me lo permiten, la llamaría ahora, en honor a esa pared ciega en la que penó el entrenador durante casi todo el partido, la Quinta de Borges. Y, si fuera posible, me encantaría que un día salieran al cambio con el Aleph en la mano. Borges da suerte. Lo juro.

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