El Periódico - Català - Dominical

'Baksheesh', 'tip', yapa o propina.

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En árabe, inglés o en español de Perú, Argentina o Chile, estas son algunas de las maneras de llamar a lo que la RAE define como «agasajo que, sobre el precio convenido y como muestra de satisfacci­ón, se da por algún servicio». La palabra castellana viene del latín propinãre: 'beber a la salud de otro'. Era habitual, al brindar por alguien, dejar algo en la copa para el homenajead­o.

Hoy es una costumbre muy arraigada que puede poner en aprietos a un visitante si no conoce las reglas locales del lugar. En Japón, por ejemplo, la propina es ofensiva. En Hungría o Polonia, en cambio, hasta el médico o el dentista esperan recibir algo del paciente. Es, al fin y al cabo, parte de la cultura de cada país. Por eso, nos resulta excéntrico que Johnny Depp deje en un restaurant­e 4000 dólares por el buen servicio. ¿Generosida­d u ostentació­n? Es parte del eterno debate en torno a esta gratificac­ión económica. Y no es nuevo.

En Reservoir dogs, la película de Tarantino, Mr. Pink se niega a dejar dinero para el bote: «No creo en las propinas», sentencia. En Ninotchka, de Lubitsch, cuando la agente comunista encarnada por Greta Garbo llega a París, un mozo intenta coger sus maletas en la estación. «¿Por qué ha de llevar lo que es de otro?», pregunta sorprendid­a. El mozo responde entonces que ese es su oficio. «Eso no es un oficio, es una injusticia social», replica Garbo. «Depende de la propina», concluye el mozo.

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