El Periódico Extremadura

Sarajevo

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no les entrega la cuenta.

Camino por Saraci, la calle principal del bazar y compruebo que la historia se ha detenido. La mezquita de Gazi Huserv-Beg está abierta. Entramos y observamos a los fieles arrodillar­se frente al Mihrab. Es un jardín encantado al que los curiosos tienen acceso. Se reza entre susurros y algunos paseantes, bajo los árboles, leen novelas en alemán. El color de la piedra es blanco, una roca mojada por las múltiples fuentes que reciben al creyente. Los ríos de la vida y de Dios. Siguiendo el recorrido, la calle trasmuta en la Europa elegante del siglo XIX. Saraci se convierte en Ferhadija, una avenida ancha, llena de comercios modernos de telefonía y cervecería­s. La metamorfos­is de la ciudad ha sido total.

Ha pasado de Las mil y una noches a Berlin Alexanderp­latz en cinco metros. En 1878, el Tratado de Berlín puso fin a tres siglos de dominación otomana. Bosnia pasaba a formar parte del Imperio Austrohúng­aro. El águila de los Habsburgo dominó un territorio más propio de la leyenda que de la burocracia vienesa. La ciudad creció y se impuso a las montañas que la rodean, en los Alpes Dináricos, donde antes solamente el hombre se había atrevido a construir sus cementerio­s.

El final de la marcha Radetzky en las calles de Sarajevo es de sobra conocido. En el Puente Latino sobre el Miljacka, a cinco minutos de paseo, Gravrilo Princip disparó al archiduque Francisco Fernando y su esposa, Sofia Chotek. Comenzaba la I Guerra Mundial en una ciudad que apenas participó en el conflicto y que gustaba de las guerras. No habría soldado en Verdun o en las Dolomitas que no se acordase del nombre de Sarajevo, escapando de las trincheras.

Pero para ser una ciudad pacífica sufrió un siglo XX atroz. Si este se inauguró con la sangre de un heredero imperial en el Puente Latino, el mismo siglo concluyó con el asedio de más de mil días de las tropas serbias de Milosevic. El resultado fue fatal. Diez mil muertos. Una ciudad descosida en todos sus barrios, presa de los francotira­dores (incluso hay una avenida en la parte moderna llamada así), que vio arder su biblioteca, el mayor legado cultural que Sarajevo ofrecía al mundo.

La guerra de los Balcanes fue especialme­nte violenta en Bosnia y en su capital, y al viajero le sorprende porque no ha visto mejor ejemplo de convivenci­a en todos los viajes que ha realizado. En Sarajevo uno encuentra una mezquita, una iglesia ortodoxa, una iglesia católica y una sinagoga en menos de doscientos metros.

Antes de que caiga la noche en Sarajevo, subimos al Bastión Amarillo. Dejamos a un lado uno de las decenas de cementerio­s que rodean la ciudad. Muertos antiguos y muertos nuevos. De todos lados, que un día acudieron a Baš?aršija a tomar café, vienés o turco. A esta ciudad, pienso, no le convence como la ha tratado la historia. Y se hace de noche sobre las dos orillas del Miljacka.

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Las palomas es uno de los símbolos de Sarajevo en Bašcaršija junto a la Sebilj.

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