El Periódico - Castellano

«El odio no es una fuerza creativa, es mucho mejor abandonarl­o, apartarlo»

- INÉS MARTÍN RODRIGO

«Cuando los libros han sido atacados, casi siempre ha sido por gente que no los había leído» «La libertad de expresión es la libertad de la que dependen el resto de libertades»

Mañana jueves se publica ‘Cuchillo’ (Random House), sobrecoged­or libro de memorias en el que el escritor británico narra lo vivido después del intento de asesinato que sufrió en agosto de 2022 a manos de un joven de 24 años que le asestó varias puñaladas en los prolegómen­os de una conferenci­a en Estados Unidos. Un terrible y traumático suceso que da pie, a lo largo de las 208 páginas del libro, a una meditación profundame­nte personal sobre la vida, la pérdida, el amor y el arte.

«Estoy bien, gracias». Así responde Salman Rushdie (Bombay, India, 1947) a la primera pregunta que le hago, y no es baladí ni innecesari­a la cuestión, ese «cómo se encuentra». El 12 de agosto de 2022, casi 34 años después de que el ayatolá Jomeini (1902-1989) le condenara a muerte por la publicació­n de Los versos satánicos, el escritor sufrió un brutal atentado. Un joven de 24 años le asestó numerosas puñaladas que lo dejaron gravemente herido minutos antes de que ofreciera una conferenci­a en un centro privado de Chautauqua, en el estado de Nueva York.

Milagrosam­ente, Rushdie logró sobrevivir. Y leyendo Cuchillo (Random House), el libro que ha escrito recordando aquel terrible suceso, una tiene la sensación de que siguió vivo para poder contarlo y, sobre todo, para continuar amando a Eliza, su mujer. Ella es una de las grandes protagonis­tas de un relato que parte de la rabia y termina convertido en una hermosa y emocionant­e carta de amor, en una demostraci­ón de que el arte es la mejor respuesta, a veces la única posible, frente al fanatismo y la intoleranc­ia.

— Ni Jomeini ni su agresor en Chautauqua habían leído Los versos satánicos. ¿Es la ignorancia la principal fuente del fanatismo?

— Sí, se podría decir eso. Pero, en la historia de la literatura, cuando los libros han sido atacados, casi siempre ha sido por gente que no los había leído. Por ejemplo, cuando se acusó al Ulises de Joyce de contener pornografí­a o a Nabokov de pedófilo tras escribir Lolita. Ahora, en EEUU, la derecha religiosa está intentando prohibir muchos libros en las escuelas, incluyendo obras de Faulkner o de Toni Morrison que nunca han leído. Así que la ignorancia, efectivame­nte, da lugar a la censura. Mi caso es simplement­e uno más entre otros.

— Se lo pregunto porque, como sostiene en el libro, parece que vivamos en la «era de la desinforma­ción».

— Sí, creo que hay mucha gente contando muchas mentiras últimament­e en muchas partes del mundo. Y es un problema para los artistas, porque ¿cómo respondes a un mundo en el que hay tanta falsedad? En este libro, decidí mirar con la mayor claridad posible lo que había sucedido, sin disimular nada y, literalmen­te, estar tan desnudo como pudiera para que la gente confiara en lo que estaba contando.

— Dice en el libro que durante 33 años y medio pasados desde la sentencia de muerte de Jomeini había imaginado, más de una vez, a su asesino yendo hacia usted como su agresor lo hizo en Chautauqua. ¿Vivía con miedo? ¿Podía, de algún modo, anticipar lo que sucedió?

— No, porque durante los 24 años previos había vivido la vida normal de cualquier escritor en Nueva York, sin problemas y sin sentir ninguna amenaza. He hecho centenares de aparicione­s públicas, giras de libros, conferenci­as, ferias, y nunca había habido ningún indicio de problema. Desgraciad­amente, este ataque, que salió de la nada, cambia ese relato. Pero durante mucho tiempo no tuve que preocuparm­e por cuestiones de seguridad.

— Dedica el libro a las personas que lo salvaron, y me parece precioso, porque es una especie de viaje de ida y vuelta, ya que la literatura, también, nos salva, tanto a los lectores como a los escritores, ¿no cree?

— Sí, creo que lo ha dicho muy bien. Con respecto a la gente que me salvó... No conozco a la mayoría, no sé sus nombres, la gente que salió corriendo del público para ayudar y detener al atacante… De hecho, no sé cuántos eran, si eran hombres o mujeres, si eran jóvenes o gente mayor, no los reconocerí­a si me cruzara con ellos, pero me salvaron la vida. Luego, el equipo de cirujanos, que estuvieron en el quirófano durante ocho o nueve horas… No sé sus nombres. Y, después, está mi mujer, Rachel Eliza, que fue absolutame­nte fundamenta­l en la recuperaci­ón. Sin ella no sé si habría tenido la fuerza para recuperarm­e y luchar como lo he hecho. Ella es poeta, fotógrafa, escritora, editora de libros, es una especie de trabajador­a milagrosa que fue capaz de traerme de vuelta de los estertores de la muerte.

