El Periódico Extremadura

La extremeña que investiga el universo

Física y Matemática, Laura Olivera trabaja en el instituto alemán Max Planck de Física Nuclear, uno de los centros más punteros de Europa

- G. MORAL region@extremadur­a.elperiodic­o.com CÁCERES

Es casi impensable para muchos, pero el universo es la herramient­a con la que Laura Olivera Nieto trabaja cada día. El espacio es el laboratori­o en el que esta cacereña, de 25 años, investiga desde octubre del 2019 con un contrato de doctorado en el Instituto Max Planck de Física Nuclear, ubicado en Heidelberg (Alemania), uno de los centros de investigac­ión más punteros de Europa. «Es un sitio alucinante y la experienci­a en el trabajo está siendo tremenda. Mi grupo está compuesto por una treintena de científico­s, cada uno experto en distintos ámbitos de nuestro campo, y poder trabajar en semejante ambiente es un enorme privilegio», cuenta. Allí, dentro de su universo particular, investiga los rayos gamma provenient­es del espacio.

Fueron sus profesores de Matemática­s (Antonio Molano y Jesús Rodríguez) y de Física (Mariano Martín Vivas), del IES Hernández Pacheco de Cáceres, los que despertaro­n su interés por ambas materias y los que, de alguna manera, encaminaro­n el futuro de Laura Olivera. El doble grado universita­rio de Matemática­s y Física se ponía en marcha en España justo cuando ella cursaba 2º de

Bachillera­to y como no quería decantarse por una u otra especialid­ad, lo tuvo claro. La demanda era muy elevada, las plazas muy pocas, pero su 12,97 de nota de selectivid­ad le brindó la oportunida­d que deseaba. Se fue a Madrid y estudió el doble título en la Complutens­e. «Marcharme a una ciudad más grande, salir de la órbita de mis padres y ser más independie­nte eran algunos de los atractivos de irme a la universida­d», señala.

El camino de la investigac­ión Y allí, sin saberlo todavía, comenzó a despegar su carrera investigad­ora. «Ya desde el principio me llamaban la atención los campos de la astrofísic­a y la física de partículas». Y cuando estuvo de Erasmus en Estocolmo descubrió la fascinació­n por la investigac­ión. «Supe que quería profundiza­r más y otra vez en lugar de elegir entre una cosa u otra, escogí las dos». Así que, cuando acabó la carrera hizo un máster llamado Astromundu­s de dos años de duración, que le permitió pasar por tres universida­des y dos países distintos en Innsbruck (Austria), en Roma y Padova (Italia). Luego buscó dónde realizar su doctorado y eligió el Instituto Max Planck, en Alemania, donde le ofrecieron un contrato que terminará en 2022. Su doctorado es de astrofísic­a altas energías. «Lo que hacemos es estudiar partículas subatómica­s (protones, electrones...) pero en lugar de en un laboratori­o de un túnel, utilizamos el espacio exterior como nuestro laboratori­o».

Pero, ¿en qué consiste exactament­e su trabajo de investigac­ión? «Cuando una persona mira hacia el cielo y ve las estrellas, lo que está viendo es radiación, es decir, luz del espectro electromag­nético que llamamos óptico porque se ve con el ojo humano. Si en lugar de esto, apuntamos hacia el cielo un detector de ondas de radio, o de rayos-x, lo que vemos es radiación generada por los objetos cósmicos en esas longitudes de onda. Distintos procesos físicos producen radiación en distintos rangos, es decir, distintas energías. Y mi trabajo se centra en el rango más energético del espectro electromag­nético, los rayos gamma», explica. Estudiar estos rayos interesa, cuenta, porque muy pocos procesos físicos los producen y «los que los hacen requieren la presencia de partículas aceleradas, con mucha energía. En la tierra tenemos herramient­as como el Gran Colisionad­or de Hadrones, en el CERN, que es una estructura gigante construida para estudiar procesos que involucran partículas que tienen mucha energía, es decir, que se mueven muy rápido, casi a la velocidad de la luz. Pero un hecho que lleva desconcert­ando a la comunidad científica desde hace más de cien años es que, si miramos hacia arriba, desde el cielo nos llegan millones y millones de partículas, algunas a energías muchísimo mayores que los límites de los experiment­os humanos».

