El Periódico - Català - Dominical

Cosas que me sorprenden

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me sorprende pensar que cada día nos levantamos de la cama, llueva o truene o haga viento, y hacemos todo lo que tenemos que hacer, o la mayor parte del tiempo, pero lo hacemos. Me sorprende que no nos quedemos todo el día en la cama.

Me sorprenden siempre las tiendas de quesos donde se pueden encontrar hasta trescienta­s variedades de ellos. Lo diferentes que son entre ellos. La cantidad de texturas que no se parecen en nada. Cabra, vaca, oveja, búfala. Romero, pimienta, orégano, pimentón. Blandos, duros, cremosos, tiernos, con moho. ¿Quién ha creado esas maravillas? ¿Cómo se les ocurrieron? Me sorprende.

Me sorprenden todavía los hombres que escuchan lo que dicen las mujeres con una sonrisita de suficienci­a, los hombres que interrumpe­n todo el tiempo, que aunque crean que llevas razón no te la darán nunca, como si en ello les fuera la hombría o la vida o algo.

Me sorprenden las personas que no se dan cuenta de cuándo están de más, las personas que no tienen la más mínima idea de cuándo son pesadas, cuándo se meten donde no las llaman, cuándo hacen comentario­s desafortun­ados. Me sorprenden los que nunca sienten vergüenza ajena.

Me sorprende que cada vez haya más gente que no compra el diario, que no va al cine, que no lee libros, que no viaja, que opina de oídas y que no manifiesta la menor duda a la hora de opinar.

Me sorprenden las mujeres con las uñas largas. ¿Cómo escriben? ¿Cómo trabajan? ¿Cómo cocinan? ¿Cómo hacen café? ¿Cómo se abrochan el sujetador? ¿Cómo viven?

Me sorprende la gente famosa que dice que nunca cuenta cosas de su vida personal y se pasa la vida hablando de su vida. Personal.

Me sorprenden los anuncios de leche sin lactosa porque siempre salen mujeres bailando sin motivo en cocinas blancas. Siempre.

Me sorprende la gente que es incapaz de reconocer que ha actuado mal, que lo que ha hecho no está bien y se empeña en seguir haciéndolo, aunque ello implique un considerab­le perjuicio a ella misma. Me sorprende la gente que se dispara en el pie.

Me sorprenden los dentistas que empiezan a arreglarte la boca sin un plan determinad­o y que se empeñan en asombrarse cuando te quejas del daño que te hacen, como si fueras una loca paranoica. Esos dentistas me sorprenden.

Me sorprenden los habitantes de las islas. Me sorprenden las islas. Me sorprenden las salamandra­s y los pingüinos.

Me sorprenden las camelias y los bosques de bambú. Me sorprenden las sorpresas. Me sorprenden James Salter y Gustave Flaubert y Adolfo Bioy Casares. Y Clarice Lispector y Flannery O’Connor y Carson McCullers.

Me sorprende que Tennessee Williams y Carson McCullers y Françoise Sagan fueran amigos.

Me sorprende que cada vez haya más gente que no compra el diario, que no va al cine, que no lee libros, que no viaja, que opina de oídas y que no manifiesta la menor duda a la hora de opinar

Me sorprenden las gasolinera­s donde venden licor de café y ratafía.

Me sorprenden las tiradas de tarot por teléfono.

Me sorprende que aún, a estas alturas, haya tantas cosas que me sorprendan.

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