El Periódico - Castellano

Un culto vivo 10 años después

El repertorio del legendario Lou Reed inspira un sustancios­o álbum de homenaje en el que Keith Richards lleva a su terreno ‘I’m waiting for the man’, junto a otras adaptacion­es. Varios ‘The power of the heart’

- Light In The Attic Rock

Lou Reed nos dejó hace ya algo más de 10 años (el 27 de octubre de 2013) y su estela sigue motivando a artistas de distintos ámbitos y generacion­es. Tal vez no tanto como en los años 80 o 90, cuando el rock ocupaba un espacio más céntrico y las nuevas corrientes se postraban ante la leyenda velvet, pero a su mausoleo no le faltan los visitantes. Ahí está la docena de voces que desfilan por este tribute album coordinado por el productor Bill Bentley, que fue su amigo y publicista y que ha firmado discos en memoria de Roky Erickson, Skip Spence y Doug Sahm.

Ya sabemos que ninguna de estas versiones suplantará jamás a los originales, pero dan a esas canciones una especie de extensión vital en formas cambiantes, encajando las partituras originales con el talante de cada uno de los implicados. Adaptacion­es que, una a una, encierran un mundo, como ese I’m waiting for the man en el que vislumbram­os a Keith Richards cantando a los 80, con su narrativa voz raposa, a su yo de otro tiempo, esperando su dosis en una esquina de Harlem.

Entre los veteranos de este elenco hay registros particular­mente suculentos, como el de Rickie Lee Jones en un Walk on the wild side que mira a Nueva Orleans en una atmósfera sostenida por el piano y la percusión. La serenidad acogedora de Mary Gauthier en Coney Island baby y el tenue groove con metales jazz-funk en el que bucea Bobby Rush en Sally can’t dance. Y la cavilación en torno al romanticis­mo que Lucinda Williams hace suya en Legendary hearts. También de esa época, los 80, resurge la rocanroler­a I love you, Suzanne, una canción que en su día hizo posible ver a Lou Reed marcándose, por amor, un audaz bailoteo en el vídeo correspond­iente (hay que ver lo que llegaron a hacer el ganso en aquel tiempo algunos mitos muy serios del rock), y que aquí The Afghan

Whigs convierten en artefacto sentido (y un poco espeso).

También está Perfect day, con un Rufus Wainwright exquisito, pero se trata de una selección que no atiende al grandes éxitos y que pone luz en piezas generalmen­te poco citadas. Ya está bien. Ninguna de New York (1989), pero sí una, la espectral Magician, de su también álgido sucesor, Magic and loss (1992), delicadame­nte revisada por Rosanne Cash.

La mayor rareza

En I’m so free, Joan Jett refresca su vocación glam-rock, y las generacion­es más jóvenes se manifiesta­n a través de Angel Olsen y Maxim Ludwig en un impetuoso I can’t stand it, el asalto de Automatic a New sensations, con fondo de funk robótico, y la mayor rareza de todas, The power of the heart, pieza que Reed no llegó a publicar (la grabó Peter Gabriel), aquí en la voz de Brogan Bentley, hijo del productor. Punto final de un homenaje que el mundo no necesitaba, pero que puede ser paladeado por los admiradore­s del poeta del rock.

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Ferran Sendra Lou Reed, en Barcelona en 2010.
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