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La prensa española y la italiana del momento se hicieron eco del naufragio del Sirio, como La Domenica del Corriere. que reposan los restos de más de 50 naufragios. Unos fueron víctimas de la orografía; otros, de los submarinos alemanes que usaron las costas de Cartagena como coto de caza durante la Primera Guerra Mundial, operando en secreto y sin bandera para hundir a los mercantes que abastecían a Francia y el Reino Unido. El capitán Lothar von Arnauld de la Perière, al mando del submarino U35, se puso las botas. En solo dos días de octubre de 1917 mandó a las profundida­des cuatro barcos de vapor, torpedeado­s a placer.

Las tormentas y los accidentes de navegación completan el recuento. Ni siquiera la tierra firme era segura. El primer faro de la isla de las Hormigas fue literalmen­te barrido por el viento de levante y el oleaje durante una noche de borrasca en 1869. La mar se llevó a la familia del farero, que vio cómo se ahogaban su mujer y tres de sus hijos; pudo salvar al cuarto.

La paradoja es que tal cantidad de pecios, convertido­s en arrecifes y colonizado­s por peces, algas y crustáceos, ha convertido Cabo de Palos en uno de los mejores destinos de buceo de Europa y lugar de peregrinac­ión para los aficionado­s a la fotografía submarina. REVENTARON LAS CALDERAS. CUNDIÓ EL PÁNICO

El Sirio es el naufragio más conocido. Era un buque de 4126 toneladas, fletado por la Compañía General de Navegación Italiana. Hacía la ruta entre Génova, Brasil y Argentina. Y aquella tarde de hace 112 años, el Bajo de Fuera le cortó las planchas del casco como un abrelatas. El estruendo se oyó incluso en tierra. El barco, que navegaba a 15 nudos, se frenó en seco. Reventaron las calderas y se abrieron vías de agua. Cundió el pánico.

El capitán, los oficiales y la tripulació­n reaccionar­on con una cobardía infame, subiéndose al primer bote disponible y poniéndose a salvo, mientras en el barco quedaban cientos de pasajeros. La inmensa mayoría no sabía nadar. Los botes de estribor estaban sumergidos. Y la mayor parte de los de babor habían quedado inservible­s. Se armó una batalla campal entre los viajeros, que se disputaban los pocos chalecos y aros salvavidas.

Entre el pasaje había artistas que hacían las Américas, como Lola Millanes, una cantante de zarzuela. Al ver que el barco se hundía y que no sabía nadar, le pidió un revólver a

El capitán y la tripulació­n reaccionar­on con una cobardía infame, subiéndose al primer bote disponible

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