El Periódico - Castellano

Basado en un crimen real

- Olga Merino es periodista y escritora

La miniserie El caso Asunta, con la versátil actriz Candela Peña en el papel protagonis­ta, se ha convertido en la más vista de Netflix. El producto gusta y engancha, como todas las historias basadas en crímenes reales. Ya saben, Rosario Porto y Alfonso Basterra, un matrimonio gallego, de clase media alta, adoptó a una niña china y llevó una existencia normal –signifique eso lo que signifique– hasta que se les rompió el amor. La cría comenzó a estorbarle­s. Tras el hallazgo del cadáver de Asunta, de 12 años, en una pista forestal, los padres adoptivos fueron condenados a 18 años por haber sedado y asfixiado a la nena.

Parece que la serie reproduce los hechos con bastante fidelidad e invita al espectador a resolver el rompecabez­as y, sobre todo, a introducir­se en los rincones oscuros de la mente humana. El tirón del true crime se basa justo en eso, en el acercamien­to a lo inaccesibl­e, en intentar desbrozar el enigma de por qué una persona como el vecino del quinto comete un asesinato tan atroz. ¿Sería yo capaz? Sentir un helor en el espinazo y luego quedarse acurrucado en el sofá, creyendo tu pequeño mundo a salvo.

En la clasificac­ión de Netflix el segundo lugar lo ocupa El Rey del Cachopo, un documental sobre César Román, el cocinero que cumple condena por la muerte y descuartiz­amiento de su expareja. También se han producido (o están en marcha) series y documental­es sobre el crimen de la Guardia Urbana, las niñas de Alcàsser, el asesino de la Baraja y el caso Rodolfo Sancho. Un auténtico boom debido al escalofrío y al hecho de que estas plataforma­s, en la sociedad del entretenim­iento 24 horas al día, necesitan de continuo paletadas de carbón en la caldera, y los crímenes reales vienen con el guion ya hecho, envueltos con el lazo y el celofán del morbo.

Sin embargo, alguien ha pedido un alto en el camino: Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, el pequeño de 8 años asesinado por Ana Julia Quezada, la que era novia de su padre. Patricia suplica que no se permita rodar un documental sobre la muerte de su hijo, en el que estaría participan­do la asesina confesa desde la cárcel de Brieva (Ávila), el mismo presidio donde se suicidó la madre de Asunta.

El debate, pues, está expuesto sobre la mesa con toda su crudeza: ¿debe ponerse límites al true crime? El género lo inauguró Truman Capote con un novelón, A sangre fría (1966), a cuyo éxito contribuyó sin duda el ajusticiam­iento en la horca de los dos hombres que masacraron a la familia de granjeros. En puridad, todo es susceptibl­e de ser contado, y en España existe la libertad de creación artística. El quid de la cuestión radica en el cómo del relato y el para qué. Aquí son las plataforma­s y los guionistas quienes deben trazar sus propias líneas rojas. Desde luego, hurgar en la herida incurable de una madre, violentar su expreso deseo, no parece la tarjeta de presentaci­ón más atractiva para una serie. Pero hace tiempo que los senderos vienen bifurcándo­se en extraños recovecos.

Hurgar en la herida incurable de una madre, violentar su expreso deseo, no parece la tarjeta de presentaci­ón más atractiva para una serie

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Olga Merino

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