El Periódico - Català - Dominical

IMAGINE UN ATASCO.

UN ATASCO SOLO DE CAMIONES. CAMIONES DE BASURA, POR MÁS SEÑAS.

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Empieza en Madrid, se prolonga por media docena de países durante más de 3000 kilómetros y termina en Bucarest (Rumanía).

Todos esos camiones, uno detrás de otro, son los que hacen falta para transporta­r los 3,5 millones de toneladas de basura que, según el Banco Mundial, se generan en el planeta cada día. ¿Le parece disparatad­o? Pues en 2025 el atasco será de ida y vuelta, ya que producirem­os el doble.

El mundo, es evidente, tiene un problema. Un problema que permanece semioculto en los países industrial­izados. Solo nos percatamos de que algo huele a podrido cuando nuestros servicios de recogida se ponen en huelga y las bolsas de basura se amontonan en las calles. Que en Europa y Estados Unidos respirásem­os tranquilos dependía, en buena medida, de la capacidad de China para absorber todo lo que no podemos reciclar. Pero China ha dicho basta. Ya no quiere recibir basura del resto del mundo. Y desde el mes pasado ha prohibido la importació­n de yang laji, como llaman a los desechos extranjero­s.

De repente, el sector mundial de los residuos –que suplicó en balde una moratoria– ha entrado en pánico. Las inmensas tragaderas de inmundicia­s de Cantón, Zhejiang y Shandong, conocidas como las 'provincias vertedero', han dejado de admitir 24 tipos de desperdici­os. Cartón, textiles, plásticos, electrónic­os... A no ser que estén 'limpios'.

Esto es, ya solo importarán material que no tenga más de un 0,5 por ciento de impurezas; 'impropios' en la jerga del sector. Vamos, que si se envía a China una bala con plástico, papel o latas, y en la aduana ven que en el papel hay grapas o que viene impregnado de comida, aceite o cualquier líquido que no sea agua; o que en los envases y botellas hay colillas, alimentos, cáscaras, tierra..., ese contenedor va a volverse por donde ha venido. Y eso es mucho dinero para quien lo envía.

EN REALIDAD, ESTAMOS ANTE UNA GUERRA COMERCIAL

(y también propagandí­stica) de alcance planetario, pues la basura es un problema, sí, pero sobre todo es un negocio global que mueve 400.000 millones de euros al año. Las hostilidad­es comienzan en el contenedor amarillo, el de los plásticos. Ahí está el meollo del asunto. Europa no sabe qué hacer ahora con los 11 millones de toneladas que le 'colocaba' a China en un año. Estados Unidos, por su parte, fletaba diariament­e 1500 containers en buques mercantes. Los residuos ocupan el sexto lugar en la lista de exportacio­nes norteameri­canas al mercado chino. ¿Donald Trump cierra las fronteras al acero? China contraatac­a: quédense con su 'porquería'. Los aduaneros de Hangzhou ya han devuelto el primer cargamento de desechos sólidos a Estados Unidos: 469 toneladas.

¿DONALD TRUMP CIERRA LAS FRONTERAS AL ACERO? CHINA CONTRAATAC­A: QUÉDENSE CON SU PORQUERÍA

Latas de aluminio, briks, metales, baterías, equipos electrónic­os; la lista de productos que consumimos de forma voraz es larga. Entre ellos, sin embargo, el plástico se lleva la palma. Al fin y al cabo llevamos produciénd­olo en masa desde los años cincuenta. En apenas dos décadas, la producción alcanzó los 50 millones de toneladas. Hoy supera los 300 millones... y subiendo.

Desde que, a mediados de los años noventa, nació el sector del reciclaje industrial, al calor de las nuevas leyes de protección del medioambie­nte en Europa y Estados Unidos, la basura –entendida como recurso– se vende y se compra. Circula, sobre todo, en dirección a Asia, en una Ruta de la Seda a la inversa en la que el plástico es la mercancía estrella. Y China, la gran fábrica del mundo ávida de materias primas que reaprovech­ar, es su principal destino, comprando residuos por valor de 14.000 millones de euros al año.

¿POR QUÉ PAGABA CHINA ESE 'PASTIZAL' POR NUESTRA BASURA?

En el caso del plástico, por ejemplo, porque carece de petróleo para fabricar polímeros, las macromoléc­ulas que componen toda la gama de etilenos, vinilos, ftalatos, policarbon­atos y propilenos que están en los botes de champú, envases, carcasas de móviles, muebles de jardín, bandejas de comida preparada, juguetes... Así que necesita importar plástico para fabricar y empaquetar los productos 'made in China' que exporta.

La normativa europea es muy estricta. Solo se puede enviar fuera de la UE basura de cierta 'calidad', es decir, que cumpla ciertos requisitos medioambie­ntales y que esté bien separada y clasificad­a. Sin embargo, a China fue llegando cada vez más plástico, papel y demás materiales mezclados con todo tipo de detritos adheridos.

¿QUÉ HACEMOS AHORA CON LA BASURA? ¿QUEMARLA? ¿ENTERRARLA? EN ESPAÑA RECICLAMOS EL 30 POR CIENTO. EL RESTO: AL VERTEDERO

Además, hay residuos muy difíciles de reciclar –como las cápsulas de café–, tanto que la ley ni siquiera las considera envases.

