El Periódico - Català - Dominical
Hoy nos decimos que la victoria del día D estaba cantada, en vista de la superioridad aérea y naval de los
aliados. Sin embargo, en la historia nada está predeterminado. En aquel momento no estaba clara la línea entre el triunfo y el desastre absoluto.
El domingo 4 de junio, el general norteamericano Eisenhower se reunió con los mandos aliados en su puesto de mando de Southwick House, al norte de Portsmouth.
Debían tomar una decisión crucial: aceptar la predicción de los meteorólogos de que el tiempo borrascoso iba a mejorar el 6 de junio –no mucho, pero lo suficiente para entrar en acción–
o posponer todo el operativo. Eisenhower se decantó por seguir adelante. Si hubiera decidido retrasar el desembarco dos semanas, la enorme flota invasora se habría topado con la peor tempestad del canal de la Mancha en los últimos 40 años. No me gustan las especulaciones históricas basadas en preguntas del tipo '¿Qué hubiera pasado si...?', pero es de justicia reconocer que el mapa europeo de la posguerra podría haber sido muy diferente si la gran flota aliada se hubiera visto dispersada por la tormenta. Habría sido necesario emprender nuevos preparativos partiendo de cero otra vez.
Winston Churchill tenía además otras razones para estar de los nervios. Nunca le había gustado el plan de invadir Alemania por el noroeste de Europa. Se lo habían impuesto Stalin y Roosevelt en la reunión de Teherán del noviembre anterior. Desde el siglo XVIII, Gran Bretaña siempre había preferido 'la estrategia periférica': valerse de la Royal Navy para desgastar al adversario numéricamente superior. El sueño de Churchill era partir desde Italia y avanzar por el centro de Europa para prevenir una ocupación soviética; pero los americanos ahora estaban al mando y defendían 'la estrategia continental': el choque masivo de fuerzas terrestres para destruir al enemigo frontalmente.
Eisenhower leyó el parte meteorológico y decidió actuar el día 6. Si lo hubiera pospuesto, una tempestad habría arruinado la operación