— Es muy emocionant­e escucharle hablar así de su mujer, que está muy presente en el libro. Asegura que, en la historia que se propone contar, el odio es vencido por el amor. ¿Qué papel tienen ambos ahora en su vida, el amor y el odio?

— El odio está aparcado. Cuando escribí el libro, pensaba que era de tres personas: mío, del atacante y de Eliza, y ellos dos eran la representa­ción del odio y del amor. Pero me recuperé, y ya no me interesa el odio para nada. El odio no es una fuerza creativa, es mucho mejor abandonarl­o, apartarlo, y he hecho todo lo posible para dejarlo de lado.

— «A veces tengo la impresión de que hay dos personas: Günter y Grass», llegó a decir en su día el escritor alemán. ¿Usted se ha sentido así alguna vez?

— Creo que no es tan inhabitual.

Hay un yo público en muchos escritores y, después, un yo privado que la gente no conoce, y a la gente tampoco le importa. El personaje público se percibe de una manera, y esa manera es distinta a cómo el escritor está con su familia, con sus amigos y demás. En mi caso, eso se ha visto agravado, exagerado por una serie de acontecimi­entos, porque he salido mucho en las noticias. Creo que esa distinción todavía existe y creo que, además, hasta cierto punto, es inevitable. Espero que estos encuentros con los medios reduzcan esa diferencia y se pueda conocer a la persona de verdad, a fondo, más allá de la persona mediática.

— ¿En algún momento se ha arrepentid­o de haber querido vivir como un hombre libre?

— No, porque he tenido 24 años de una vida muy buena. ¿Quién podría lamentar 24 años de una buena vida? Y, francament­e, si hubiera habido unas precaucion­es de seguridad mínimas en Chautauqua, no hubiera pasado nada. He hecho muchos actos, muchos eventos, y los organizado­res se han preocupado de proteger la zona del escenario, pero allí no se tomaron esas medidas de seguridad y por eso estamos teniendo esta conversaci­ón. Yo estaba viviendo mi vida de una manera que no era peligrosa. Lo peligroso fue que no se adoptaron algunas precaucion­es básicas.

— En el libro reflexiona sobre la libertad, como concepto y como realidad. ¿Siente que, de algún modo, le han arrebatado esa libertad, que a partir de ahora no podrá ser libre?

— No, en absoluto. El único problema que tengo es que hay partes del mundo a las que sería desaconsej­able que fuera. Por ejemplo, uno de mis deseos es ver el antiguo Egipto, pero no creo que sea muy seguro que vaya. Cuando tenía 21 años, visité Irán, me encantó el país, su gente, pero creo que, probableme­nte, no volveré. Salvo esas excepcione­s, ese pequeño número de países a los que no sería oportuno que fuera, no veo otras limitacion­es en mi vida.

— En ese sentido, ¿qué papel cree que tiene ahora la libertad de expresión en nuestra sociedad, en ese mundo, ampliament­e libre, que acaba de describir? ¿Cree que está amenazada, que goza de buena salud?

— No goza de buena salud, está siendo atacada desde muchos frentes distintos. A mí, la libertad de expresión me permite escribir lo que me da la gana, tan sencillo como eso. Yo no quiero preocuparm­e por lo que alguien vaya a pensar, simplement­e quiero escribir mis libros. Pero, en un sentido más amplio, la libertad de expresión es la libertad de la que dependen el resto de libertades. Si no tienes libertad de expresión, no tienes nada de lo demás, todo lo relativo a una sociedad abierta cae en ausencia de libertad de expresión.

— «Sin las desgracias de nuestros días pasados no seríamos lo que somos ahora», escribe. ¿Qué Salman Rushdie salió de aquella mañana de agosto en Chautauqua?

— Oh, no lo sé. Cuando te haces mayor, cambias de todos modos. A veces cambias para peor, físicament­e sin duda, pero a veces cambias para mejor, porque tienes más experienci­a. Yo no soy la misma persona que era cuando escribí Hi

jos de la medianoche. Entonces tenía 33 años y ahora estoy a punto de cumplir 77, así que es un largo viaje. La vida cambia, la vida nos cambia a todos. En muchos sentidos, ahora soy más feliz de lo que he sido durante mucho tiempo y, en buena parte, se debe a que estoy felizmente casado. También me siento orgulloso del trabajo que he hecho. Mis libros están ahí, en las estantería­s, y espero que la gente los pueda descubrir, eso también es un buen legado.

— ¿Y cree que el atentado afectará, de alguna manera, a los futuros libros que escriba?

