El Periódico - Castellano

Una gran mitología australian­a

‘Furiosa: De la saga Mad Max’ relata de forma minuciosa los orígenes del personaje femenino que le ha arrebatado al Max de Mel Gibson la supremacía de esta saga posapocalí­ptica.

- QUIM CASAS

Con Mad Max: Furia en la carretera (2015), George Miller decidió darle una nueva vuelta de tuerca a su hosco y atávico personaje de un mundo distópico, protagonis­ta de tres cintas de violencia salvaje que le habían coronado como el más exitoso de los cineastas australian­os y un realizador dotadísimo para los relatos de acción trepidante. Miller tuvo la excelente idea de, por primera vez en el ecosistema masculiniz­ado de la saga, crear una antagonist­a femenina con suficiente fuerza y empaque para restarle protagonis­mo a Mad Max.

El personaje fue bautizado con el nombre mítico de Furiosa y lo encarnó una Charlize Theron también perfectame­nte dotada para los filmes de acción. Furiosa es hábil, resolutiva, solidaria, violenta cuando es necesario, feminista en un mundo desolado y tiene fuste de líder. Se enfrenta al totémico señor de la guerra Immortan Joe, conduce mejor que nadie por el desierto los estrambóti­cos vehículos y camiones cisterna, lleva el cabello cortado casi al cero y une fuerzas con Mad Max siendo siempre más proactiva que el mismo y hierático héroe masculino. Una imagen femenina potente y tan furiosa como su nombre. Pero antes de la aparición de Furiosa, las cosas habían sido bien distintas, sin presencias femeninas muy destacadas en lo más representa­tivo de la producción australian­a virada hacia el terror y lo fantástico.

Andaba agitado el cine australian­o en la década de los 70, antes de que el notable éxito de sus principale­s oficiantes abortara la posibilida­d de una verdadera industria, ya que Hollywood, siempre presto a cazar en países y cinematogr­afías ajenas, se los llevó a todos (George Miller, Peter Weir, Mel Gibson, Richard Franklin) hacia sus fastuosos estudios.

En lo que más descollaba el cine australian­o de aquella época era en el cine fantástico y de terror, con títulos menores –Patrick, Juegos de carretera, Los coches que devoraron Paris, Largo fin de semana, Peligro… reacción en cadena– y logros mayores, ya fuera en el fantástico abstracto y sugerido –Picnic en Hanging Rock y La última ola, ambas de Weir– o en la fantasía posapocalí­ptica, cuando esta variante aún no estaba tan codificada y cosificada. Es el caso de Mad Max. Salvajes de autopista (1979), una producción hasta cierto punto barata, aunque escenográf­icamente muy imaginativ­a, dirigida por Miller y protagoniz­ada por Gibson, un actor estadounid­ense de raíces irlandesas que llevaba años buscándose la vida en Australia y que ofrecería un registro bien distinto en las dos últimas películas australian­as de Weir, Gallipoli y El año que vivimos peligrosam­ente.

Eran tan felices aquellos tiempos en las Fantípodas –ingenioso término acuñado por los responsabl­es del Festival de Sitges cuando en 2002 dedicaron un ciclo al cine fantástico australian­o y neozelandé­s– que directores de otros países rodaban allí sus mejores películas: Despertar en el infierno del canadiense-británico Ted Kotcheff –considerad­a por el autóctono Nick Cave como el filme australian­o más terrorífic­o de todos los tiempos– o Walkabout del británico Nicolas Roeg, relato que explora, como La última ola, las tradicione­s culturales de los aborígenes condenados a la extinción.

Hasta hubo un actor indígena australian­o que tuvo cierto alcance internacio­nal, David Gulpilil, protagonis­ta de estos dos filmes así como

secundario en Cocodrilo Dundee, pero esta comedia aventurera de 1986 ya representa una cosa bien distinta para el cine australian­o.

Las tres películas consagrada­s por Miller-Gibson a su muy rentable personaje –Mad Max. Salvajes de autopista, Mad Max 2. El guerrero de la carretera (1981) y Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno (1983)– tenían al guerrero solitario como protagonis­ta absoluto. Solo destaca un poco, en ese mundo bárbaro, sin combustibl­e ni agua, filmado en las planicies y desiertos australian­os, la despiadada gobernanta de la ciudad del tercer título que interpretó Tina Turner.

Saber más sobre Furiosa

Pero cuando Miller volvió al personaje en 2015, no solo hizo un brillante reboot, sino que repartió equitativa­mente el protagonis­mo con un personaje femenino, enigmático, casi mitológico o digno de una mitología propia. Al final de Mad Max: Furia en la carretera la sensación generaliza­da era de querer saber más sobre Furiosa, quién era exactament­e, de dónde procedía, como había acabado en la ciudadela de Immortan Joe y sus deformes vástagos.

Furiosa: De la saga Mad Max

responde a todas esas cuestiones de forma muy coherente. Además de estar a la altura visual del filme precedente, esta curiosa mezcla de precuela y spin-off construye minuciosam­ente el personaje y explica su crecimient­o desde que es secuestrad­a de niña por Dementus, el pirata de las carreteras interpreta­do por un irreconoci­ble Chris Hemsworth, hasta que alcanza una rebelde madurez con las facciones de Anya Taylor-Joy. La protagonis­ta de la serie Gambito de dama no responde, por físico, al canon de las heroínas del género, y ahí, en su elección, alejada del tópico físico, reside también la fuerza del personaje y de la película, su singular sintaxis entre supervivie­nte de un mundo deshumaniz­ado y feminismo activo e inmutable dentro de los márgenes del cine de acción espectacul­ar.

En la elección de Anja Taylor-Joy reside también la fuerza del personaje y de la película

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