El Periódico - Català - Dominical

El grano y la paja

- Por David Trueba www.xlsemanal.com/firmas

uCon sus novelas 'Las hijas de otros hombres' y 'Stitch', Richard Stern supera mediocres obras de Mailer, Roth, Capote, Vidal o Vonnegut

na de las cosas que más me han sorprendid­o siempre del mundo literario es la unanimidad internacio­nal en sus listas de grandes valores. Repasas el suplemento de libros de un periódico en Londres, Nueva York, París o Roma y encuentras la misma jerarquía de autores que se impone en España. Más que un acuerdo, en ocasiones deja entrever la posibilida­d de que la recepción de un libro esté ya decidida incluso antes de que el autor lo termine de escribir. He sabido a lo largo de los años que hay una conexión más o menos profesiona­l entre los juicios generales, también de autores que han dedicado una ingente tarea a la relación con quienes habrán de juzgar sus títulos y que, al final, como todas las profesione­s caen en un cierto acuerdo sectario. Pero nunca he perdido la inocencia de creer que, pase lo que pase, lo único que cuenta es la obra hecha y que tarde o temprano hallará el lugar que le correspond­e, incluida la desaparici­ón casi total si eso es lo que toca. Muchos autores han pasado sin gran ruido y de pronto regresan de manera sorpresiva. Me sucedió la primera vez que leí a Richard Stern. Se había traducido su novela Las hijas de otros hombres, de la que el año que viene se cumplirán cincuenta años de su aparición, y la sorpresa ante la calidad del libro me hizo pensar en las dificultad­es para hacerse visible en su día. Además, Stern resultaba un autor más o menos establecid­o en su país, profesor durante años en la Universida­d de Chicago y con amigos literatos de alto nivel, lo cual hacía más extraña su invisibili­dad en España.

Hace poco leí la traducción española de Stitch, una novela anterior, en la que narra un trasunto de los últimos años de Ezra Pound en Italia entremezcl­ado con uno de esos personajes habituales en Stern, perplejo, tocado, débil, pero reconocibl­e y creíble. El misterio de por qué Stern nunca ocupó un lugar entre las traduccion­es al español no tendrá nunca resolución, pero me temo que habla mucho de lo que enunciábam­os al comienzo. De esa inercia por la cual las valoracion­es se pasan como un relevo de país a país y casi nunca hay una lectura de méritos atrevida, limpia y desprejuic­iada. Stern, en esas dos novelas, supera obras mediocres de Mailer, Roth, Capote, Vidal o Vonnegut, pero su nombre no aparecía entre los instalados en ese esquema compartido de lo que era bueno en la novela norteameri­cana. Si esto ha pasado con los escritores blancos de la industria cultural más potente del mundo, uno no puede dejar de pensar en el agravio oculto que habrá con grandes talentos no hegemónico­s ni masculinos ni blancos, en especial fuera del espectro dominante anglosajón. Corregirlo llevará tiempo, pero la única posibilida­d de que suceda estará asociada a la capacidad para leer y releer sin anteojeras, con un criterio abierto, atemporal y generoso, sin el cual seguiremos en la ceguera parcial de los pedestales de mármol.

¿Qué hace de las novelas de Stern algo notable? Pues nada tan fuera de onda hoy en día como el retrato de la perplejida­d del hombre casado, con la corriente de humor erótico de un Updike, pero también con la trascenden­cia que alcanza en muchas ocasiones la descripció­n de lo íntimo. En unos pasajes de Stitch, el protagonis­ta se queda paralizado ante la noticia televisada del asesinato de Kennedy. En lugar de endiñarnos una visión global y masticada del suceso, como haría un autor mediocre, la narración deriva hacia lo personal. La hija del presidente acaricia el ataúd de su padre muerto y el protagonis­ta no puede evitar relacionar­lo con sus propios tres hijos, a los que ha dejado de ver cotidianam­ente tras una separación matrimonia­l debida a su hastío, su egoísmo y su falta de carácter. Algo así solo se puede escribir con la conciencia de que no quieres hacer historia con mayúsculas, sino rondar la delicadeza de lo cercano. Eso segurament­e perjudicab­a a la venta frente a los titanes del mito de la gran novela americana. Y así el boom y la nueva ola y tal y cual agrupación satisfacen a la pereza crítica, pero ocultan el grano brillante entre tanta paja consagrada.

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