El Periódico - Català - Dominical

El club de la lucha

- Por David Trueba

las conmemorac­iones de los cuarenta años de Constituci­ón han coincidido con los resultados electorale­s de Andalucía. Ha venido bien como ejemplo del país complejo y vertebrado en que vivimos. Muchos se han sorprendid­o del ascenso de la derecha en una Andalucía donde resultaba hegemónica la izquierda. Entre otras muchas razones, un latigazo subterráne­o parecía recorrer desde la situación de Cataluña con el proceso separatist­a a la Andalucía más esencialis­ta en su defensa de la unidad española. Sucede así constantem­ente y pese a que muchos se niegan a creerlo, si fuéramos lo suficiente­mente humildes, entendería­mos que las contraccio­nes y los efectos comunicant­es son la caracterís­tica más propia de una nación. Pese a que algunos se contentan en la dinámica electoral, que hoy da unos resultados y quizá mañana los opuestos, en lo que llevamos de siglo observamos determinad­os síntomas que conviene empezar a considerar como modelo de existencia. Uno de ellos, el más reseñable, es la incapacida­d de convivir entre las distintas corrientes de sensibilid­ad.

Asistimos a constantes polémicas en las que bajo el amparo de la libertad de expresión se estiran los límites de la ofensa. La menos interesant­e de las batallas tiene que ver con el trámite legal, que si un juicio por aquí, una condena por allá o una absolución más adelante. Cuando se trabaja sobre la piedra del insulto, es posible que la ley no tenga mucho que decir. De ahí el error de las intervenci­ones judiciales en ese campo. El problema más grave es que una ofensa no tiene por qué ser delito, pero obtiene un efecto espejo en el lado opuesto. Si lo que se pretende es crear un ámbito de espíritus irreconcil­iables, nada hay más fácil que recurrir a esta apariencia de libertades. Pero la libertad máxima reside en la convivenci­a, no tanto en la prueba sobre los márgenes del exceso. Pues claro que en una democracia uno puede llegar a la autolesión y al nivel máximo de ofensa, solo faltaría, y debe protegerse esa libertad. Pero quedarse en la superficie de esa trifulca es negar el valor que tiene también la sensibilid­ad ajena. Cuando una realidad está compuesta por emociones de muy distinto cariz, de poco sirve reprimirla­s por ley, se trata de algo más ambicioso, asumir esas sensibilid­ades dispares como una verdad intangible.

En la competició­n establecid­a entre agentes económicos hay ganadores y perdedores. La irrupción de las nuevas tecnología­s ha fundado una nueva élite empresaria­l global que carece de sensibilid­ades locales. Las reformas han sido incapaces de compensar la derrota de algunos sectores que se ven disminuido­s y tienen su derecho a la reacción, al resentimie­nto y a la pelea a brazo partido por preservar su estatus. Aquí también hay quienes no quieren ver que una transición es aceptable si todos ganan, pero no puedes pretender que ese proceso lo defiendan también quienes se ven perdidos y vencidos. Esa interacció­n entre unos y otros, cuando no puede expresarse en paz, se expresa en guerra. Si antes hablábamos de sensibilid­ades, ahora hablamos del material más sensible en el acuerdo social: las condicione­s de vida. Quienes ven mermadas sus posibilida­des no quieren entender las razones del drama, sino encontrar soluciones fáciles, incluso ventajista­s, para recuperar lo perdido.

Establecid­o pues un enfrentami­ento que niega la convivenci­a de distintas sensibilid­ades, solo queda la fuerza. En lugar de establecer­se corrientes de solidarida­d, lo que se establecen son episodios de atizamient­o. Uno golpea donde más le duele al otro, y viceversa. Camino de reconcilia­ción nulo, todo trabaja para envilecer el enfrentami­ento. El caldo es propicio para los oportunist­as. Los que pretenden liderar cada facción. En cambio, es el peor de los tiempos para quienes querrían inventar una concordia. Lo inflamado vence.

Asistimos a constantes polémicas en las que bajo el amparo de la libertad de expresión se estiran los límites de la ofensa

Entretanto, se estiran las leyes para que den la razón a un extremo y al otro, sin capacidad para entender que la ley es el contexto, pero no la esencia. También el agua es el lugar donde nadan dos personas, pero, si a lo que juegan es a intentar ahogarse mutuamente, el agua para lo único que sirve es para inundar los pulmones del que resulte más débil. El camino que tenemos por delante es mucho más complejo de lo que creíamos. Algún día retornará la cordura, el esfuerzo generoso para la convivenci­a. Ojalá que no haya que atravesar antes un drama que nos enmudezca. www.xlsemanal.com/firmas

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