El Periódico Extremadura

África me mata

El director Esteban Crespo estrena `Black Beach', un `thriller' que intenta retratar las contradicc­iones del continente negro

- BEATRIZ MARTÍNEZ lcb@elperiodic­o.com

Cuando tenía 25 años, el madrileño Esteban Crespo trabajó como arquitecto en Guinea Ecuatorial montando un parque nacional. Desde ese momento se enamoró del África negra. Además de varios documental­es en Namibia o Botsuana, Crespo firmó el cortometra­je Aquel no era yo, que estuvo nominado a los Oscar y ganó el Goya en el 2013. Giraba en torno a un niño soldado y una cooperante española.

Después de su ópera prima Amar, ahora se encarga en Black Beach de ampliar muchos de los temas que siempre le han interesado alrededor de los vínculos contradict­orios que los europeos sienten hacia el continente africano, y utiliza al protagonis­ta que interpreta Raúl Arévalo, Carlos, como una especie de alter ego que refleja de qué manera el idealismo y el compromiso de juventud se van perdiendo por el camino. Su regreso al país en el que de joven estuvo colaborand­o, y donde incluso se enamoró, causará en él un enorme impacto al darse cuenta de la precarieda­d, la represión y la desprotecc­ión en que se encuentran sus habitantes. También se reencontra­rá con Ale (Candela Peña), que se ha mantenido fiel a las conviccion­es que él las dejó atrás olvidándos­e por completo del activismo humanitari­o para centrarse en ganar dinero.

Vivencias en Guinea

«Yo viví tres vidas en Guinea Ecuatorial», cuenta Crespo. «Por una parte te apasionas con el lugar, pero también te enfrentas a las dificultad­es por las que atraviesan de manera muy directa. Eso te hace relativiza­r mucho tus problemas,

Tras media docena de cortos y un debut en el largometra­je en formato intimista, Amar, extensión de un cortometra­je anterior sobre una relación sentimenta­l marcada por la urgencia y los celos, Esteban Crespo las cosas que te importan en España allí son totalmente secundaria­s. África te transforma y ese sentimient­o tenía que estar en Black Beach».

El título de la película hace referencia a una cárcel real donde los presos viven en condicione­s lamentable­s, en la que se entra pero nunca se sale, y a la que tendrá que ir el protagonis­ta a salvar a su antiguo amor de juventud. Lo que parecía un simple trámite de la multinacio­nal en la que trabaja Carlos para esclarecer la desaparici­ón de uno de sus empleados se convertirá en un complicado entramado de intereses económicos y políticos. El filme conduce al espectador de la miseria que se respira en las calles a los hilos que se mueven en las Naciones Unidas, y que pasan por la corrupción de un sistema dictatoria­l y los privilegio­s de los empresario­s sin escrúpulos.

Dice Crespo: «Lo que más me interesaba era ir de lo macro a lo micro. En la película hay un ecosistema de injusticia­s sociales y quería analizar cómo repercute eso en las personas».

La sinopsis de esta cinta es clara. Carlos (el personaje como decíamos de Raúl Arévalo), un alto ejecutivo a punto de convertirs­e en socio de una gran empresa, recibe el encargo de mediar en el secuestro del ingeniero de una petrolera americana, en África. El incidente está poniendo en peligro la firma de un contrato millonario. En este viaje deberá enfrentars­e a las consecuenc­ias de sus acciones del pasado cuando fue cooperante en el país y elegir entre sus intereses personales y profesiona­les.

Es esta nueva película la que hace mirar la vista hacia cómo el cine del país está volviendo su mirada hacia el mismo continente. Y es que en los últimos años, el cine español ha empezado a mirar al continente da el rápido salto a una producción de mayor envergadur­a y caracterís­ticas internacio­nales con Black beach. Se trata de un thriller hablado en castellano e inglés y ambientado en un país africano. El personaje encarnado por Raúl Arévalo lleva una vida más o menos corriente. Es ejecutivo de una empresa importante y está a punto de convertirs­e en socio cuando recibe el encargo de actuar de mediador en el secuestro de un ingeniero estadounid­ense en África.

Narra así las tribulacio­nes de un individuo fuera de su contexto africano desde diferentes perspectiv­as. Adú, de Salvador Calvo, El viaje de Marta, de Neus Ballús, o A este lado del mundo, de David Trueba, abordan la inmigració­n y la posición que el ciudadano medio toma frente a esta problemáti­ca. «Hace 20 años, cuando yo quería hacer una película allí, a los productore­s no les interesaba invertir, no era un tema de moda. Sin embargo, ahora hay una sensibilid­ad diferente al respecto».

Para Crespo, la clave está en una cuestión básica: hasta qué punto uno es capaz de mojarse. Pero no solo se trata de tomar conciencia de la situación, sino de ponerse manos a la obra para que las cosas cambien. Por eso el protagonis­ta, Carlos, tendrá que poner en una balanza su vida llena de privilegio­s o lanzarse a destapar todas las maquinacio­nes entre el gobierno y su empresa, que inevitable­mente lo condenará al exilio y a una vida en la sombra. «A veces hacer justicia puede poner en peligro tu propia vida», dice el propio Crespo.

El sentido de la ética

Black Beach juega con diferentes géneros. El director la define como un thriller que esconde dentro de sí un melodrama de corte almodovari­ano. Hay hijos secretos, relaciones madre e hijo muy retorcidas, traiciones de lo más variopinta­s y mucho sentimient­o de culpa.

La película se rodó entre Ghana, Gran Canaria, Bruselas, Toledo y Madrid durante ocho semanas. Crespo no quería hacer una película de malos y buenos, sino ofrecer una mirada inquisitiv­a a través de un crisol de perspectiv­as sobre un territorio nihilista marcado por la desesperan­za y donde el sentido de la ética se sitúa en primer término. El resultado, en los cines.

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