El Periódico - Castellano

Monica Dickens, la escritora que prefirió el trabajo al privilegio

-

Harta de su previsible mundo, la bisnieta de Charles Dickens salió en busca de un empleo como cocinera, sirvió en casas ajenas y publicó una primera novela a principios de los años 40 que se convirtió en un ‘bestseller’ y en la que, por encima de todo, se reía de sí misma y los de su clase.

La llamaban Monty. Su padre era nieto de un escritor famoso. Ese escritor era tan famoso que prácticame­nte había conquistad­o el mundo. De hecho, fue el primer escritor que ofreció shows que no consistían en otra cosa que hablar de sí mismo. Lo que hacía ese escritor famoso en esos shows era leer parte de lo que había escrito, y contar todo tipo de cosas sobre lo que hacía cuando no estaba escribiend­o. Era carismátic­o, divertido. Su nombre era Charles Dickens. Cuando viajaba, lo hacía con retratos –¡cuadros, por supuesto, no existía la fotografía!– de sus hijos. Es decir, con cuadros en los que aparecía el abuelo de Monty. Monty es Monica Dickens, la bisnieta del famoso escritor, y adivinen, publicó en vida 30 novelas y ¿acaso se sabe algo de ella?

No. Y se dirán que tal vez sea porque esas novelas no estaban a la altura de las de su abuelo. Pero yo les diré que al menos aquella de la que me dispongo a hablarles hoy lo estaba. Tenía su sentido del humor, su picardía, y, su ambición, y la tenía en su justa medida, puesto que era una ambición que, en el fondo, se reía de la idea misma de ambición. Y sí, lo social también está presente, pero lo está de una forma inversa a la que lo estuvo en la obra de su abuelo. Porque aquí, la afortunada era ella. Pero ¿saben qué? El privilegio no le gustaba. Le parecía injusto y ridículo. Así que lo abandonó primero, y luego se dedicó a escribir lo que ocurrió cuando lo hizo. La novela de la que me dispongo a hablarles es además su primera novela, y se titula Un par de manos (Alba).

El subtítulo tal vez les dé una pista de lo que Monica Dickens huía, o más bien, de aquello a lo que se lanzó para escapar de su vida aburrida y triste, sin sentido: Doncella y cocinera en la Inglaterra de los años 30. «Seguro –pensé– que la vida es algo más que ir a fiestas en las que no me divierto con gente que ni siquiera me cae bien. Qué existencia tan absurda esta de dejarse llevar con la esperanza de que ocurra algo que alivie la monotonía. Tengo que hacer algo que me saque de este hoyo». La que habla es la narradora, y la narradora es, por supuesto, la propia Monica Dickens, a la que, por cierto, expulsaron del prestigios­a escuela St Paul’s para chicas después de que lanzara su uniforme al Támesis antes de ser presentada como «debutante» en una suerte de humillante rito de paso.

Convencida de que la vida podía ser más, mucho más, que aquello que los demás habían decidido que debía ser, Dickens lo dejó todo para servir en casas ajenas. No se propuso servir en primer lugar, pues lo que quería era un trabajo, es decir, libertad. Piensen en la época, y en la situación de la mujer entonces, y piensen en la situación de alguien de su clase. Dickens veía el trabajo como algo que hacía por y para ella misma. Aventuras. Un día no repetido. Algún tipo de sentido. ¿Que cómo acabó sirviendo? Oh, primero intentó ser actriz, pero se supo pésima al instante, y lo dejó, pues no le divirtió lo más mínimo. También trató de ser modista, pero lo descartó enseguida porque «siempre me había parecido el recurso de las chicas de buena familia».

Le gustaba la cocina, así que decidió que se ofrecería como cocinera. Cuando lo dijo en casa, se rieron. La cocinera se rió de ella. ¿Cocinar? ¿Acaso creía que era pan comido? La manera en que Dickens se ríe de sí misma en Un par de manos tiene, mucho, de prehistóri­co experiment­o gonzo, algo que no olvidemos, en esa época estaba de moda, sobre todo, entre las mujeres. Desde que Nellie Bly –allá por 1889– dio la vuelta al mundo en 72 días –y lo contó–, ese pariente cercano del nuevo periodismo de los 70 de un siglo más tarde, fue, sobre todo, cosa de mujeres. Pero lo que hizo Dickens aunó, en su clara non fiction novel, la experienci­a directa con aquello que Hunter S. Thompson y el resto se vanagloria­ron de haber inventado después, es decir, una forma puramente literaria.

Cuando publicó Un par de manos, Monica Dickens tenía 24 años. Había nacido, por cierto, un 10 de mayo, así que hace tan sólo un par de días habría cumplido años. Murió, dickensian­amente, el día de Navidad de 1992. No dejó jamás de escribir. Su novela 31 se publicó de forma póstuma en 1993. Y se lanzó a la aventura en al menos otra ocasión. Fue enfermera durante la Segunda Guerra Mundial, y, a la vuelta, escribió sobre ello. Su voz parece para entonces un brillante cruce entre Rachel Cusk y Kurt Vonnegut. «Leí Adiós a las armas», dice, «y aquí estoy, aunque ésta es otra guerra y parece que nada de eso –enamorarse perdidamen­te de un soldado herido– pueda llegar a pasarme». Y sin embargo, consiguió lo que quería. Pasárselo en grande. Y cambiar su mundo, y de paso, el nuestro. Su bisabuelo hubiese estado muy orgulloso de ella.

Fue enfermera en la Segunda Guerra Mundial, y, a la vuelta, escribió sobre ello. Su voz parece un brillante cruce entre Rachel Cusk y Kurt Vonnegut

 ?? Sara Martínez ??
Sara Martínez
 ?? ?? Laura Fernández
Laura Fernández

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain