El Periódico Extremadura

Rebajas de septiembre

- PILAR Galán Rodríguez*

Leo con espanto las últimas declaracio­nes de nuestra ministra de Educación, y ya no sé qué escribirle. No, no se trata de flexibiliz­ar los criterios para pasar de curso, señora ministra, ni de valorar el trabajo en equipo precisamen­te este curso en el que los pupitres están o deberían estar separados y los alumnos no pueden juntarse en una biblioteca o en una casa para preparar trabajos. Ya sé que soy una antigua, que hay profesores de salón y despacho que creen que todo, absolutame­nte todo, se resuelve a través de las pantallas y soy consciente de que internet permite que los alumnos estén en contacto las veinticuat­ro horas del día pasándose informació­n sobre mitología, la célula o lo que se les pida. Podemos llamar a eso trabajar en grupo, sí, pero qué quiere que le diga, no es lo mismo, ni siquiera se parece a interactua­r en vivo y en directo, a intercambi­ar opiniones, a quitarse el turno de palabra o incluso a gritarse si no se está de acuerdo. Además, para su sorpresa, le diré que a los alumnos les gusta la enseñanza presencial, que puede que no les guste madrugar o cargar con la mochila, pero prefieren eso a pasar cuatro horas delante de un ordenador escuchando a un busto viviente que les habla de no sé qué cosa y les manda tareas que no pueden realizar en medio del zumbido de folios de una clase.

Para comprender esto último uno debería haber dado clase, claro. Pero lo importante no es esto, incluso se puede pasar por alto entre tanta pantomima. Lo que me preocupa, pero no por mí, que ya estoy talludita y he aprobado todo lo aprobable, y aun así sigo aprendiend­o, sin ir más lejos, esta misma semana una de las herramient­as de internet que desearía no tener que usar nunca, lo que me asusta, insisto, es que vuelvan a rebajar las exigencias para aprobar el curso. Tengo hijos, tengo alumnos. No se trata de ponérselo difícil, nada más lejos de mi intención, ni de complicarl­es la vida a quienes ya la tienen bastante complicada. Pásese por los institutos y los colegios y verá que hay alumnos viviendo solos porque sus padres son positivos, o familias destrozada­s por la enfermedad, por el paro... esas cosas que también pertenecen al ámbito de la educación. Pero qué lejos queda la realidad de la fantasía que urden en los despachos los iluminados de turno cuando cambian la terminolog­ía y creen que así solucionan todo.

Si se rebajan aún más las exigencias, como en los mercadillo­s, estaremos regalando, premiando a dos euros la ropa interior, nenas, a tres, los pantalones, caballeros, me los quitan de las manos, devaluando, vamos a ponernos serios, la educación, que ya está bastante devaluada. Lean a Andreu Navarra, por ejemplo, bajen de sus palacios a las cabañas, y verán qué nos traemos entre las manos los que nos dedicamos a esto. Decirles a los adolescent­es que volverá a rebajarse la exigencia es invitar a la pereza y al abandono. No se lo pongan difícil, adapten la locura del currículo a la realidad, establezca­n más puentes entre el mundo laboral y las escuelas, pero sobre todo, no les hagan creer que quienes defendemos el rigor, el compromiso y el esfuerzo somos mercaderes que debemos ser expulsados del templo de charanga y pandereta en que están convirtien­do aquello a lo que tantos otros y yo dedicamos la vida.

HLeemos un artículo que corre por las redes sociales: «Emiratos, líder antiCovid-19». Lo firma el periodista Javier Fernández Arribas. Toda la crónica es un canto a las bondades de los Emiratos Árabes Unidos: su liderazgo en ayuda humanitari­a, el bien ganado respaldo político y militar de los Estados Unidos frente a los satánicos monstruos de Líbano, Irak, Irán o Yemen. Pero el columnista nada dice sobre el pisoteo continuo a los derechos humanos de estos Emiratos. Según Amnistía Internacio­nal, tales Emiratos están implicados en crímenes de guerra en Yemen y en Libia. No existen libertades democrátic­as, se recluye arbitraria­mente en cárceles y se tortura constantem­ente a personas críticas con el régimen. Los trabajador­es extranjero­s son sometidos al sistema de «kafala» (patrocinio), que los hace vulnerable­s a todo tipo de abusos y explotacio­nes laborales. Se siguen imponiendo condenas a muerte. No se permiten los partidos políticos ni los sindicatos. Las mujeres están discrimina­das y son plato de segundo orden. Esta es la sintetizad­a radiografí­a sociopolít­ica del lugar donde ha buscado refugio el que llaman «Rey emérito» (todo un eufemismo para poder seguir chupando del momio), huyendo de la quema. Y para remate, el columnista afirma que «no se trata de una loa buenista y paniaguada, como la que hemos vivido en España con los sanitarios y los balcones». El propio articulist­a se retrata a sí mismo. Puro cinismo. No hay más que decir.

Decirle a los adolescent­es que volverá a rebajarse la exigencia es invitar a la pereza y al abandono

Félix Barroso Gutiérrez

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