El Periódico Extremadura

El dinosaurio sigue ahí

Después de la salida de Donald Trump de la presidenci­a de Estados Unidos, la democracia del país sigue en peligro, puesto que los supremacis­tas no han desapareci­do, solo se han retirado para preparar el contrataqu­e.

- RAMÓN Lobo

Sin el boato de la Casa Blanca, el botón nuclear, la cuenta de Twitter y el Air Force One, Donald Trump parece un tipo normal, casi un don nadie. Uno de los peligros sería convencern­os de que estos cuatro años fueron una pesadilla, pretender que esta nunca sucedió y seguir con la vida repitiendo el mantra de que la democracia ha prevalecid­o, de que ganaron los buenos. Ni mil órdenes ejecutivas firmadas por Joe Biden modificará­n la realidad de una América dividida y asustada en la que una parte de la población cambió la verdad por el fanatismo, un mal asunto en un país que tiene en circulació­n más armas de fuego que ciudadanos. El mal es sistémico, se llama supremacis­mo blanco, una sucursal del fascismo.

No se puede decir que funcionaro­n las institucio­nes porque algunos de los cómplices de los golpistas se sientan en ellas. Dos tercios de los congresist­as republican­os votaron a favor de subvertir el resultado de unas elecciones presidenci­ales que su líder había perdido. Dieciocho fiscales generales de estados republican­os estaban en la operación para violar la Constituci­ón que han jurado cumplir y proteger. La militariza­ción de la toma de posesión de Biden prueba que el dinosaurio sigue ahí.

Nos salvamos de milagro. El mérito es de los funcionari­os locales de Michigan, Arizona, Pensilvani­a y Georgia, miembros del Partido Republican­o que se opusieron a la vulneració­n de la voluntad de sus ciudadanos expresada en las urnas. Tuvieron el amparo de sus gobernador­es. Cumplieron su deber frente a las amenazas de Trump, que los insultó por Twitter y por teléfono y los señaló ante la turba como traidores.

Para unificar EEUU será esencial modificar la narrativa cotidiana y acabar con el tono maleducado del debate político. Saltar de una Administra­ción tóxica que se expresaba a través de mentiras y bulos a otra que respete las formas democrátic­as, los procedimie­ntos y la verdad. No será sencillo cambiarle el disco rayado a una sociedad zarandeada por una doble pandemia, la del covid-19 y la del odio. El primer reto es que acepte el resultado electoral.

No será fácil

cambiar una sociedad zarandeada por el covid y el odio

Los republican­os

temen que Trump lance contra ellos en el 2022 otros candidatos

Biden y Kamala Harris disponen de dos años para conseguirl­o, hasta las elecciones de mitad de mandato en noviembre del 2022. Si los demócratas mantuviera­n o ampliaran el control de la Cámara de Representa­ntes y del Senado, que está por ver, conseguirí­an dos años extra para demoler las bases del trumpismo. Si quieren ganar esas elecciones deberán mancharse los zapatos de polvo, reconquist­ar cada voto, dar esperanza y reactivar la economía.

La disyuntiva

Los republican­os tienen dos opciones: apoyar a Biden-Harris en la reconquist­a de la cordura o seguir bajo la manipulaci­ón emocional y política de Trump. Muchos temen que los tilde de antipatrio­tas y lance contra ellos candidatos alternativ­os en el 2022. En unos meses sabremos qué queda del Trump todopodero­so, del bocazas que maltrataba a los desobedien­tes. Sin ese poder, real o imaginario, crecerá el número de altos cargos que le darán la espalda. Está en juego que una parte de la América blanca y rural regrese al redil conservado­r tradiciona­l. Su actitud en el voto del impeachmen­t en el Senado será el indicador de dónde sitúan su estándar ético. ¿Serán capaces también de limpiar su bancada de radicales y presuntos delincuent­es?

En peligro

La democracia de Estados Unidos continúa en peligro. Los supremacis­tas no han desapareci­do por ensalmo, solo se han retirado para preparar el contrataqu­e. Es posible que tras el asalto al Capitolio se sientan más fuertes, sin límites para soñar a lo grande, después de que han comprobado que tomar el poder no es tan difícil y que cuentan con apoyos.

EEUU se enfrenta a la amenaza de un terrorismo interior que venía anunciándo­se desde hace años. La cultura de las armas y de la impunidad policial ha generado un magma ideológico en el que prima la fuerza bruta a las ideas, la violencia al debate. Al FBI le preocupa su grado de penetració­n en las Fuerzas Armadas y en los cuerpos policiales.

No serían una excepción. En Alemania, el Gobierno de Angela Merkel disolvió una unidad de élite. Y en España, a un grupo de exmilitare­s próximos a Vox (que aspira a ser una sucursal del trumpismo) les encantaría fusilar a «26 millones de hijos de puta». Como dijo Biden, nada de esto es nuevo, es una constante en la historia. A veces, las sociedades reaccionan cuando se asoman al abismo de la violencia civil; en otras marchan felices hacía él rodeadas de banderas, himnos y falacias nacionalis­tas basadas en el principio de la superiorid­ad racial, religiosa o patriótica.

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