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El Ballet Nacional de España celebra por todo lo alto sus 40 años
16. En portada. A sus 65 años, la actriz y modelo Isabella Rossellini sigue dando que hablar. A la par que vuelve a trabajar para Lancôme, publica un libro sobre las gallinas. No es broma.
El Ballet Nacional de España – un tesoro oculto para muchos– cumple 40 años custodiando una riqueza única en el mundo: la danza española en todas sus vertientes. Nos colamos en un ensayo para hacer balance con su director y conocer mejor a sus bailarines. Entre con nosotros.
To do empezó, como tantas cosas en la España contemporánea, hace 40 años. Eran tiempos de transición. De poner en pie un país nuevo y abierto. En ese contexto se encargó al mítico Antonio Gades la creación de un ballet nacional que custodiara, rescatara y actualizase un riquísimo repertorio de danzas españolas en peligro de extinción: el flamenco, el folclore (jotas, sardanas, muñeiras...), la Escuela Bolera, la danza clásica española y la danza estilizada. Cuatro décadas después, estos géneros brillan saludablemente en una compañía que ya representa en España –y, crecientemente, en el mundo– lo que los ballets centenarios de la Ópera de París, la Scala de Milán o el Mariinsky de San Petersburgo.
Capaz de conquistar a públicos y a críticos por donde pasa y de lanzar a figuras como Joaquín Cortés, Antonio Canales, Aída Gómez, Lola Greco o Antonio Márquez, el BNE está dirigido hoy por otra de las grandes figuras criadas en sus filas: Antonio Najarro. ASUMIR RIESGOS. Madrileño del 75, Na jarro entró al BNE con 22 años y pronto alcanzó la cima: bailarín principal. Con solo 24 se vio también reconocido como coreógrafo de la compañía. Tras 4 años, en el 2000, dejó el cuerpo para dirigir su propia compañía y desarrollarse como creador, teniendo por bandera la fusión de la danza española con otros géneros. Con esa misma impronta volvió al BNE una década después, esta vez como director. Ganó su plaza en concurso público con solo 34 años y un proyecto ambicioso que lleva ya 7 de andadura. Ecléctico y apasionado, Najarro se vacía en su obsesión: llevar la danza española hasta el último rincón del mundo, fusionándola con los lenguajes contemporáneos para dar visibilidad a uno de los mayores tesoros culturales –y comerciales, subraya– de nuestro país. «No lo digo en plan histórico, institucional; hablamos de un lenguaje actual y supermoderno del que hoy tiran la moda y los cantantes más revolucionarios en sus vídeos y sus puestas en escena. Hay que lograr que quienes nos dirigen vean en nuestra danza un recurso real, de ingreso de dinero, una vitrina muy potente. Y necesitamos hacerlo con las armas