El sudoku que nadie entiende
La organización de los Juegos Olímpicos se ha hecho un lío con los transportes y la conectividad entre las sedes se convierte en un jeroglífico
Una jornada de Juegos Olímpicos puede empezarla uno en la vela y acabarla en el boxeo; amanecer bien temprano en el bádminton y luego verse un par de partidos de fútbol en Saitama; llegar al taekwondo a sabiendas de que tiene el tiempo justo para visitar también el tenis, la vela o el judo. Hasta que tropiezan los deseos del periodista ávido de estar en todos lados con el desastre mayúsculo que está siendo la organización del transporte en estos Juegos.
Con lo ordenados y tecnológicos que son los nipones, cuesta entender cómo hasta Río –por supuesto también Londres– gana la partida por goleada a Tokio en tan dispares y numerosas facetas. También por supuesto en la conectividad de las sedes, que está siendo un laberinto inacabable.
Lo habitual en unos Juegos es que haya una dársena en el centro de prensa desde la que salgan constantemente numerosos autocares con rumbo a los distintos deportes. Pero aquí incluso hay que coger un bus para llegar desde esta dársena a la propia sede de los periodistas. Para un trayecto que podría hacerse en tres minutos a pie, hace falta subirse a un vehículo que tarda 15.
El caso es que las restricciones de la covid impiden manejarse uno a sus anchas, dar paseos entre las sedes o coger un taxi normal y corriente. Si uno opta por ir en coche,
Control a los periodistas.