Lo que nos queda
El ambiente que nos rodea está enrarecido. Desde que nuestras vidas cambiaron drásticamente como nunca antes, la tónica han sido las prohibiciones, negaciones e impedimentos. Hasta el único lugar en el que nos creíamos a salvo, el hogar, se convirtió en cárcel donde incluso, en la relación más sana, surgieron roces, no precisamente cariñosos (aunque algunos afirman que el confinamiento traerá un baby boom)y en las relaciones tóxicas, esos roces fueron golpes más frecuentes.
Hogares, aparentemente seguros, con aparatos electrónicos que posibilitan otro tipo de agresiones, amparadas por la libertad de expresión, capaces de abofetearnos por pensar diferente, arriesgarnos a opinar, ser extremeño…
La crispación está en el aire y la paciencia se desvanece en medio de tanta incoherencia y locura.
Una locura en la que parece que todo vale y cualquiera, más aún si tiene cuota de poder o se la autoadjudica, puede robar, mentir, maltratar, abusar y decir lo que le dé la gana, sin consecuencias graves. Pues si acaso, el único pago es pedir perdón, utilizando esta palabra como mero significante desnudo de significado, mientras continúan haciendo lo mismo, sin remordimiento o conciencia, sencillamente, porque no tienen.
Así que, cuando ya no podemos creer ni una palabra vacía más, porque los hechos hablan por sí mismos, lo único que queda es el sentimiento. En este caso, de frustración, rabia e impotencia, que canalizamos a través del derecho a pataleta, cuando ni las leyes ofrecen alternativas prácticas y que se ejerce mediante caceroladas diarias, caravanas de coches tocando el claxon, o interminables debates en las redes sociales, que suelen abocar en descalificaciones e insultos.
Tal vez logren silenciar nuestra voz, pero no podrán acallar nuestro corazón.
Así lo han dejado de manifiesto los corazones de cientos de piornalegos (y arrimaus) por Jarramplas, quienes han buscado alternativas posibles a su frustrada celebración y las han hallado. Con el único fin común de compartir ese profundo sentimiento por su patrimonio cultural, para continuar con la tradición y su transmisión a las nuevas generaciones. Un bonito ejemplo de que al final, por encima de tanto malo, lo que nos queda es bueno. Silenciarán nuestras bocas, pero no nuestros corazones.
Parece que todo vale y cualquiera puede robar, mentir o maltratar sin consecuencias graves