El Periódico - Català - Dominical

EL NOMBRE DE LOS HIJOS

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J.G. A partir de los treinta y tantos empecé a no pasar hambre, es verdad, pero de niño pasé mucha.

J.G. Sí, yo les oía decir en valenciano: «Que el niño no vea esto, tapadle los ojos». Pero yo ya lo había visto todo. Eso de que los niños no se dan cuenta es mentira. Cuando terminó la guerra, tenía miedo a todo, más todavía que durante ella.

J.G. Podría decirse que siempre pinto el mismo cuadro. Pinto el miedo y la soledad del ser humano. No hay mayor soledad que la que se vive en compañía.

J.G. Ahora siento miedo a las imposicion­es, a que te anulen, a que una ley te quite el sentido… Tengo mucho miedo a ser dominado. Siento que me falta libertad para vivir la vida con ilusión y con esperanza.

J.G. Dándome cabezazos contra los cuadros. Los cuadros son como un muro contra el que me doy cabezazos todos los días cuando tengo miedo.

J.G. Totalmente.

J.G. Sí, claro. Estamos viviendo la mejor época que ha vivido el ser humano en esta bolita que es la Tierra. Pero me desilusion­o porque veo lo que podría ser y no es.

J.G. Eran recuerdos de la guerra: siempre en negro y grises, claro. Pero Francis Bacon, a quien conocí, me dijo un día que él quería pintar el drama con colores. La idea me gustó y empecé a usar colores vivos para pintar el drama.

J.G. Sí, sí [se ríe]. Él tiene esa gracia de los Borbones, sí. Y, con esa socarroner­ía, me puso el brazo sobre los hombros y me dijo que él no entendía nada de arte, que la que entendía era la Reina; y me pidió que le explicara uno de los cuadros. Yo le dije que tan solo tenía que mirarlo y decirme qué veía él. Y me contestó: «Aquí veo que te gusta mucho el fútbol, ¿no?». Me quedé tan

XL. ¿Cuándo quiso dedicarse a la pintura?

J.G. Yo no quería ser pintor, quería ser futbolista [su padre jugó en el Algiros y su primo Eduardo Cubells fue uno de los primeros ídolos del Valencia]. Nací muy cerca de Mestalla, desde mi casa se veía el campo de fútbol y no deseaba ser otra cosa que futbolista. Pero mi padre no me dejó, se empeñó en que fuera pintor, porque él fracasó con el balón. ¡Y el cabrón lo consiguió!

XL. Y, sin muchos recursos en la familia, pudo estudiar Bellas Artes.

J.G. Sí, y todos tan contentos, porque en Valencia Sorolla es un mito; y te lo meten en la cabeza desde que eres un niño. En cualquier familia valenciana era una ilusión muy grande tener un pintor «como Sorolla» en casa.

XL. Entró en la Escuela Superior de Bellas de Valencia con tan solo 14 años.

Según Ana: «Pablo fotografía lugares tradiciona­les donde todo está ordenado –museos, biblioteca­s…– y les introduce la naturaleza desenfrena­da como elemento amenazador y destructor».

J.G. Sí, lo hice falsificand­o mi edad porque no se podía entrar allí hasta los 18 años. Todos hicimos trampa: yo dije que tenía 16 y los profesores, como durante las pruebas vieron que pintaba muy bien, me cogieron sin tener 18 y sin saber que realmente tenía 14. Pero yo aprendí mucho más de materiales y técnicas de mis amigos falleros que de los catedrátic­os de la escuela, que eran unos burros.

XL. ¿Y después?

J.G. Pues, como hizo Sorolla, me presenté a una beca pensionada de la Diputación que duraba dos años. Nos presentamo­s 60 pintores y la gané. Me vine a Madrid con 666 pesetas al mes y viví con una familia a la que le pagaba 150 pesetas. A los 19 ya era pintor.

XL. Setenta años más tarde, ¿cuántas horas trabaja al día?

J.G. Ocho o diez, me levanto a las cinco de la mañana. Cuando estoy todavía un poco dormido, es mi momento de creación más pura. Según avanza el día, solo hago cosas de segunda categoría.

J.G. Sí. Cuando me levanto, empiezo a pintar de manera intuitiva porque, cuando lo pienso un poco más, me entra el miedo a pintar. Hoy, además, he dormido poco: me he acostado a las dos de la mañana... y a las dos y media me he levantado porque me vino a la cabeza una idea para un cuadro.

J.G. No, generalmen­te me suelo acostar mucho antes. Hoy ha sido una excepción por las malditas elecciones (se refiere al 26-M). Me acosté a las dos de la mañana, bien jodido por los resultados, pero que muy jodido. Me levanté a las dos y media, cuando me vino la idea, y luego dormí de seis a ocho.

J.G. Es que, cuando se tiene una idea, hay que aprovechar el momento, sea cual sea... porque, si no cuidas las ideas, se van. Yo siempre estoy como un cazador, al acecho.

J.G. Me hierve la sangre cada mañana. Sé que no vale de nada, pero los cabreos me los llevo. Las elecciones ahora se ganan por decir chorradas. ¡A ver quién las dice más gordas! Eso es lo que da votos. Y yo me rebelo.

J.G. Exacto; pero, cuando vino la democracia, vi que no tenía sentido mi militancia al ver a los dirigentes del PCE en sus despachito­s, tan a gusto y acomodados a su nueva situación.

J.G. Que la verdad es un valor que se "Yo quería ser futbolista, pero mi padre no me dejó. Se empeñó en que yo fuera pintor. ¡Y lo consiguió! "

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