Demolición
Ahí estamos, en las alcantarillas mientras un puñado de bien pagados, en posesión de la verdad absoluta, sin atisbo de autocrítica y dispuestos a reducir a escombros todo lo construido pretenden colocarnos al borde del abismo. Desde quienes se desdicen de todo cuanto sentenciatenta a quienes juegan a series de televisión, desde el gabinete ministerial más extenso de Europa a ministros que, sin escrúpulos, hacen el pasillo, crean cortinas de humo o anuncian el apocalipsis olvidando, todos, que estamos en la peor crisis después de la guerra civil y nadie sabe qué ha
cer. Con más de cincuenta mil muertos, una pandemia sin control, unas consecuencias económicas que terminarán por arruinar el país, la mentira como herramienta de acción política, la ocultación como rutina y el silenciamiento del adversario, estamos en un país donde se critica el Viva España mientras se blanquea el Gora Eta, un país -parafraseando el profundo ensayo de Antonio Muñoz Molina- donde se está destruyendo «todo lo que era sólido». Y nadie hace nada. Hay un sentido de pasmoso conformismo que impide, como pedía el académico, «una serena rebelión cívica» contra toda esta mugre que nos invade y que inrillas.
imponernos conductas y pensamientos y, todo ello, en medio del miedo abrumador a la enfermedad que nos asola. Camus, en `El hombre rebelde', afirmada que «en este mundo desembarazado de Dios y de las ideas morales, el hombre se halla ahora solitario y sin amo».
No queremos amos, y menos a aquellos que nos tratan como a siervos, como sus «despojos», mientras creen que el mal se combate con peroratas y los buenos son ellos. Si acaso esto debe destruirse, preferimos a stallones que nos devuelvan a la normalidad y combatan a intelectuales de salón y francotiradores pagados de sí mismos.
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