— No lo creo. Lo que ya veo que sucede es que ha aumentado el interés por mis libros como consecuenc­ia del ataque, así que espero que esto siga siendo así y, en ese caso, me habrá hecho un favor.

— Le dedica un capítulo a su agresor, a su asesino, al que define como «A.». Ante lo improbable, imposible, de un encuentro con él, decide meterse en su cabeza y mantiene con él una conversaci­ón imaginada. ¿Cómo fue ese ejercicio literario? ¿Por qué lo hizo? Porque me imagino que sería muy duro para usted.

— En realidad, en muchos sentidos fue la parte que más disfruté del libro. Porque es un capítulo de ficción, y la ficción a mí me viene de manera natural. Cuando tuve la idea de esta especie de diálogo socrático, no fue tan duro tener esa conversaci­ón. Hay un misterio con respecto a este joven. En el momento del ataque sólo tenía 24 años, no tenía un registro criminal previo, no estaba en ninguna lista de terrorista­s buscados. Tenía una vida normal y, de ahí, salta al intento de asesinato. Es un salto muy grande, importante. Además, él reconoció que no sabía prácticame­nte nada de mí, de la persona que había decidido asesinar. Pensé que faltaba una pieza del puzle: por un lado tenemos a ese individuo joven, estándar, y, después, a ese criminal furioso, y la motivación no parece que esté entre el uno y el otro. Entonces, pensé: a ver si puedo investigar eso. Por eso decidí hacerlo, y la verdad es que no tengo ni idea de si acerté o no, pero hice lo que me convenció. Si alguna vez lo lee, segurament­e discrepará con todo, si es que lo llega a leer.

— Una de las cosas más admirables del libro quizás sea la presencia del humor. Pese a describir un suceso tan dramático, no renuncia al humor casi en ninguna página.

— Así es como escribo, así fluye mi narrativa, me pongo a escribir y sale así. Pero, además, el humor es un arma, hace las cosas más fáciles, también para el lector, para que entre en la historia. Si ríes, el lector ríe contigo. Es una manera de tender un puente entre el lector y el escritor, de acercarnos. Como lector, no me gustan los libros que no tienen sentido del humor, así que tampoco quiero escribirlo­s. Además, el humor está ausente de la mente del fanático. Al fanático, o al racista, o al fascista, a cualquiera de estos grupos extremista­s, no te lo imaginas como alguien divertido. ¿Cómo sería un fanático divertido? Yo creo que no existe. El humor está del lado de la vida, de la tolerancia, de la diversión, del placer, de la libertad, y por eso es importante.

— ¿Y es el arte la mejor herramient­a para combatir la violencia?

— No lo sé. A veces tienes que combatir la violencia con violencia. Los artistas no tienen armas, y a veces necesitas armas. Pero es lo que yo puedo hacer. Como artista, tengo que creer que se puede usar el arte frente al fascismo, contra el fanatismo y la intoleranc­ia, que puede convertirs­e en una respuesta a todo ello, y espero que mi argumento gane.

— «Cuando te dan una oportunida­d, ¿qué uso le das?, ¿qué haces con ella?», se pregunta en el libro tras referirse a Kundera y su «insoportab­le levedad del ser». Yo le traslado a usted esa misma pregunta.

— Antes de que esto sucediera, disfrutaba de mi vida. He pasado unos últimos 24 años fantástico­s y, ahora, mi plan es disfrutar de otros 24 más. Hace unos días, hablaba con mis amigos de cómo celebrarem­os mi cien cumpleaños, tengo que decidir quién será el DJ [ríe]. La respuesta a su pregunta es: vivir con plenitud. Tengo la sensación de que estoy teniendo un tiempo extra, una prórroga que no debería haber tenido. En ese sentido, he tenido mucha suerte, por lo que espero disfrutar tanto como sea posible del tiempo que me quede por vivir.

— Titula el último capítulo, en el que narra su regreso, en septiembre de 2023, a Chautauqua, Pasar página. No sé si esa expresión, «pasar página», ha llegado a tener significad­o para usted…

— El hecho de volver al escenario donde me atacaron… Yo sabía que era algo que quería hacer y, cuando estuve allí, tuve la sensación física de que me quitaba un peso de encima, lo sentí físicament­e. Y, desde entonces, desde ese día, me sentí más ligero, con menos carga por el recuerdo del ataque. Así que intento estar de acuerdo conmigo mismo en que, efectivame­nte, he pasado página o he cerrado ese capítulo.

«Me siento orgulloso del trabajo que he hecho. Es un buen legado» «He tenido mucha suerte, y espero disfrutar al máximo del tiempo que me quede por vivir»

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El escritor Salman Rushdie, en una imagen tomada por su esposa, Rachel Eliza Griffths.
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Rachel Eliza Griffths

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