El Periódico - Català - Dominical

TESTIGO DE CARGO

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En 1999, cuando ya era fiscal del Tribunal para la ex-Yugoslavia, Del Ponte atiende a la exhumación de cuerpos de una fosa común en Kosovo.

Espero que la paz llegue pronto a Siria. Sería el final de la impunidad y el comienzo de la justicia. Por eso, la paz ha de ser la prioridad. Solo entonces vendrá el proceso penal… bueno, eso quiero creer.

XL. Pero parece que el régimen de Al-Asad sobrevivir­á…

C.P. Sí, pero no depende de eso.

XL. ¿No? ¿Cree que se podrá llevar ante los tribunales al vencedor de la guerra? C.P. Claro que sí. Espero con impacienci­a el día en que se emita la orden de detención contra Al-Asad. Y no tengo ninguna duda de que sería condenado a cadena perpetua.

XL. Pero él es el único que puede cerrar un acuerdo de paz. ¿No implica eso reconocerl­o como jefe de Estado legítimo?

C.P. En su día, en Yugoslavia, elaboramos el modelo que se puede aplicar a este caso: primero llegamos a un acuerdo de paz con el líder serbio Slobodan Milosevic y luego, ya con la paz, lo acusamos. Primero tiene que llegar la paz, luego entrará en acción la revisión judicial de la guerra de Siria. XL. Pero, para eso, Rusia tendría que dejar caer a Al-Asad.

C.P. Para hacer cumplir una orden de detención contra un presidente en ejercicio, es necesario diseñar estrategia­s inteligent­es. Créame, si alguien sabe cómo se hace, esa soy yo. Aprendimos mucho en Yugoslavia y en Ruanda.

XL. ¿Durante sus investigac­iones se vio alguna vez cara a cara con Al-Asad? C.P. No. Su Gobierno no permitió que la comisión de investigac­ión entrara en Siria. Tuvimos que limitarnos a interrogar a testigos en los países vecinos: Turquía, el Líbano, Jordania. XL. A Milosevic sí pudo mirarle a los ojos. Como fiscal jefe, ¿qué sintió?

C.P. Odio no. Las emociones son un obstáculo para ejercer las labores de la Fiscalía. Satisfacci­ón profesiona­l sí, que Milosevic se sentara en el banquillo era un paso enorme para mí y para las 600 personas que trabajaban conmigo. Le habíamos dedicado muchos años. El deseo de hacer justicia a las víctimas era una presión enorme, me pesaba como una losa. Cuando Milosevic cayó, el alivio fue inmenso: ¡ya lo tenemos, podemos juzgarlo! Que se haga justicia es importante para los supervivie­ntes, se lo debemos. Pero la justicia no es venganza; la fiscal jefe no puede presentars­e como el 'ángel de la venganza'. Mi mandato no es ese.

XL. ¿Hay alguna diferencia entre un criminal de Estado y uno convencion­al? C.P. Hay una diferencia enorme. Un criminal normal comete sus delitos para conseguir un fin, que por lo general es la codicia. Sabe que es un criminal y no le importa. Los estadistas y los militares que cometen crímenes de guerra tienen, cómo decirlo…, una concepción del mundo propia. Una ideología en la que creen profundame­nte y con la que justifican sus actos ante sí

"Un criminal convencion­al delinque por un fin, que suele ser la codicia. Los de guerra justifican sus actos con su ideología. Están convencido­s de que son los buenos"

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