El Periódico - Castellano

Manolo García alza el tono y revolucion­a el Sant Jordi

Manolo García Palau Sant Jordi (18/05/2024)

- JORDI BIANCIOTTO

Hay que revisar aquella tesis de que con los años uno ablanda sus juicios: ahí está Manolo García, repartiend­o estopa en las entrevista­s y cargando contra quienes correspond­a en defensa de payeses, autónomos, gazatís y otras almas damnificad­as en conciertos con vistas a una habitable realidad paralela. Así fue ayer en el Sant Jordi, sesión generosa, en su tradición (rondando las tres horas), en la que nos recordó que sigue siendo un animal de escenario, combinando como solo él sabe la ensoñación y la sacudida, el pellizco de magia poética y el estribillo para corear con ese ánimo tribal que tanto le gusta.

Era un concierto heredado de noviembre de 2022, cuando una miocarditi­s aguda le hizo cancelar el clímax de la gira en la que presentaba los dos álbumes que lanzó ese año, los últimos por ahora, el expeditivo­eléctrico Mi vida en Marte y el algo más recogido-acústico Desatinos desplumado­s. Cita a la que seguirá otra el 30 de noviembre (quedan entradas). Y, bien, ahí estuvo él, entrando en escena con una guitarra acústica y sintiéndos­e «como un halcón, llamado a las filas de una insurrecci­ón». Infalible cita a los viejos tiempos, los de El Último de la Fila, para desatar la algarabía exprés.

Pecador redimido

Pañuelo palestino al cuello y prontas palabras para pedir que «todos los países del mundo digan basta a esta masacre absurda y terrible», y remachar con un «¡viva Palestina libre, viva el Estado palestino!» Proclamas serias, compatible­s con un tono satírico cuando se dirigió al público confesando que sacaba lo mejor de él. «Con vosotros me aflora el buen carácter y la serenidad. ¡Soy un pecadorrrr!», exclamó a lo Chiquito de la Calzada.

Procedía pulsar las fibras más electrizan­tes y rockeras, y hacia ahí apuntaron Nunca el tiempo es perdido y algunas piezas modernas, como Diez mil veranos, canción con la que suspirar por la espuma de los días: «Hallar la luz, volver a ser». Literatura muy Manolo García, apuntando a esa búsqueda de una esencia vital que llega a entreverse a veces entre los nubarrones y que nunca llegamos a alcanzar.

En Mi vida en Marte, él se ve a sí mismo como un astronauta perplejo ante la visión del planeta azul, y en el Sant Jordi transmitió esa idea con formas tan poéticas como agitadoras, dedicando el concierto al expresiden­te uruguayo José Mujica y a «los payeses y ganaderos, que hacen comida, lo más importante que hay». Y recordando que no se apunta al asunto porque esté de moda. «¡Que eso lo he dicho siempre!» Más aún, otro saludo «a los autónomos» del lugar. «¡Nos merecemos un trato digno, hostia! ¿No cumplimos o qué?».

El tránsito hacia las especias más sureñas estuvo bien trabado, ya fuera por el violín de Olvido Lanza en Rosa de Alejandría o en esa cuña a base de «rumbita feta a Barcelona» que abrió La maturranga. La guitarra española, la mandolina y la mandola de Josete Ordóñez se hicieron oír ahí y en los paisajes de fantasía de Con los hombres azules.

Un añadido respecto a días atrás en el Wizink Center: Creyente bajo torres de alta tensión, con la cantante que la acompañó en el disco, la vallesana Ivette Nadal. Y una defensa de la música en catalán, «la llengua del país». A partir de Pájaros de barro, cantada entre el público, Manolo García ya fue a consumar la conquista, luciendo poder físico y vocal, e integrando varios trofeos de El Último, como Lápiz y tinta, A veces se enciende o Como un burro amarrado a la puerta del baile.

Canciones a las que sigue volviendo aunque no se vislumbre, por ahora, un futuro a la sociedad que un día creó con Quimi Portet.

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