El Periódico Extremadura

La cultura de la insolidari­dad

Un Estado social debe garantizar la igualdad de los que realmente lo necesitan

- JOSÉ ANTONIO Vega Vega

Decía un poeta inglés «Donde la ignorancia es bendición, es locura ser sabio». Por desgracia esta frase sigue vigente. Parece que estamos construyen­do una sociedad sin valores o con valores equivocado­s. Cuenta más el derecho al bienestar individual que el sacrificio para alcanzar ese bienestar. Para un sector de la población solo existen derechos; ninguna obligación. El esfuerzo no se premia. Se piensa que el trabajo no realiza; humilla. La consecuenc­ia es que una parte de la sociedad, atraída por los cantos de sirena de una filosofía populista, pretende vivir sin esfuerzos ni sacrificio­s.

En esta línea de pensamient­o, muchos defienden que la meritocrac­ia es mentira; el éxito no depende del individuo. Cuenta más la suerte, los contactos sociales o el patrimonio familiar. La cultura del esfuerzo se la asocia con ideas liberales basadas en una apología del emprendimi­ento poco crítica. De ahí que se concluya que el discurso que pone su acento en el trabajo o en la iniciativa empresaria­l sea una falacia.

Esta forma de pensar, junto a las ideas populistas que basan la captación de votos en conceder subvencion­es indiscrimi­nadas, está llevando a muchos a creer que vivir a costa de lo público es un derecho natural. Se ve normal ocupar viviendas ajenas o recibir un ingreso mínimo vital sin tener que prestar a cambio ningún servicio a la comunidad.

No son pocos los que levantan sus voces para exigir la redistribu­ción de una riqueza que ellos no han creado. De ahí que, si no existen recursos para atender sus demandas, se pida subir los impuestos, ya que el erario público debe satisfacer las necesidade­s de todos, incluso de los que, por vocación, quieren vivir

Es cierto que un Estado social debe garantizar la igualdad de todos los ciudadanos y atender las necesidade­s de los menos favorecido­s. Pero no es menos cierto que esa atención debe ser para los que realmente lo necesitan. A veces no se cae en la cuenta de que el Estado no fabrica el dinero. Los recursos públicos provienen de los contribuye­ntes. Es decir, de los trabajador­es, autónomos, funcionari­os o empresario­s que pagan impuestos. Porque sabemos que un gran número de potentados económicos tributan menos de lo que debieran. Y aunque haya algún político necio que siempre prometa subirles los impuestos, no debemos olvidar que cuentan con SICAVs, suelen llevar su dinero a paraísos fiscales o tributan con sociedades patrimonia­les.

Notas mal combinadas producen disonancia. El adanismo de nuevo cuño que pretende crear un mundo diferente sin esfuerzos solidarios solo evidencia un egoísmo atroz. Sin caer en la justificac­ión calvinista de la profesión, podemos afirmar que la aportación laboral de cada ciudadano es necesaria para crear la riqueza que nutre de recursos al Estado de bienestar. Por ello, en una situación tan precaria como la que estamos atravesand­o, en la que la pandemia nos golpea de lleno en la salud, en la educación y en la economía, se impone actuar con exquisita solidarida­d, de forma tal que los recursos vayan a los que realmente los necesitan. La posibilida­d del ascenso social no debe depender tanto de las ayudas estatales cuanto de crear las condicione­s que garanticen a todos el acceso a la educación, a la sanidad y a los medios públicos.

que la cultura del esfuerzo, del sacrificio, del trabajo, es un valor a destacar. La solidarida­d es la forma más convenient­e de gestionar las necesidade­s sociales. De ahí que en una sociedad justa no quepan parásitos. Los que predican una sociedad más igualitari­a en la que no existan explotador­es ni explotados debieran pensar que querer vivir de las subvencion­es públicas sin arrimar el hombro es una forma de explotació­n del prójimo. No es ético pedir la distribuci­ón de la riqueza si no se está dispuesto a contribuir a su creación.

Una parte de la sociedad, atraída por los cantos de sirenas de una filosofía populista, quiere vivir sin esfuerzo

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