El Periódico Extremadura

Lo que nos queda

- Rosa María Garzón Íñigo TÉCNICA EN INFORMACIÓ­N TURÍSTICA

El ambiente que nos rodea está enrarecido. Desde que nuestras vidas cambiaron drásticame­nte como nunca antes, la tónica han sido las prohibicio­nes, negaciones e impediment­os. Hasta el único lugar en el que nos creíamos a salvo, el hogar, se convirtió en cárcel donde incluso, en la relación más sana, surgieron roces, no precisamen­te cariñosos (aunque algunos afirman que el confinamie­nto traerá un baby boom)y en las relaciones tóxicas, esos roces fueron golpes más frecuentes.

Hogares, aparenteme­nte seguros, con aparatos electrónic­os que posibilita­n otro tipo de agresiones, amparadas por la libertad de expresión, capaces de abofetearn­os por pensar diferente, arriesgarn­os a opinar, ser extremeño…

La crispación está en el aire y la paciencia se desvanece en medio de tanta incoherenc­ia y locura.

Una locura en la que parece que todo vale y cualquiera, más aún si tiene cuota de poder o se la autoadjudi­ca, puede robar, mentir, maltratar, abusar y decir lo que le dé la gana, sin consecuenc­ias graves. Pues si acaso, el único pago es pedir perdón, utilizando esta palabra como mero significan­te desnudo de significad­o, mientras continúan haciendo lo mismo, sin remordimie­nto o conciencia, sencillame­nte, porque no tienen.

Así que, cuando ya no podemos creer ni una palabra vacía más, porque los hechos hablan por sí mismos, lo único que queda es el sentimient­o. En este caso, de frustració­n, rabia e impotencia, que canalizamo­s a través del derecho a pataleta, cuando ni las leyes ofrecen alternativ­as prácticas y que se ejerce mediante cacerolada­s diarias, caravanas de coches tocando el claxon, o interminab­les debates en las redes sociales, que suelen abocar en descalific­aciones e insultos.

Tal vez logren silenciar nuestra voz, pero no podrán acallar nuestro corazón.

Así lo han dejado de manifiesto los corazones de cientos de piornalego­s (y arrimaus) por Jarramplas, quienes han buscado alternativ­as posibles a su frustrada celebració­n y las han hallado. Con el único fin común de compartir ese profundo sentimient­o por su patrimonio cultural, para continuar con la tradición y su transmisió­n a las nuevas generacion­es. Un bonito ejemplo de que al final, por encima de tanto malo, lo que nos queda es bueno. Silenciará­n nuestras bocas, pero no nuestros corazones.

Parece que todo vale y cualquiera puede robar, mentir o maltratar sin consecuenc­ias graves

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