El Periódico - Català - Dominical

Cuánta frustració­n

Tetuán, 66 años. No me cabe una definición: soy cantante, actriz, modelo, presentado­ra, tertuliana… Estreno en Madrid 'La última tourné', con Alaska, Mario Vaquerizo y Manuel Bandera.

- por David Trueba www.xlsemanal.com/firmas

hace unos días, un par de actores me contaron que habían incorporad­o un artículo escrito por mí en un espectácul­o teatral que quería ser un repaso por el mundo en que vivimos. Como soy de los que reciben el halago con el entusiasmo que merece, de inmediato consideré a este par de actores dos cumbres de la inteligenc­ia y los máximos representa­ntes de la buena salud de su oficio. Poco después me paré a pensarlo y evidenteme­nte rechacé la invitación a asistir a su representa­ción. Pues en eso comparto con Groucho Marx la máxima de que no me gustaría ser miembro de un club que me admitiera a mí como miembro y si de algo no quiero ser espectador es de mí mismo. Para mi sorpresa, la actriz principal me contó que al finalizar de pronunciar mi texto, el público presente en la sala, separadito y amordazado por la mascarilla, irrumpió en un aplauso unánime. Alertado, corrí a buscar el artículo en concreto, pues no lo recordaba. Tengo la buena costumbre de olvidar el artículo que escribo en el momento mismo en que lo envío a redacción. De hecho, varias veces me ha ocurrido que los vigilantes de la publicació­n me han llamado alertados porque les he enviado el mismo de la semana anterior. En las raras ocasiones en que alguien me felicita en persona por un artículo pongo cara de póker, porque realmente no tengo ni idea de a qué pieza se refieren. Aun así, lo agradezco enormement­e, ya digo, no soy de esos pervertido­s que ante un elogio, piden dos.

Al releer el artículo entendí algo más de lo que había sucedido. Los aplausos no eran de admiración, eran de frustració­n. Claro, no era mérito mío. Mi monserga no consistía más que en una exigencia a las autoridade­s allá por el mes de julio para que prestaran más cuidado a la situación de la atención primaria. Les recomendab­a que se dejaran de disputas y necedades en torno al virus, que no pusieran a la gente en la espera histérica de una vacuna, ni llamaran a normalizar lo que no puede ser de ninguna manera normal. Lo único que yo hacía era urgirles a que corrigiera­n casos tan habituales en las grandes ciudades españolas como que una pediatra tenga a su cargo mil niños. La representa­ción tuvo lugar en Madrid y había que ponerse en la piel de los madrileños asistentes. Nunca el prestigio de Madrid ha estado tan hundido como en las últimas semanas. Han visto cómo, desde el verano, los repuntes de casos en Cataluña, Aragón y Andalucía eran tomados por las autoridade­s de Madrid a chacota. Su índice de rastreador­es y sanitarios por persona era tan ínfimo que la prioridad de su gestión era 'madrileñea­r'. Madrileñea­r consiste en acostarse tarde y sin la tarea hecha, pero confiando en que tu gracia y salero resolverán el problema al día siguiente. Pues bien, los madrileños que en julio padecieron mi artículo prudente y previsor, se encontraro­n en septiembre abochornad­os y heridos, bajo unos índices de contagio del virus dignos del tercer mundo.

Por eso aplaudían, supongo. Hartos y frustrados. Porque piensan que si ellos mismos y un articulist­a de cuarta habían sido capaces de predecir lo que iba a ocurrir, la tarea de las autoridade­s quedaba en evidencia. La crisis sanitaria madrileña es un ejemplo de cómo hacer politiquer­ía con la salud es nefasto. No ha habido un día desde marzo pasado en que los médicos y profesiona­les de la salud de la capital no hayan advertido sobre la masificaci­ón de la atención primaria y su precarieda­d. Un día tras otro, insistían en que se necesitaba incorporar personal, racionaliz­ar la asistencia y evitar las colas y el abandono. Sin embargo, el dinero se destinaba a caprichos de empresas

No ha habido un día desde marzo en que los médicos de la capital no hayan advertido sobre la masificaci­ón de la atención primaria

privadas. Mi artículo alertaba sobre la capacidad de los malos gobernante­s para convertir lo complicado en imposible. Con el coronaviru­s nos ha pasado. Y no es para festejarlo ni para que cada cual elija su bando político y culpe al de enfrente de todos los males. No, se trata de abrir paso a la inteligenc­ia allá donde se topa con mediocrida­d, oportunism­o y bloqueo. Nunca fue tan evidente que necesitamo­s conocimien­to y talento al mando de las máquinas.

Xlsemanal.

Esta función es sobre las vedettes de los años 90.

Bibiana Fernández. Sí, es una sátira en la que las actrices se ven obligadas a reinventar­se o a retirarse, porque la revista se acaba.

XL. Una bailarina más joven quiere 'levantarle' el amante y el sitio en la compañía a su personaje...

B.F. Sí, pero una vedette de verdad jamás acepta ceder el paso a una más joven, y menos si le ha quitado el hombre.

XL. Félix Sabroso, Alaska, Mario y Manuel Bandera son ya parte de su familia.

B.F. Totalmente. Como no tengo familia natural, la he tenido que ir haciendo por el camino a base de amigos. Ahora la familia se ha ampliado con Cayetano Fernández, un amigo y un actor estupendo.

XL. Una curiosidad, ¿usted consigue quitarle la palabra a Mario Vaquerizo? B.F. No, tenemos incontinen­cia verbal. Podemos hablar compulsiva­mente uno encima del otro, incluso de cosas distintas, y entenderno­s [ríe]. Alaska no quiere hacer de moderadora porque ya lo padece y lo disfruta en casa, y

Manuel es hombre de pocas palabras.

XL. Malos tiempos para la lírica, ¿no? B.F. Para casi todo, y los políticos están dando muy mal ejemplo. A mí, que soy hija de la Transición y vi consensuar a políticos tan dispares como Pasionaria o Herrero de Miñón, me decepciona ver que hoy son incapaces de acordar una gestión para la pandemia. Nos han quitado la fe en la política.

XL. La gira de esta obra la interrumpi­ó el confinamie­nto, ¿cree que ahora conseguirá­n estrenar en Madrid?

B.F. No lo sé, la incertidum­bre es tremenda; pero no me puedo quejar. Yo no estoy viviendo mal, pero sí mucha gente de este sector que depende de nosotros. Es una desolación, pero, pese a todo, soy absolutame­nte optimista.

XL. ¿Qué razón tiene para serlo?

B.F. Mi vida me ha dado miles de argumentos para el optimismo: se han ido cumpliendo todos mis sueños desde los 14 años. No soy depresiva, pero si veo que la vida se me complica, me tomo un pastillón y lo resuelvo [ríe].

XL. ¿Tiene tan buen carácter como parece? B.F. ¡No! La dulce rubia por fuera lleva dentro un gorila. Y no tengo término medio: cuando se me elevan las pulsacione­s, paso de la danza al crimen.

XL. ¿Miente cuando la entrevista­n?

B.F. ¡No! No tengo trampa ni cartón y respondo a casi todo. A mi edad, lo que me queda es la verdad como bandera. Vivo sola con mis tres perras, me he vuelto indulgente conmigo misma y no voy a hacer trampas al solitario.

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