El asombroso camino del Girona hasta la Champions
Con apenas cuatro años en Primera (subió en 2017, bajó en 2019; volvió a subir en 2022) ya está en la aristocracia del fútbol europeo, superando todas las previsiones. Ha ido todo tan rápido que su estadio no soporta su nueva dimensión deportiva porque la UEFA no permite gradas supletorias.
Nada es casual. Era (y es) un club antiguo, con historia, pero poco peso. Poco en su ciudad, el fútbol fue importante en Girona, pero no lo más importante, y menos a finales del siglo pasado, eclipsado como estaba por el baloncesto. Poco en Catalunya. Y menos aún en España. Ahora, en cambio, el equipo de Míchel llega por la puerta grande a la zona más exclusiva de Europa: la Champions, cuyo himno ya sonó en su estadio tras vapulear al Barça de Xavi (4-2).
Fundado en 1930 y sin casa propia desde 1984 -Montilivi era suyo pero lo debió vender por las deudas al ayuntamiento-, el club transitaba hacia arenas movedizas cuando se movía por la Segunda B, amenazado por gravísimos problemas económicos.
Arrastrado, además, a un concurso de acreedores por el juzgado mercantil de la ciudad que le asomaba al precipicio de la desaparición. Tampoco hace tanto. Sucedía en aquel verano de 2013 en que el Girona SAD era incapaz de asumir los 2,3 millones que debía pagar entonces a la Agencia Tributaria.
Tres dueños
Ahora, en Montilivi, habita un club que ha construido un proyecto deportivo a la velocidad de la luz. En tiempo récord ha quemado etapas que eran inalcanzables. Parecían utópicas. Apenas cuatro años en Primera (subió en 2017, bajó en 2019; volvió a subir en 2022) y ya es equipo de Champions, superando todas las previsiones para una entidad que resume ahora la esencia del fútbol moderno.
Tiene tres dueños: el 47,9% pertenece al City Football Group, que lidera Ferran Soriano desde Manchester, el 35% a Marcelo Clauré, un empresario boliviano que estuvo en la creación y fundación del Inter Miami, y Pere Guardiola, que posee ahora el 15,9% quedando el 1,2% restante en manos de pequeños accionistas.
El Girona va tan rápido que deja desfasada cualquier previsión, al punto de que su estadio, construido en 1970 y descuidado durante décadas porque el fútbol no interesaba a nadie en la ciudad, con apenas 2.000 o 3.000 espectadores en sus viejas gradas, no resiste su descomunal crecimiento.
No soporta su nueva dimensión deportiva -la UEFA no permite gradas supletorias, por lo que el aforo actual de 14.624 espectadores se verá drásticamente reducido- ni tampoco puede digerir el impacto social que ha provocado. El club tiene 13.000 socios y 9.700 abonados -cifra también récordque no tendrán, por lo tanto, cabida en su casa en la próxima Liga de Campeones.
Todo ha ido tan y tan deprisa como hace el equipo de Míchel viajar el balón por el césped. Por historia (apenas tiene) no tendría que estar ahí. Ni por dinero. Es, con 59,6 millones, uno de los presupuestos más bajos de Primera equiparable, por ejemplo, al de Mallorca (59,4) y Getafe
(59,2). Por seguimiento social, tampoco. Hay 19 equipos en la Liga que tienen mayor números de socios que el Girona. Y Montilivi es el hogar más pequeño del campeonato, pero el fútbol que se ha visto lo ha llevado hasta la élite europea.
Va mucho más allá porque su juego, moderno, sofisticado y atrevido (lleva 73 goles, tres más que el Barça y solo uno menos que el Madrid) ha ido quebrando desafíos que le iba trasladando su entrenador. Al inicio, Míchel pidió evitar el descenso. Prueba más que superada a mitad de temporada. Al acabar la primera vuelta, el Girona era segundo, con 48 puntos, los mismos que el entonces líder (Madrid). Luego, el técnico reclamó superar el registro de 51 puntos obtenido por el Girona de Machín (temporada 2017-18) cuando terminó en 10º lugar. Lo hicieron los jugadores en la jornada 21 (con 17 aún en juego) sumando 52 puntos. Después, fijó el entrenador la mirada en Europa. Objetivo liquidado tras ganar al Cádiz en Montilivi (4-1) cuando quedaban seis jornadas. Ahora, la Champions premia a un equipo que se recita casi de memoria con Gazzaniga en la portería, escoltado en la defensa por Eric García/Yan Couto, David López, Blind, Miguel, teniendo a Aleix García,
Iván Martín y Yangel Herrera sus referentes en el centro del campo fiando su producción defensiva a Tsygankov, Dovbyk y Savinho.
Un equipo que sintetiza, al mismo tiempo, la coherencia del proyecto construido por Quique Cárcel, el director deportivo, que lleva en Montilivi desde 2014. Un proyecto low cost porque invirtió este verano 22,25 millones en cinco fichajes (Dovbyk, Solís, Yangel Herrera, Iván Martín y Portu) reuniendo talento a coste cero en otros cinco jugadores más: Blind, Gazzaniga y los tres cedidos (Savinho, Eric García y Pablo Torre).
Cárcel, el hilo conductor
El Girona, además, supo vender a Santi Bueno (Wolverhampton), Oriol Romeu (Barça) y Ramon Terrats (Villarreal) por 17,9 millones además de perder a Taty Castellanos, su máximo goleador del pasado curso, con 14 tantos, porque el New York City lo vendió al Lazio.
O sea, Cárcel, el hilo conductor que ha tejido en la última década una de las mayores revoluciones del fútbol español, comparable a la gesta del Villarreal o del SúperDepor de Lendoiro, hizo números y este Girona, que ha dignificado el trabajo metódico y riguroso de Míchel, le sale por 4,3 millones.
Así se ha construido el equipo que ingresará la próxima temporada en la aristocracia del fútbol europeo. Una mirada empresarial y paciente -sostuvo «la propiedad», como se conoce en Montilivi a los dueños, al técnico cuando estaba más cerca del descenso a Primera RFEF- junto al sentido común carceliano para encontrar joyas perdidas en el camino.
Joyas jóvenes como Savinho (cedido por el City), erigido en una de las sensaciones de la Liga, o desconocidas tipo Dovbyk (20 goles), pichichi del campeonato que solo costó 7,75 millones, fusionado todo en la capital figura de Míchel. El técnico que colocó al Girona en el centro, como él mismo ha reconocido, «del mapa mundial».
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