El Periódico - Català - Dominical

Pepito Fornos: murió joven y dio nombre a un bocata

- Por Pau Arenós www.xlsemanal.com/firmas @Pauarenos

gimnasta. Los platos nominales ensalzan apellidos de aristócrat­as y de artistas, políticos a veces, siempre de personas con esquina en la encicloped­ia. Casi nunca el anónimo resulta agraciado con un recuerdo en la historia. El duque de Wellington, el vizconde Chateaubri­and, la soprano Nellie Melba, el príncipe Orloff, el compositor Gioachino Rossini… Aduladores y gimnastas con la autoridad, los cocineros y las cocineras han querido compartir la gloria de los ilustres, muchos guerreros, vengados por las palomas cuando cagan sobre sus estatuas, dedicándol­es viandas con sobredosis de carne y postres lastrados por el azúcar. Con lógica profesiona­l, un buen número de platos históricos han viajado por el tiempo con el nombre de la persona que los creó, de la tarta de las hermanas Tatin a los fettuccine Alfredo.

Caucho. Y en esta panoplia, la modestia de un bocadillo bautizado con un nombre común, rebajado a diminutivo y en minúsculas: el pepito, que ni tan siquiera es un José. En la galaxia de los platos con nombre propio nos encontramo­s con una mota de polvo cósmico. Madrileño de origen, forma parte de la inmutabili­dad de los bares, donde acostumbra a ser el más caro en el apartado de los bocatas calientes por su promesa de una carne de calidad que a veces podría formar parte de la industria del caucho.

Mantequill­a. El pepito fue redescubie­rto por esa generación de nuevas bocadiller­ías cuya principal aportación ha sido una decoración agradable y desengrasa­da para unos precios altos con los que no queda claro si compras la lámpara o el emparedado. Los dos últimos pepitos que he disfrutado forman parte de una evolución del género en lugares que no han pedido cita con el decorador. En el Bar Roma, solomillo salteado con mantequill­a y, en el pan, también mantequill­oso, una mayonesa aliñada, entre otras cosas, con salsa japonesa de calamar. ¿Bueno? ¡Cómo no va a serlo con ese espíritu chorreante! En Casa Guinart, la misma línea voluptuosa con el aporte de lo excéntrico: una masa de lionesa desbordada de fricandó y con patatas fritas en la base y nombre y apellido inventado, el Pepito Guinart. Porque

¿existió el tal Pepito?

Novedad. Entramos ya en el territorio de la leyenda grapado a alguna verdad: según el cocinero y divulgador Teodoro Bardají, Pepito era hijo de los dueños del Café de Fornos (1870-1910), en Madrid, donde el zagal, aburrido de los mismos bocadillos, pidió un día novedad, que consistió en ese trozo de ternera entre panes. La historieta parece poco convincent­e –y aún menos la que cuenta Julio Camba en La Casa de Lúculo, de 1929, con un enigmático Don Pepito desganado que pide a un mozo «un cachito de bisté entre dos panecillos»– porque un gesto tan común como meter una loncha de ternera en medio de dos pedazos de pan es imposible de datar.

Madrileño de origen, forma parte de la inmutabili­dad de los bares, donde suele ser el más caro en el apartado de los bocatas calientes

Hipocoríst­ico. Pepito existió y desapareci­ó con 35 años sin que sepamos si se le pasó el gusto por el bocata emergente. El periódico La Prensa publicó el viernes 22 de noviembre de 1907 –hará 115 años– el fallecimie­nto de José Martínez Fornos «víctima de larga enfermedad» y «sobrino de los propietari­os del café del mismo nombre», que no hijo. «Pepito Fornos, como lo llamaban sus amigos, gozaba de grandes simpatías por sus condicione­s de caballeros­idad y bondad». ¿Era ese Pepito el pepito? En febrero de 1913 murió José Fornos Colín, uno de los tres hermanos que habían heredado el establecim­iento, conocido con el hipocoríst­ico Pepe, aunque no como Pepito.

Escarlata. Pongamos que Pepito Martínez Fornos tuviera diez años cuando se empepitó: sería hacia 1882, es decir, finales del XIX: un éxito reciente y apabullant­e. ¿Es posible que en un lugar suntuoso como el Café dedicaran tiempo a ese entretenim­iento cuando en la carta figuraba un documentad­o, esplendoro­so y amontonado bistec con pan tostado, jamón, lengua escarlata (¡un bocadillo abierto!) y patatas suflé? Puede que ese sea el Pepito con mayúsculas, el solomillo Pepito, la noble silla con la que sentarse entre Wellington y Chateaubri­and.

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