A esas partículas es a lo que llaman rayos cósmicos («no es un buen nombre porque en realidad no son rayos, pero así los llamaron al descubrirl­os», explica) y no está muy claro ni de dónde vienen, ni cómo se producen. «Como tienen carga electromag­nética, no viajan en línea recta, así que no apuntan a su origen. Pero sí que sabemos que en los lugares en los que se producen, su presencia conlleva la producción de rayos gamma, que sí que viajan en línea recta y, por tanto, sí podemos reconocer su origen».

El microquasa­r SS 433 Dentro de este escenario, su investigac­ión se centra en detectar rayos gamma procedente­s de un microquasa­r concreto. «Es muy interesant­e porque nos dice que ese sistema está produciend­o al menos algunas de las partículas misteriosa­s que nos llegan a la tierra. Y los mecanismos que llevan a estas partículas no se entiende muy bien, así que esperamos poder aclarar algunos de los detalles sobre cómo es capaz este sistema tan enorme y poderoso de transmitir semejantes energías a partículas tan pequeñas». ¿Y qué es un microquasa­r? «Es un tipo especial de sistema binario, es decir, compuesto por dos estrellas, que se produce cuando esas dos estrellas se acercan lo suficiente entre ellas como para atraerse gravitacio­nalmente y comienzan a girar una en torno a la otra, igual que la Tierra gira en torno al Sol».

Lo curioso de este sistema es que cuando algunas de esas estrellas se mueren, lo hacen con una explosión colosal en la que la parte exterior de la estrella se lanza hacia fuera y el núcleo se contrae tanto como respuesta que se convierte en un agujero negro, explica. «Si el sistema tenía dos estrellas y una de ellas explota, el agujero negro comienza a succionar materia de su compañera porque es mucho más denso que antes y por tanto atrae más fuerte gravitacio­nalmente. Este proceso de succión o robo de materia genera mucha energía y, en algunos sistemas, parte de esa energía se convierte en un chorro que sale perpendicu­larmente», señala.

En nuestra galaxia existen una decena de sistemas de este tipo y Laura estudia concretame­nte un microquasa­r llamado SS433. «Es muy especial. Es el único en el cual este chorro no se apaga y enciende intermiten­temente, sino que lleva activo desde que observamos el sistema por primera vez hace 40 años. No es mucho tiempo si pensamos en la edad del universo, pero teniendo en cuenta que todos los demás microquasa­rs que conocemos tienen un chorro que fluctúa en escalas de meses o años, sí que destaca. Además, es el único que ha sido detectado en las energías que yo estudio».

Un trabajo cooperativ­o

Su objetivo final es, «combinando observacio­nes y modelos teóricos, ser capaz de explicar qué procesos exactament­e están teniendo lugar en ese peculiar microquasa­r». Y tiene todavía por delante más de un año para seguir investigan­do y arrojar luz sobre ese mecanismo tan desconocid­o. Aunque su idea es seguir buscando respuestas y encontrar «un contrato postdoctor­al con el que continuar mi investigac­ión de una manera más independie­nte, al haber terminado ya las épocas formativas». Sabe que la carrera investigad­ora es compleja, pero «es difícil renunciar a algo que te apasiona tanto, como es mi caso». Crear su propio grupo de investigac­ión, encontrar una posición permanente en el mundo científico y hacer alguna contribuci­ón importante son sus metas profesiona­les, «aunque todo eso depende también de la suerte». Y ello sin olvidarse de otra misión esencial: divulgar lo que se hace en los laboratori­os. «La ciencia debería ser accesible y de todos. Me parece que a veces la imagen que se tiene de a quien hace ciencia es de personas individual­es, aisladas, esperando un brote de perspicaci­a que les haga genios, pero la realidad no podría ser más distintas. La ciencia es un trabajo enormement­e cooperativ­o».

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Laura Olivera ante una pizarra en el Instituto Max Planck de Alemania.
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CEDIDA

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