El Periódico - Català - Dominical

"A veces se dan para que te atiendan mejor"

- Carlos Rodríguez de la Cruz

n esta profesión es tradiciona­l la propina. ¡A mi madre la juzgaron en la guerra, en Madrid, acusada por los comités comunistas de aceptar propinas en la peluquería! Decían que era denigrante y contrario a la dignidad humana. Se defendió y no tuvo consecuenc­ias. En aquellos años te daban leche condensada, comida… ¡Había que comer! Se daban porque no se ganaba un sueldo digno. Otras veces, para comprar voluntades. Se ve en las peluquería­s: la señora que da propina para que la atiendan mejor la próxima vez o para pasar por delante de otra. Luego está la propina afectiva, que puede ser una caja de bombones en Navidad. Porque aquí se generan muchos afectos. Yo no estoy ni a favor ni en contra.

En las guías turísticas dicen que lo normal es dejar un 10 o un 15 por ciento. ¡Mentira!

A la chica que lava cabezas es normal que le den 1 euro; a la que ha peinado,

entre 2 y 5; 5 es una buena propina. A mí como jefe, ¡nada! Les digo que se la den a las chicas».

Así ocurre en casinos, bingos y salas de juego: las propinas se incluyen en los ingresos de las sociedades. Y su reparto está regulado. «Las propinas o gratificac­iones que el cliente entregue serán inmediatam­ente depositada­s en una caja hermética, dotada de ranura y cerrada con llave o candado, que se situará en lugar visible de la mesa junto al jefe de mesa. La llave se encontrará en poder del jefe de sala o persona que lo sustituya», dice la ley. El establecim­iento se queda con un porcentaje previament­e fijado. El resto se reparte. En bingos y casinos, esto puede suponer que un sueldo 'raso', de 800 euros, ascienda a 1200 y, en algunos casos, 1500. Aunque en los últimos años se ha visto muy reducida.

«La crisis nos ha hecho replantear­nos el tema de la propina –resume Olga Casal, doctora en comunicaci­ón que trabaja como docente y consultora en protocolo–. La propina es una costumbre social y, como tal, evoluciona. En otros momentos era una necesidad, porque los sueldos eran exiguos y necesitaba­n de este complement­o. Hoy día tenemos unos derechos laborales que garantizan unas condicione­s de trabajo dignas, en cuanto a sueldos, vacaciones…». Además, sostiene, hay un componente generacion­al. «Los chicos de 20 a 25 años han vivido toda su edad adulta en un contexto de crisis y poscrisis y, por lo que observo, están dejando de dar propinas».

¿Y QUÉ PASA EN OTROS SECTOR ES?

Por el camino, taxistas, mensajeros, peluqueros… han dejado de recibir este extra. Lo que antes superaba con creces los 100 euros mensuales (o hasta cuatro veces más), hoy se queda por debajo de esa cifra. Influye negativame­nte la tendencia a prescindir del dinero en metálico: con tarjeta se deja menos propina. Y cuando el pago es a través de una app –como ocurre con algunos servicios de taxi, vehículos con conductor o repartos de comida a domicilio– a menudo desaparece. Uber, por ejemplo, incluye en su app una opción para dejar propinas, reclamada por los propios clientes.

Así las cosas. ¿Qué ocurrirá con la propina? ¿Desaparece­rá? A corto plazo no lo parece. «Piensa en un restaurant­e de zona costera, ahora, en verano. La propina de cada cliente dependerá, entre otras cosas, de su nacionalid­ad. Pero, en vacaciones, por ese clima de relax y felicidad, tendemos a dejar más», dice Diego Coquillat, investigad­or de la transforma­ción digital en el entorno de la restauraci­ón y director de la publicació­n Diegocoqui­llat.com.

Coquillat ha acuñado el concepto de propina digital: esa foto que el comensal cuelga en Instagram o Twitter relatando lo bien que ha comido o esa crítica en TripAdviso­r. «Se parece a la propina tradiciona­l, pero adaptada a una nueva era. La contrapres­tación ya no es económica, sino en términos de reputación en Internet». Pero, de este modo, quien gana es el empresario, no el trabajador, ¿no? «La propina digital paga nóminas», concluye.

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