El Periódico Extremadura

La

- ELENA HEVIA epextremad­ura@elperiodic­o.com

Con voces antiguas

Black Lives Matter. Las vidas negras importan. Pero qué es una vida si no se singulariz­a, si no viene acompañada de un relato, si no tiene un rostro particular y reconocibl­e. Los tratados de psicología registran un fenómeno en suma discrimina­torio, el efecto raza cruzada, del que todos hemos sido pecadores: la dificultad de los individuos de reconocer a un sujeto concreto de una etnia que no pertenece a la suya. El viejo y gastado «todos me parecen iguales». El antídoto a ese microrraci­smo, que ha llevado a la cárcel a tantos afroameric­anos equivocado­s en las rondas de identifica­ción policiales, es la atención y el conocimien­to. Y, reconozcám­oslo, la atención y el conocimien­to de lo que han escrito los afroameric­anos solo los hemos puesto en las últimas décadas. Y eso que a través de sus narracione­s se puede detectar no solo una historia de ignominia para los blancos, sino también, y sobre todo, de reafirmaci­ón de su identidad herida, de sus aspiracion­es y de la considerac­ión artística de todo buen creador.

Como en el caso de las mujeres escritoras, los autores negros estadounid­enses hace ya un tiempo que han dejado de ser una anomalía. Y los hay para todos los gustos: estilistas cultivados, hacedores de best-sellers, de novela satírica o policiaca, pulp o de ciencia ficción. Solo una cosa les une en el substrato, no importa si se habla de ello abiertamen­te o no, y es la huella del problema negro, que como bien dijo en los años 60 James Baldwin -quizá el que con mas ecuanimida­d y sabiduría lo explorónun­ca ha sido tal sino más bien el problema del blanco acuciado por la culpabilid­ad del opresor.

Se quiera o no, la primera ficción de impacto con protagonis­ta afroameric­ano la escribió una mujer blanca, Harriet Beecher Stowe. La cabaña del tío Tom llevó a decir al presidente Lincoln que aquella novela, que exploraba hasta las lágrimas la inmoralida­d de la esclavitud, había puesto en marcha la guerra de Secesión. A principios del XX, muy pocos afroameric­anos podían identifica­rse con el esclavo que intenta ganarse el amor de sus explotador­es y muere perdonándo­los a toel De ahí que Tío Tom se convirtier­a en un insulto hacia aquellos miembros de la comunidad que trataban de encajar en el mundo blanco sin ponerlo en cuestión.

Ni Langston Hughes, ni Richard Wright, ni Ralph Ellison nos son hoy particular­mente conocidos, y sin embargo fueron tres poderosas luminarias de la combativa literatura afroameric­ana de la primera mitad del siglo XX. Hijo nativo, de Wright, -que tuvo el año pasado adaptación al cine- fue la primera novela de un autor n egro elegido por el popular El libro del mes, una especie de Círculo de Lectores a la americana, mientras que El hombre invisible, de Ellison, desarrolla ya desde su título la metáfora social del excluido. A los tres les unió su militancia en el comunismo y, en caso de Hughes, el mayor de ellos, su compromiso estuvo ligado a su temprana experienci­a como correspons­al durante la guerra civil española. Acabó siendo el mejor traductor al inglés de Federico García Lorca.

James Baldwin fue amigo de Malcom X y de Martin Luther King, aunque estuviera más cerca del pacifismo del segundo. Como hombre negro y homosexual (lo que suma puntos en cuanto a conciencia de la marginalid­ad) era capaz de decir: «No se puede negar la humanidad del otro sin disminuir la de uno mismo». No es extraño que el pequeño escritor feo, bajito, pobre, nacido en Harlem, de voz acariciado­ra y pensamient­o calmado -y por cierto, amante durante un tiempo de Jaime Gil de Biedma- se haya convertido en los últimos años en la voz negra más respetada en Estados Unidos.

El carácter confesiona­l está en la base de la mayoría de las obras anteriores y posteriore­s a la segunda guerra mundial, pero nadie ha convertido la autobiogra­fía en espejo de las vivencias colectivas de una raza como lo hizo la polifacéti­ca Maya Angelou: violada en la niñez, pionera en romper las barreras de género en el terreno laboral, cantante de Porgy and Bess, compositor­a para Roberta Flack y poeta de cabecera en la investidur­a del presidente Clinton. Sin embargo, sería otra mujer totalmente centrada en el oficio literario, Toni Morrison, la que alcanzara el Everest del reconocimi­ento al ganar el Premio Nobel para la literatura afroameric­ana. A través de novelas como Ojos azules, Beloved o La canción de Salomón, se puede reconstrui­r la historia de ese sufrimient­o. Puede decirse que Morrison se abre a una nueva forma más artística de la literatura afroameric­ana que incluye nombres como el de Alice Walker, autora de El color púrpura.

A las letras negras les ha acompañado siempre la acusación de observar en exceso el miserabili­smo y la violencia, pero ¿acaso hubo otra cosa para los ciudadanos de color? Chester Himes, que sabía bien de lo que hablaba, quiso podos.

Las universida­des norteameri­canas como catalizado­ras de inteligenc­ia han provocado que en este siglo XXI muchas de la voces africanas y afroeurope­as importante­s se citen allí para ofrecer nuevas perspectiv­as al relato no ligada a la memoria de las plantacion­es: es el caso del jamaicano Marlon James, la británica Zadie Smith o los nigerianos Teju Cole o Chimamanda Ngozi Adigie, una de las voces más vitales y aclamadas de la actual vindicació­n feminista. Apenas hay clichés en sus creaciones, aunque la función combativa subsista.

Estados Unidos contiene hoy multitudes literarias. La pluralidad étnica, la diversidad de voces están moldeando una rica cultura mestiza al tiempo que la alta academia sigue sentencian­do que el canon continúa en manos de hombres (no de mujeres) blancos. Mientras tanto, lo mejor será leer a Colson Whitehead (dos veces distinguid­o por el Pulitzer), al irreverent­e Paul Beatty, capaz de lanzar dardos a su propia tradición (lo que supone pasar a un siguiente nivel), y a Ta-Nehisi Coates, uno de los grandes ideólogos del movimiento Black Lives Matter. En Entre el mundo y yo, una carta abierta dirigida a su hijo, Coates exhorta a dar la espalda a la versión impoluta de su país: «Hay que avanzar hacia algo más confuso y desconocid­o. Sigue siendo difícil para la mayoría de los americanos. Pero esa es tu tarea».

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Toni Morrison.
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Maya Angelou.
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Colson Whitehead.
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Chimamanda Adichie.
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James Baldwin.

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