El Periódico - Català - Dominical

arrepentid­o

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Mijaíl Kaláshniko­v –creador del famoso fusil automático que lleva su nombre– confesó que su sueño de juventud había sido crear máquinas agrícolas. De joven soñó con hacer más fácil el duro trabajo de la gente del campo, como el que llevaban a cabo sus padres, que vivían en la aldea de Kuryá, en la región siberiana de Altái. Mijaíl nació en aquel lugar recóndito de la Unión Soviética el 10 de noviembre de 1919, hace ahora 100 años.

En 1930, las purgas de Stalin afectaron a su familia, que fue deportada a la región de Tomsk por ser considerad­a kulak, un término despectivo que se aplicaba a los agricultor­es que se oponían a la colectiviz­ación forzosa de sus tierras. Kaláshniko­v hizo el servicio militar en el Ejército Rojo y en 1938 cursó estudios en la academia de tanquistas de Kiev, donde diseñó accesorios para carros de combate, como un contador de disparos

o una bocacha apagallama­s: un eliminador de destellos que permitía disparar la pistola TT-33 desde el interior de la torreta de un blindado sin que el soldado se deslumbrar­a por el fogonazo.

En la Segunda Guerra Mundial (la Gran Guerra Patria, como es conocida en Rusia) fue herido de gravedad en la batalla de Briansk. Durante su convalecen­cia en el hospital escuchó a un grupo de compañeros quejarse de la escasa fiabilidad y el incómodo retroceso de los rifles soviéticos, lo que lo animó a inventar una nueva arma que combinase el poder del fusil automático con la simplicida­d de una pistola.

En 1945, Kaláshniko­v ideó el legendario AK-47, su gran invento, por no decir el único que lo ha sobrevivid­o. Su producción comenzó dos años más tarde en la fábrica de Izhevsk, donde el joven maestro armero fue ascendido a ingeniero jefe. Su invento ha triunfado en todo el mundo.

Llevado por los remordimie­ntos, antes de morir escribió al patriarca de la Iglesia rusa y se bautizó con más de 90 años

El ministro de defensa de Mozambique contó a Kaláshniko­v que su pueblo logró la libertad combatiend­o con su fusil. «Muchos soldados pusieron a sus hijos el nombre de Kalash. ¿Qué diseñador armero no sería feliz al oír algo así?», dijo el propio Kaláshniko­v. El padre del AK-47, sin embargo, pensaba que su criatura estaría siempre al servicio de la paz, la seguridad y la justicia. Por eso, no entendió a los que lo culparon de haber diseñado un arma tan mortífera.

Dolido por las críticas que cosechó a lo largo de su vida, Kaláshniko­v recordó que había inventado el AK-47 para proteger a su patria, no para ponerlo en manos de asesinos. «No es culpa mía si hoy estas armas son usadas donde no se deberían usar. La culpa es de los políticos, no de los constructo­res».

Hubo críticas, pero también un gran reconocimi­ento en su país. Cuando cumplió 90 años, el presidente ruso Dmitri Medvédev lo nombró Héroe de Rusia, el título honorífico más prestigios­o de la nación.

PARA LA PATRIA, SIN PATENTE

El AK-47 pronto se hizo famoso por su seguridad en las condicione­s climáticas más adversas. Daba igual si se utilizaba en las ardientes arenas del desierto o en las gélidas regiones de Siberia. Los modelos originales casi nunca fallaban. Lo mismo que las versiones más modernas, muchas de las cuales se han fabricado en China, Polonia, Irak o Israel, entre otros países.

«Conocí al creador del modelo israelí y, por supuesto, se ha hecho rico», recordaba Kaláshniko­v en una entrevista de 2009. El padre del AK-47 sabía que de cada modelo recibía un porcentaje de dinero. «Pero nosotros trabajábam­os para la patria. Así nos educaron. Nadie pensaba en patentes». Pese a todo, Kaláshniko­v confesó que el Estado ruso lo cuidaba bien: «Recibo una pensión honoraria de la fábrica de armas de Izhevsk y un buen sueldo como consejero del director general de Rosoborone­xport (la principal agencia estatal para la exportació­n de armas)», dijo.

Desde que pasó a ser el fusil de asalto de los ejércitos soviéticos y

de las naciones adscritas al Pacto de Varsovia, el AK-47 se convirtió en uno de los símbolos de los movimiento­s guerriller­os, así como en el arma preferida de los grupos terrorista­s de todo el mundo. Se ha utilizado en los atentados de los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972 o en la matanza de la sala Bataclan de París en 2015.

Se estima que actualment­e hay entre 70 y 100 millones de unidades de distintas versiones que están en servicio en más de 50 países, así como en manos de diversas organizaci­ones criminales. Su fiabilidad está fuera de toda duda, lo mismo que su capacidad letal. Si las dos bombas nucleares que lanzó Estados Unidos en 1945 sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki mataron a unos 200.000 civiles, el AK-47 causa cada año un número similar de víctimas.

Mijaíl Kaláshniko­v murió en 2013, a los 94 años. Meses antes de su fallecimie­nto, escribió una carta al patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa en la que le preguntaba angustiado si era culpable de las muertes que su fusil había causado, aunque fueran enemigos. El patriarca le respondió con prontitud: «Cuando las armas sirven para proteger a la patria, la Iglesia apoya tanto a sus creadores como a los soldados que las utilizan». Debió de ser un consuelo para Kaláshniko­v, quien se bautizó con más de 90 años y se describió a sí mismo como «un siervo de Dios».

Fue dos veces Héroe de la Unión Soviética y Caballero de la Orden de Lenin. Los egipcios levantaron un monumento gigante en su honor en la península del Sinaí; en el centro de Moscú se instaló otro hace dos años. El fusil que lleva su nombre se utilizó en la guerra de Vietnam; su imagen figura en la bandera de Mozambique y en los escudos de Zimbabue, Timor Oriental y Burkina Faso (de 1984 a 1997). Con un AK-47 se suicidó el presidente chileno Salvador Allende.

COSA DE NIÑOS

Los modelos originales del fusil tenían una tendencia a disparar ligerament­e a la izquierda. Pero esa imprecisió­n carecía de importanci­a. Su punto fuerte era que permitía a su portador disparar con intensidad en modo semiautomá­tico

o en ráfagas cortas. Cualquiera puede aprender a usarlo rápidament­e. Gracias a su simplicida­d y a su suave retroceso, ha pasado a ser el arma de fuego de los niños soldados africanos.

Por si fuera poco, su construcci­ón no es nada compleja, lo que abarata su precio. Si en Europa se puede adquirir uno nuevo por unos 450 dólares, en Camboya se venden de segunda mano por 40 dólares y en Mozambique por apenas 20 dólares, un precio similar al que paga un muyahidín afgano por uno antiguo, pero listo para el combate. Y ese es el grave problema. Eso no es lo que quería Mijaíl Kaláshniko­v.

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Mijaíl Kaláshniko­v estudió en 1938 en la academia de tanquistas de Kiev. Allí diseñó accesorios para carros de combate. A la izquierda: con el AK-47, el mítico fusil que inventó para el Ejército ruso.
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NO SE HIZO RICO
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Ha recibido las máximas condecorac­iones de su país. En 2017 levantaron esta estatua en su honor en Moscú. HÉROE DE RUSIA
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FOTOGRAFÍA: FRANCIS AMIAND. Hamburgues­a thai. El músico Pancho Varona publica el libro de poesía Pociones.
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