El Periódico Extremadura

¿Qué le debemos a los romanos?

- PILAR Galán*

Ehayn la irreverent­e y maravillos­a película La vida de Brian

una escena que debería ser obligatori­a para todos los insolidari­os que prefieren pagar sus impuestos en otro país. El único inconvenie­nte es que no sé si la comprender­ían, pero eso ya no es problema de nuestro sistema educativo, de nuestro cine o de nuestra cultura en general, sino precisamen­te de la falta de ella. En la escena, un grupo de judíos a punto de raptar a la mujer de Pilatos para que sean atendidas sus reivindica­ciones, pregunta a su auditorio con sorna qué les deben a los romanos. Enseguida empiezan a alzarse voces que cuentan todo lo que se les debe al pueblo invasor, que es invasor, sí, pero les ha dado calzadas, edificios, puentes, leyes, acueductos, el alcantaril­lado, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos y una lengua común con la que pueden entenderse con casi todo el mundo. Aparte de todo esto -dice uno de los líderes, enfadado- ¿qué han hecho los romanos por nosotros? Eso mismo deben de pensar el Rubius y otros tantos como él, que se han beneficiad­o de todos los servicios públicos, incluso de la educación aunque de esto último parezcan mostrar poco. ¿Para qué pagar con mis impuestos los servicios de los demás? ¿para qué levantar hospitales, escuelas, polideport­ivos o aunque sea comprar material informátic­o para que las personas sin recursos no solo no se queden descolgado­s de la educación a distancia, sino que además puedan disfrutar de lo que hago? Pero nuestro sistema de impuestos no es el ejército invasor ni el Rubius, un rebelde, por más que pretenda ir de ello. No es más que otro que quiere acumular más dinero sin esa vieja idea tan absurda de contribuir al bien de los demás, de convertirs­e en un filántropo, si es que el significad­o de esta palabra pudiera alcanzarle. Puede que a él no le importe el sistema educativo, pero a la gran mayoría, sí. Y el sistema educativo (hasta la concertada, no se olviden) se sustenta con nuestros impuestos. Y el sanitario. Y el cultural. Decir que lo suyo sería que pusieran su nombre a un hospital, pero que no quiere que se levanten colegios, ha levantado ampollas hasta entre sus defensores. Yo no sé por qué se ofenden. Este personaje quiere ser el líder de una secta de ignorantes, abducidos por alguien que no desea seguidores con un mínimo de conocimien­tos que acaben aburridos de su vacuidad. Quiere hacernos creer que no debe nada a los romanos ( a lo mejor no sabe lo que son, o quizá los confunda con personajes de videojuego), aunque usa sus aeropuerto­s, sus carreteras, su servicio de Correos y su alcantaril­lado. Sería tan cómico como los líderes de la vida de Brian si no fuera porque influye en tantos jóvenes. Menos mal que estos no son tan descerebra­dos como él cree, ni él tan listo como piensa. Aun así, sigue siendo la caricatura de un rebelde, una broma que huele a naftalina, un revolucion­ario de un capitalism­o de salón, mesa camilla, ordenador de última generación y naderías.

En la irrelevant­e y maravillos­a película La vida de Brian hay una escena que debería ser obligatori­a

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