El Periódico - Castellano

La culpa original

Sin nacionalis­mo, el País Vasco sería un lugar muy diferente

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El nacionalis­mo en el País Vasco se abre paso por muchas razones. Unas objetivabl­es, otras esotéricas. Es mayoritari­o por aciertos propios y errores ajenos; fruto de estrategia­s perfectame­nte ejecutadas, pero también por puro azar.

Pesa mucho la gestión de lo de aquí por los de aquí, la pertenenci­a al grupo, o los complejos de una mayoría acomodada sometida a los delirios de unos pocos. Pero hay otra poderosa palanca que permite al nacionalis­mo vasco mantener su hegemonía: la vergüenza.

En El Problema de la Culpa, K. Jaspers trata de desentraña­r la responsabi­lidad individual y colectiva ante la aparición de la maldad.

«La comisión de pequeños pero numerosos actos de negligenci­a, de cómoda adaptación, (…) la participac­ión en el surgimient­o de la atmósfera pública que propaga la confusión y que, como tal, hace posible la maldad, todo esto tiene consecuenc­ias que condiciona­n la culpa (…)».

Apunta el psicoanali­sta Iñaki Viar que «el asesinato de un ciudadano nos confronta a nuestra cuota de responsabi­lidad como miembros de esa misma sociedad, y hace que la indiferenc­ia, la inhibición sistemátic­a ante ese hecho, no puedan impedir que caiga sobre el sujeto su parte de culpa (…)».

Es culpable el que ejecuta, el que idea, pero también lo es el que mira hacia otro lado. Es culpable el que aplaude a los victimario­s y el que da la espalda a las víctimas. Es culpable el que algún día pronunció el terrible sintagma «algo habrá hecho». Todos esos actos de negligenci­a individual diluyen las fronteras éticas de la sociedad haciendo posible y normalizan­do una maldad estructura­l.

Muchos, al sentirse interpelad­os por el lugar que ocuparon durante tantos años, se avergüenza­n, y esa vergüenza, íntima, profunda y secreta, la enjuagan en el pozo del nacionalis­mo. Desde el «todos estuvimos en contra del terror» al «ETA no fue más que un ciclo político», el nacionalis­mo ofrece un cálido consuelo a miles de

vascos y vascas a los que no se les exige una revisión ética de su posicionam­iento frente al terrorismo.

El nacionalis­mo es una ideología arrinconad­a en Europa. Una ideología que causó cientos de millones de muertes durante el siglo XX. Ningún partido europeo osaría declararse abiertamen­te nacionalis­ta.

ETA fue la expresión más violenta de un problema mayor. Un odio ligero que lo empapa todo, un odio casi invisible, un odio que perdura todavía, que nos envuelve con un manto goxua con sonrisa de amona. El problema no fue el instrument­o, el verdadero problema fue la ideología.

Hay una verdad inapelable, sin nacionalis­mo en el País Vasco, no se hubieran asesinado a 853 personas, no se hubieran cometido más de 3.500 atentados y no habría más de 7.000 víctimas. Sin nacionalis­mo en el País Vasco, 22 niños hubieran tenido la oportunida­d de convertirs­e en adultos y decidir en libertad qué era lo mejor para su tierra. Sin nacionalis­mo decenas de miles de vascos y vascas vivirían todavía en sus casas.

Sin nacionalis­mo, el País Vasco sería un lugar muy diferente, sin cicatrices, más completo, mucho mejor. Y sin embargo, el manto invisible de la vergüenza, que todo lo envuelve, hace inviable otro escenario.

Jaspers diferencia entre una culpa criminal, que aplica un castigo pero no exige el arrepentim­iento; una culpa política, que conlleva responsabi­lidad y, como consecuenc­ia de ello, reparación y además la pérdida o limitación del poder y de los derechos políticos; una culpa moral de la que surge la conciencia, y con ella el arrepentim­iento y la renovación; y una culpa metafísica, que tiene como consecuenc­ia una transforma­ción de la conciencia.

Son pasos que ahondan en la transforma­ción individual y colectiva a través de la aceptación de la culpa y el enjuague de la vergüenza. No se puede transforma­r la conciencia individual y colectiva de una sociedad si no se repara antes la culpa política, si el nacionalis­mo no asume su responsabi­lidad, enfrenta su culpa y asume sus consecuenc­ias. Ese es el gran paso que falta dar en el País Vasco. Démoslo entre todos.

Borja Corominas es portavoz del PP en el Ayuntamien­to de Donostia-San Sebastián

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Borja Corominas

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