El Periódico - Català - Dominical
¡No soporto caer mal!
aCada mañana, Deisy pasaba un rato decidiendo con qué ropa saldría de casa. No era coqueta –¿no lo era?–, sino que tenía un deseo enfermizo de agradar. Se desesperaba por acertar con el atuendo adecuado y desparramaba sobre la cama las mil combinaciones posibles. Al principio de la acción, el juego era sencillo: esto con esto, pero a medida que la cama se llenaba y se vaciaba el armario, la elección se complicaba. ¿Esto con esto, o con esto…? ¿O con esto? Recién duchada, acababa sudando y con dolor de espalda por inclinarse y alzarse, indecisa, convirtiendo los jerséis y los pantalones en un remolino textil. Acordada la camisa y la falda, tenía que pensar en la chaqueta sin perder de vista los zapatos. Por eso, el chándal del fin de semana era un alivio y el lunes por la mañana, el inicio de cinco días de dudas y desasosiegos.
Jamás había soportado no agradar. La habían educado así, decía, en el arte de satisfacer a los demás, aunque no pensaba en ella como en una Había leído sobre aquellas mujeres y no se identificaba con el modelo, al fin y cabo, profesional, o con derivaciones laborables. Ella jamás había cobrado por gustar ni recibido regalos, sino que lo hacía por un impulso irrefrenable: no soportaba caer mal. ¡No soportaba caer mal! ¿Tenía que ver con el machismo peludo y feroz que machacó y destruyó a su generación o se trataba de un caso particular, una circunstancia subjetiva y no social?
Una vez resuelto el vestuario, el titubeo regresaba por si lo elegido era inadecuado para ir a tal o cual sitio o para atraer a tal o cual persona. Insatisfecha, se decidía con rapidez y desesperación por algo que, seguro, la incomodaría la jornada entera. Directora de un hospital, se desvivía