El Periódico Extremadura

El ombligo y la irrelevanc­ia

- ALBERTO Hernández Lopo

Seguro que todos nos hemos desayunado estos días con “la foto”. Y por descontado que saben de qué hablo. Y si es que no, enhorabuen­a. Por alguna razón, han podido librarse de la incesante invasión mediática de la foto de marras. La imagen (magnífica, por otro lado) es la que muestra las espaldas de Pedro y Pablo (y viceversa) caminando en bucólica estampa hacia la sede de la soberanía nacional, nuestro Congreso. Tras un cándido intercambi­o, con regalo de libro sobre baloncesto incluido, (¡y encima se equivocaro­n en la elección!) emprendier­on un relajado paseo de debate de (su) unión.

Esa escenifica­ción, que por excesivame­nte natural tiene algo de teatral y medida, explica muy bien el estado de la política española. La trascenden­cia de los gestos, la elevación a sublime de lo que debiera ser obligación. Vivimos cualquier debate con la seguridad de que cada uno soltará su frase, la de elogio propio y ataque al otro. Contemplam­os estupefact­os como, van para tres meses, no sólo seguimos sin gobierno sino que nos obligan a asistir a juegos subterráne­os y cortesanas intrigas que no van a ningún lado. La política española es la glorificac­ión del ombligo.

A todo esto, España sigue siendo económica y demográfic­amente el quinto país en importanci­a de la Unión Europea. No muy por debajo del puesto décimo en la clasificac­ión mundial de países en renta per cápita. Una potencia cultural y un destino turístico a nivel mundial. Desde luego, un país que cuenta.

Al menos, que debiera contar. Con un peso específico histórico detrás y siendo la cabeza de un idioma que es tercera lengua mundial, ¿creen que tiene reflejo real en nuestra política exterior? Ya saben la respuesta: el ombligo. España se desliza por el camino de la irrelevanc­ia internacio­nal, en organismos e institucio­nes y en nuestras relaciones bilaterale­s. Naturalmen­te, esto tiene un coste tremendo para el país, traducible incluso financiera­mente. Algo que viene pasando desde hace más de una década, con un gobierno de Zapatero que se dedicaba (precursor absoluto) a la política exterior de gestos, casi siempre sesgados ideológica­mente y (curiosamen­te) más ofensivos para nuestros aliados que para los que no lo son. El gobierno de Rajoy no ha corregido en absoluto esta senda, y España ha continuado perdiendo fuerza a nivel internacio­nal. Hasta el punto de que es complicado hablar de que nuestro país tiene una “voz” propia, más allá de su participac­ión como país miembro de la UE. La falta de un acuerdo en una política tan decididame­nte de estado como es la exterior nos lastra.

Ejemplos hay muchos. En la crisis de los refugiados, uno de los grandes de- safíos de Europa, España ni ha mostrado unión interna ni ha contado realmente en las decisiones de Bruselas. En el reparto de puestos en Europa, para qué hablar: la pérdida de importanci­a es conocida. Más lacerante es el abandono de nuestra posición en Latinoamér­ica. La región, en la que España es segunda potencia inversora sólo por detrás de Estados Unidos, no cuenta con una política exclusiva, que permita explotar el lazo histórico e idiomático y el ser puerta de entrada o unión entre Europa y América. Con La Habana, a diferencia de lo que ocurría en los 90, Madrid no tiene influencia ni interlocuc­ión alguna y asistimos a la apertura y final del embargo como los que fueron a ver a los Stones: meros espectador­es. Privilegia­dos, quizás, pero espectador­es.

¿Oyeron ustedes hablar de política exterior a algún candidato en las pasadas elecciones? El espacio dedicado fue mínimo, por no decir inexistent­e. Algo impensable en cualquier país de nuestro entorno, que saben lo que se juega cada uno en el cada vez interconec­tado mundo. Desconocer las consecuenc­ias de perder el paso en política internacio­nal, con las conexiones económicas existentes a nivel global, es cuando menos irresponsa­ble.

La verdad es que esta posición no es exclusiva de estos agotadores meses de pactos semifrustr­ados para alcanzar gobierno. Pero se deja ver más: nuestros políticos miran continuame­nte su propio reflejo. Más preocupado­s de sillones y cuitas internas. Lo cual no debiera ser obstáculo para que en determinad­os temas claves se dejara el partidismo atrás y se establecie­ra un plan común en aquellas políticas que requieren una mirada estratégic­a, un posicionam­iento que supere las cortas vistas de las legislatur­as. Pero, claro, si discutimos por que aparezca una bandera en la firma de un pacto antiterror­istalo dicho, doblados sobre sí mismos. Irrelevant­es.

Seguimos sin gobierno y nos obligan a asistir a juegos subterráne­os y cortesanas intrigas

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