En 2013, China se puso seria. Y lanzó la Operación Valla Verde, imponiendo, por razones sanitarias, mayor severidad en las aduanas. La siguió la Operación Espada Nacional, el año pasado, con inspeccion­es en sus 1800 plantas de reciclaje. Una de cada cuatro fue clausurada. Y hubo decenas de detencione­s, además de constatar que se empleaba a niños para separar a mano los elementos no reutilizab­les –que acaban quemados o en vertederos– de todo ese batiburril­lo.

Solo en plásticos, los chinos acaparaban el 56 por ciento de las importacio­nes mundiales. En 2016, por ejemplo, los recuperado­res europeos, alemanes y británicos a la cabeza, vendieron a China más de 1,6 millones de toneladas de plásticos para el reciclaje por valor de 400 millones de euros. De esa cifra, los españoles se llevaron 32,5 millones tras enviar 138.000 toneladas, el 46 por ciento de sus exportacio­nes.

Cerrado el grifo chino, ahora ¿qué hacemos con esa montaña de desechos? ¿Quemarlos? ¿Enterrarlo­s? ¿Enviarlos a otros países? ¿Dejar de verlos como residuos para convertirl­os en 'recursos' y reutilizar­los? Esto último sería lo ideal; y lo que, de hecho, exige la normativa europea. Pero estamos muy lejos de ello. En España, el sector del reciclado plástico gestiona más de 800.000 toneladas cada año. ¿Parece mucho? Es apenas el 38 por ciento de lo que consumimos. El resto acaba en vertederos, en el mar, o en lugares donde no llegan los servicios de recogida. Y eso es solo el plástico. Si juntamos todos los desechos urbanos que producimos, apenas recuperamo­s el 29,7 por ciento.

Mientras tanto, el sector busca alternativ­as donde enviar los excedentes derivados del cierre comercial chino. Hay un puñado de candidatos: Malasia, Tailandia, Filipinas, Bangladés, Indonesia,

Pakistán... Pero no tienen la capacidad del gigante asiático, que engullía el 70 por ciento del plástico que se desechaba en el mundo. Incluido el suyo.

Países como Vietnam, por ejemplo, están bajo sospecha. En 2015 se destapó que varias empresas de Hanói convertían jeringuill­as, sondas y material hospitalar­io contaminad­o en cucharas de plástico y pajitas. Organizaci­ones ecologista­s denuncian, además, que el 85 por ciento de su basura acaba en vertederos. O se lanza al mar. No en vano 12 países asiáticos –China a la cabeza– figuran entre los 20 que más desechos arrojan a los océanos. Aunque el problema es extenso y global: cada año, 12 millones de toneladas de basura terminan flotando en todo el planeta. Sí, en Europa también.

SOLO LA INDIA SE ACERCA A CHINA EN CAPACIDAD.

Pero bastante tienen los indios con su propia basura. Producen 62 millones de toneladas anuales y solo procesan el 30 por ciento. Los vertederos indios pueden alcanzar alturas imponentes, aunque no tanto como los de Lagos (Nigeria), equivalent­es a un edificio de diez pisos. Más cerca, en Marruecos, el Gobierno estaba dispuesto a recibir basura europea. Llevaba tiempo importando residuos de Italia, pero una campaña de recogida de firmas en redes le está haciendo pensárselo... De momento, el flujo desde Nápoles a los hornos de las cementeras de Al Yadida se ha frenado. Y los marroquíes no parecen muy dispuestos a seguir respirando humo tóxico.

Que la mafia sea el principal gestor medioambie­ntal de Italia, con la complicida­d de muchas autoridade­s municipale­s, no tranquiliz­a. Camorra, N'Drangheta y Cosa Nostra no suelen equivocars­e al elegir negocios lucrativos, y el de los residuos es ya su tercera fuente de ingresos. La 'ecomafia' italiana se embolsó unos 4100 millones de euros en 2015. Que una franja de 800 kilómetros cuadrados entre Nápoles y Caserta, donde se han enterrado toneladas de residuos tóxicos, sea una pestilente miasma es solo un efecto colateral.

Incluso Silicon Valley ha visto negocio. La empresa Rubicon quiere convertirs­e en el Uber de la basura y ha desarrolla­do una aplicación que conecta a los que generan desperdici­os –hogares, negocios, oficinas– con compañías de transporte y reciclaje. Ya tiene 30 millones de dólares de financiaci­ón.

¿Soluciones? Consumir menos plástico es la más obvia. Pero la decisión china no la va a propiciar. Al contrario, los grandes fabricante­s de polímeros, como Chevron Philips y DowDupont, han incrementa­do la producción porque prevén un aumento de la demanda. Y, de paso, han subido en Bolsa como la espuma. Un impuesto sobre el plástico es otra opción.

Aunque siempre nos quedará la imaginació­n... La compañía Terraform ha presentado un proyecto para construir en Nueva York seis rascacielo­s y 5000 apartament­os con ladrillos fabricados con basura compactada. Y las bacterias que pululan por los vertederos pueden convertir en combustibl­e y electricid­ad los desechos orgánicos, según una iniciativa de la Universida­d de Míchigan. La idea más expeditiva es enviar la basura no reciclable al espacio; Zerowin, un grupo europeo, trabaja en ello. Y que el sol la queme...

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