Las Hurdes
Ya está en marcha el viaje real a la comarca jurdana el próximo mes de junio. Canal Extremadura, jugando el papel de sus mandamases, comienza a emitir programas para ir lavando caras y tergiversando la memoria.
Una información debe ser, ante todo, contrastada. ¿Por qué no se habla de las verdaderas razones del viaje de Alfonso XIII a Las Hurdes, relacionadas con la carnicería de soldaditos españoles en Marruecos?
Todo un viaje distractor, paternalista y morboso. ¿Por qué no se habla de las crueles y falaces líneas escritas por el doctor Gregorio Marañón sobre el territorio jurdano en su cuaderno de viaje, publicadas en el libro Viaje a Las Hurdes? ¿Por qué no se dice que los poemas de José María Gabriel y Galán sobre los jurdanos hacían mención a algunos astrosos miembros de la casta de «Los Pidioris»?
Gabriel y Galán conocía a muchos jurdanos, de verlos todos los domingos en el mercado dominical de Ahigal o de cuando recorrían el pueblo donde residía, Guijo de Granadilla, vendiendo castañas, miel y arrope o repartiendo carbón de brezo por las fraguas. Y él sabía más que de sobra que eran campesinos iguales que los de comarcas limítrofes o de zonas montañosas con la misma geomorfología. ¿Por qué no se dice que la vida en Las Hurdes era dura, pero no menos que en otras zonas rurales de la España rural de los años 20?
Al menos, en la comarca jurdana, los jurdanos subsistían siendo todos ellos propietarios y disponiendo de más de 40.000 hectáreas de terrenos comunales, como bien ha estudiado el antropólogo Mauricio Catani. ¿Por qué no dicen que Las Hurdes, en tales años, tenía menos índice de bociosos que la región asturiana e incluso que Suiza, y menos palúdicos que otras comarcas de Extremadura?
Miguel de Unamuno, que visitó varias veces la zona antes de la visita de Alfonso XIII, refería: «los hurdanos se apegan a su tierra porque es suya. Es suya en propiedad. Casi todos son propietarios. ¡Y no ven al amo! ¡Ni el polvo que levanta el automóvil del señorito latifundario les ciega los ojos! No les insulta la ostentación del lujo ajeno. Acaso son, en el fondo, unos anacoretas». ¿Qué dirían, ante los comentarios de Unamuno, los miles de jornaleros extremeños que no tenían más tierra que la que les aguardaba en el cementerio y sufrían la terrible explotación de los terratenientes...?