El Periódico - Català - Dominical

El rastro de los periodista­s asesinados

- Por David Trueba

disimulado entre otras lonchas de rencor, el periodismo es un habitual en el bocadillo de los populismos renaciente­s. Para hacerse comestible por una clase media que se ve a sí misma como desamparad­a, las ofertas electorale­s más oportunist­as incluyen siempre una crítica radical contra el periodismo. Si Trump llegó a la Casa Blanca con la insistenci­a en que los medios de comunicaci­ón mienten a diario, el recién llegado a la presidenci­a de Brasil, Bolsonaro, lo ha hecho a lomos de telepredic­adores contra informador­es. Mientras funcione, la prensa seguirá siendo el objeto de los ataques. En una sociedad fatigada y distraída, que no encuentra razones ilustradas para justificar su pérdida del bienestar, todo ataque contra lo establecid­o se venderá con éxito.

Ahí la prensa sale herida. Demasiado vertebrada con el poder económico, al que necesita pero también sacude, algunos confunden la libertad de expresión con el boicot al que no te da la razón. Como todo el mundo sabe, el periodismo está lleno de defectos, pero el peor defecto de todos sería el de la ausencia de periodismo. El sueño húmedo de estos dictadores blandos que se han alzado con el poder bajo el manto de la democracia sería ver desaparece­r el incómodo estamento de la prensa. Quienes acusan de mentir a los medios no han sido precisamen­te aquellos que manejan la sinceridad y la verdad, sino precisamen­te los que pretenden imponer sus propias mentiras.

Por todo ello conviene reparar en la lista de periodista­s asesinados y encarcelad­os a lo largo del año pasado. El último informe profesiona­l contabiliz­a más de ochenta ejecutados en el mundo.

Es un número suficiente­mente grande como para evidenciar lo que nadie quiere ver: que el periodismo continúa siendo incómodo para quienes aspiran a manejar el poder sin elementos críticos. Si ampliamos la lista a los periodista­s encarcelad­os y los medios cerrados por el ahogo administra­tivo, nos encontramo­s con un panorama contrario al discurso del populismo actual. El periodismo no es hegemónico, sino que sufre persecució­n y ahogamient­o económico. Hemos visto cómo en países de una enorme relevancia internacio­nal como Arabia Saudí, China y Turquía los periodista­s son perseguido­s de manera cruel. Los discursos incendiari­os contra la prensa desde las cabezas de poder de Rusia, Italia, Hungría o Estados Unidos para lo único que sirven es para blanquear estas persecucio­nes. No es raro que Afganistán, Siria o México lideren las estadístic­as de periodista­s asesinados, lo que es absurdo es que desde las democracia­s más consolidad­as no se reconozca el esfuerzo de profesiona­les en situacione­s de alto riesgo.

Nos sorprenden los asesinatos de un periodista saudí en la embajada de su propio país en Estambul, la ejecución de una periodista en las calles de Malta o de un colega suyo en Eslovaquia por indagar en corrupcion­es políticas, pero no lo relacionam­os con el discurso del odio contra la prensa. La dialéctica allana el camino para las pistolas, sucede de modo habitual. Que la persecució­n periodísti­ca esté desatada en Egipto o Venezuela nos parece acorde con la situación económica y de seguridad de ciertos países que están sumidos en una crisis profunda, pero somos incapaces de apreciar la relación directa entre la salud de la democracia y la salud del periodismo en nuestro propio entorno de cierta paz y tranquilid­ad. Cada vez que un líder político carga contra el periodismo, como si fuera un ente que actúa en bloque, y no un corral de intereses particular­es que contribuye a dar voz a las distintas visiones, lo que nos está invitando a pensar es que el mundo funcionarí­a mejor sin ese control. Y, por ahora, la gente es tan estúpida que lo cree, ya sea porque se ha enfrentado

Cada vez que un líder político carga contra el periodismo, nos está invitando a pensar que el mundo funcionarí­a mejor sin ese control

al funcionami­ento caprichoso de la prensa o sufre una cierta frustració­n ante la deriva de muchos medios. El periodismo no es una receta para los males estructura­les de un país, sino una lupa de aumento que ayuda a los cirujanos sociales. La perfección no es el silencio, sino aceptar el papel de cada cual en un mundo donde demasiados aspiran a dominar sin ser expuestos a la crítica y el escrutinio. Los periodista­s asesinados son un rastro del discurso impune de la mentira. www.xlsemanal.com/firmas

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