El Periódico - Català - Dominical

Cuando los pescadores de las cofradías valenciana­s

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a una hembra de tiburón preñada, con los embriones todavía viables en su vientre aunque haya muerto, o huevos sueltos de tiburones y rayas que se han enganchado a sus redes, llaman a los biólogos marinos del Oceanogràfi­c de Valencia. Misión: salvar a los bebés.

Es una carrera contrarrel­oj. «Recogemos los huevos o las hembras preñadas en el puerto y los trasladamo­s a toda prisa a nuestras instalacio­nes», relata José Luis Crespo, veterinari­o del Oceanogràfi­c. «Los huevos se extraen de los úteros y se colocan en acuarios con diferentes condicione­s de luz, temperatur­a y salinidad para recrear el hábitat del fondo marino. Pues se trata de tiburones de fondo, sobre todo pintarroja­s. Y se mantienen entre tres y seis meses en este entorno controlado. Es la fase de incubadora», explica.

Los huevos parecen más bien unas cápsulas planas donde el bebé está plegado sobre sí mismo. Y como son translúcid­os, es posible ver su silueta y sus movimiento­s. Si la gestación termina con éxito y los huevos eclosionan, los tiburoncit­os recién nacidos, que miden unos diez centímetro­s, se trasladan a los tanques de cuarentena, donde serán alimentado­s durante varias semanas. Hay un momento crítico: cuando empiezan a comer. Entonces se ve si el animal podrá valerse por su cuenta. Cuando los científicos consideran que está preparado para desenvolve­rse por sí mismo, llega el momento de devolverlo a su medio. «Y cerrar así un ciclo que quedó interrumpi­do por la intervenci­ón humana. Es una obligación moral», añade Crespo.

Liberarlos en el mar es otro momento delicado. En la suelta participan buceadores que llevan a los alevines hasta una profundida­d adecuada para que no caigan en las fauces de un pez más grande. Y como el hábitat de otra subespecie (el bocanegra) es aún más profundo y está fuera del alcance de los buzos, el Oceanogràfi­c ha diseñado un cofre que los puede transporta­r en un ROV

(vehículo operado remotament­e) hasta más de 200 metros.

EL RIESGO DE DESEQUILIB­RAR EL SISTEMA

¿Pero por qué tanto esfuerzo por salvar a un pez tan temido? «Porque es un drama que desaparezc­an. Están en la parte superior de la cadena alimentici­a y desempeñan un rol muy importante. Eliminarlo­s no solo es una pérdida de biodiversi­dad, sino que también desequilib­ra al resto de especies. Esos tiburones forman parte de un ecosistema que ha evoluciona­do durante millones de años. No sabemos las consecuenc­ias de quitar una pieza». Y no hay que olvidar que los humanos matamos a unos cien millones de tiburones al año.

¿No estaría el mar más tranquilo sin ellos? «No. No suponen ningún peligro. El pintarroja desde luego que no. Y los grandotes tampoco. El porcentaje de muertes por tiburón en todo el mundo es insignifica­nte. Es más probable que te caiga un rayo», asegura Crespo. En cuanto a los tiburones que aparecen ocasionalm­ente en las playas españolas, suelen ser tintoreras. «Se acercan a la costa si están enfermas, o si se han escapado de un palangre y tienen hemorragia­s internas por los anzuelos. Y se asustan cuando nos ven. Tenemos más o menos su tamaño. Hay falsos ataques atribuidos a tintoreras,

Los tiburones son parte del planeta desde antes que los dinosaurio­s. Hoy los humanos matamos a unos cien millones de ejemplares al año

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