El Periódico - Català - Dominical

La belleza de las cosas oxidadas

- por Isabel Coixet www.xlsemanal.com/firmas Instagram: Isabel.coixet

nunca estoy preparada para resumir en pocas líneas las películas que hago. Siempre pienso que si pudiera explicarla­s en pocas líneas ya no tendría que rodarlas. Se acerca la agonía de un nuevo estreno y me enfrento una vez más a las inevitable­s preguntas: ¿qué has querido decir con esta película?, ¿de dónde sale la idea de la película?, ¿qué te empujó a hacer esta película? Con suerte, nadie me preguntará por qué esta película y no otra, que es otra cosa que me deja profundame­nte desconcert­ada. Las cosas nunca son tan sencillas: una película no es solo el fruto de una de una sola idea o impulso. Una película es la destilació­n de muchas ideas, de muchos momentos vividos, de muchos paisajes, de muchas atmósferas, de cosas que te han pasado, cosas que has querido contar, cosas que te hubiera gustado vivir, cosas que te hubiera gustado que te contaran o incluso que te pasaran. Nieva en Benidorm nació como proyecto hace años en forma de un documental sobre la especulaci­ón inmobiliar­ia en toda la costa mediterrán­ea que –por muchos motivos (entre ellos que casi nos rompen la cámara al equipo que lo empezamos)– no fue adelante, como tantos otros proyectos que se quedan en el camino. Y, sin embargo, tras ese primer viaje a Benidorm, algo se me quedó dentro: una historia que empezó a gestarse cuando vi a una mujer y a su hija, artistas en un bar con actuacione­s, salir con una chaqueta en la mano y una maletita, camino de otro club, mientras en el escenario quedaba un imitador de Elvis, con acento británico, cantando y moviendo la pelvis ante un público entregado, entre los que se hallaba una joven pareja con un bebé de meses y un grupo de jubiladas inglesas enfervorec­idas. Cuando volví de la Costa Blanca, no se me quitaba de la cabeza ese club, ese Elvis de Manchester, esas dos mujeres yendo con sus bártulos de club en club. Tampoco podía olvidar el coro de hombres y mujeres que cada día cantan canciones populares en la playa con una entrega envidiable. Y los cochecitos eléctricos invadiendo las aceras. Y los hombres y las mujeres octogenari­os cruzando erguidos la playa, cogidos de la mano. Una película nace así: de momentos, de situacione­s, de ideas a veces contradict­orias que construyen un marco donde personajes de ficción deambulan, se enfadan, aman o sueñan. La película empieza con un hombre de una cierta edad que apenas ha vivido y asistimos con él a su descubrimi­ento de la vida, de la vida por la que merece la pena vivir, en el impresiona­nte marco de una ciudad que parece salida de un libro de J. G. Ballard: Benidorm. La película habla de desengaños, de inocencia, de segundas oportunida­des cuando ni siquiera has tenido la primera. Habla de las personas que se vuelven locas, no de amor, sino de la falta de él. Habla de encontrar el amor en un momento en la vida en que crees que el amor ya no existe. Habla de cantar en la playa a pleno pulmón y de unir tu voz a

Se acerca la agonía de un nuevo estreno y me enfrento una vez más a las inevitable­s preguntas: ¿qué has querido decir con esta película?

la de otros. Habla de sueños rotos y de oportunida­des perdidas. Habla de nubes, de niebla, de sol cegador. Habla de gambas y de arroz negro y de té, del maldito té.

Habla de la belleza de las cosas oxidadas, de eso fundamenta­lmente creo yo que habla... ■

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