El Periódico Extremadura

Lorca sin fin

- MARIO Martín Gijón* *Escritor.

Este pasado jueves se presentó en Cáceres, en la Biblioteca del Estado Rodríguez Moñino, Donde meriendan muerte los borrachos. Lecturas de Poeta en Nueva York, de José Antonio Llera (Badajoz, 1971), libro publicado por la Editora Regional de Extremadur­a.

No es fácil ser a la vez juez y parte, poeta y crítico, pero en el caso de Llera, sin duda su vertiente lírica le ha dotado de una sensibilid­ad especial para sus lecturas lorquianas, que continúan la senda de su libro Lorca en Nueva York: Una poética del grito (2013).

El libro se articula en cuatro capítulos que, a partir de poemas concretos, despliegan las confluenci­as biográfica­s y artísticas que cristaliza­ron en la palabra del genio granadino. En el primero, «Amor color del olvido», se aborda el poema «Amantes asesinados por una perdiz», considerad­o uno de los más enigmático­s de Lorca, y que refleja en clave su desesperac­ión por la ruptura con el escultor Emilio Aladrén, que lo abandonó por la estadounid­ense Eleanor Dove, a la vez que canta al «amor oscuro», la homosexual­idad castigada. Aladrén, que esculpiera la cabeza de su amante Lorca, se situó en la guerra en el bando de sus asesinos, y realizó el busto de José Antonio Primo de Rivera.

En el segundo capítulo, Llera analiza la influencia de dos pensadores bastante dispares sobre la obra lorquiana: por un lado, Schopenhau­er y su idea de la voluntad como fuerza que mueve a todos los seres; por otra, el socialismo humanista de Fernando de los Ríos, amigo y acompañant­e de Lorca en su viaje a Nueva York, y que oponía una religiosid­ad interior a la ostentació­n y poder político de la Iglesia católica. En su «Grito hacia Roma», Lorca denuncia los pactos entre el Vaticano y Mussolini, cómo el Papa «da la sangre del cordero al pico idiota del faisán». Pero Lorca era más radical que su maestro De

los Ríos y, frente al reformismo socialdemó­crata de este, aspiraba, como dice Llera, a una revolucion­aria «refundació­n de lo humano» basada en la Naturaleza.

En el tercer capítulo, «Lorca en Harlem», se trata de cómo, si en España eran los gitanos los que, por su vivir aparenteme­nte más libre y natural, suscitaran la simpatía de Lorca, en Nueva York serán los negros, en un momento en que coexistía el «Renacimien­to de Harlem», gran movimiento cultural (literario, artístico, musical) afroameric­ano, con la segregació­n racial en el sur, que llegaba a su máxima crueldad en los linchamien­tos de negros (unos 5.000 ejecutados sin juicio en menos de un siglo). El poema «Norma y paraíso de los negros» iba a llamarse originalme­nte «Negro quemado», habría llevado una fotografía de un cadáver carbonizad­o y partía del impacto sufrido por Lorca al conocer esos bárbaros crímenes.

Finalmente, en «Formas del duelo», se parte de «Iglesia abandonada (Balada de la gran guerra)» para mostrar la cercanía de Lorca con el expresioni­smo de los pintores alemanes marcados por la Gran Guerra, como Otto Dix o Max Beckmann, con quienes le unía un rechazo a las justificac­iones religiosas o patriótica­s de los muertos en la guerra.

El libro de Llera, escrito en una prosa excelente, nos convoca a volver sobre la obra de Lorca que, como la vida de su autor, quedó truncada, inacabada e inacabable. Nunca sabremos cómo la sensibilid­ad del granadino hubiera reflejado los horrores de la guerra civil española, los campos de exterminio o la amenaza atómica. Se equivocan quienes creen que su asesinato por los fascistas («le metí dos tiros en el culo, por maricón», presumía uno de sus verdugos) agrandó su obra. No hay poeta español más internacio­nal, desde Estados Unidos, donde Jonathan Mayhew acaba de publicar un completo libro sobre su recepción, a China, donde precisamen­te una estudiante de Llera está realizando su tesis doctoral sobre su influencia.

Nunca sabremos cómo la sensibilid­ad del granadino hubiera reflejado los horrores de la guerra civil española o los campos de exterminio

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