La joven promesa desquiciada por Ayuso y Vox
Parecía un plan perfecto, o como mínimo el menos malo de los planes posibles. Cuando Pablo Casado fue elegido secretario general del PP en el Congreso de julio de 2018, el partido respiró entre aliviado y esperanzado: siete semanas después de abandonar el poder a punta de moción de censura, podían presentar un candidato que inspiraba a la vez simpatía y fidelidad a los principios fundacionales de la formación política, renovación y aznarismo de primera hora, expectativas de futuro y paz con el pasado. Y su rostro barbilampiño le permitía competir en lozanía y entusiasmo con la gran amenaza que sobrevolaba en ese momento los despachos de Génova 13: Albert Rivera y sus Ciudadanos, señalados como el imparable relevo al frente del centroderecha español.
Con Esperanza Aguirre
En aquellos días Vox eran cuatro fanáticos que repartían folletos sobre la unidad de España en el barrio de Salamanca de Madrid. El tiempo pasa muy rápido en la vida política española, o quizá pasan demasiadas cosas en muy poco tiempo. Tantas que hoy cuesta reconocer lo conveniente que pareció la apuesta Casado. Amamantado políticamente en los pechos de Esperanza Aguirre, que le dio su primer cargo público como diputado autonómico madrileño en 2007, el nuevo presidente del partido conservaba una década más tarde la impronta de jóvenes promesas llamadas a hacer historia.
Se había afiliado al PP en 2004, el año de la debacle de los populares ante Zapatero, y a los pocos meses estaba al frente de las Nuevas Generaciones de Madrid, que era como ser el capitán de la Masía del partido. Su aspecto de yerno ideal y sus dotes de orador capaz de dominar un atril sin necesidad de papeles no escaparon al ojo de Rajoy, que se lo llevó al Congreso en 2011 y cuatro años más tarde le encargó poner voz y rostro al PP como vicepresidente de comunicación. Su doble licenciatura en Derecho y Empresariales venía empañada por sospechas de trato de favor –nunca llegó a aclarar cómo pudo aprobar las últimas 12 asignaturas de la carrera en cuatro meses y sacarse un máster de la Universidad de Harvard sin sa
Su relación esquizofrénica con la ultraderecha lo acabó mostrando como un desquiciado
Sospechas de trato de favor empañaron sus licenciaturas en Derecho y en Empresariales