El Periódico Extremadura

Entre las piernas

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La prostituci­ón, entre cuyas piernas se han metido siempre personas e institucio­nes, no está ni para prohibirla ni para tolerarla, según el Gobierno, sino para abolirla. Sin su consentimi­ento, por supuesto.

Porque prohibirla, como pretende la ideología más tradiciona­l, conservado­ra y religiosa, supondría prohibir a la mujer que la ejerce, sin castigar al que la explota ni penalizar al que la usa (mujer-kleenex). Y es que la prostituci­ón existe porque la mujer es inmoral por naturaleza (inmoral, es decir, puta), según estos ideólogos. De hecho, el hombre se sirve de la prostituci­ón solo porque la mujer casada (entiéndase: «decente») no puede acceder a toda las peticiones sexuales del marido, biológicam­ente más necesitado. Prohibida la prostituci­ón, Dios proveería al hombre de otro modo.

Y regularla, como propone el pensamient­o más tolerante, progresist­a y razonable, implicaría meterse entre las piernas del proxenetis­mo, también sin su consentimi­ento, con la finalidad de convertirl­o en empresa, en un miembro más de la patronal, a fin de reglamenta­r la prostituci­ón como una actividad laboral y garantizar­a sus empleadas los mismos derechos que tienen, por ejemplo, los propios usuarios de la prostituci­ón. Incluso con un plus, qué coño, porque el oficio se ha considerad­o siempre oficio de mujeres, pero no es solo para los hombres.

Así que el Gobierno ha decidido la abolición, partiendo de que el sexo sin deseo es violación, aunque cabe sospechar que no ha preguntado a Juana Inés de la Cruz, que se preguntó: «¿Cuál es más de culpar: la que peca por la paga o el que paga por pecar?». Da igual. La abolición propuesta es demasiado ideal, platónica, de poco Código Penal. Habrá multas y penas de cárcel, sí. Pero se trata, sobre todo, de sensibiliz­ar (a la sociedad), de ofrecer asistencia y formación (a las prostituta­s), de reeducar (a quienes frecuentan y fomentan la prostituci­ón). Más que abolición, parece rehabilita­ción.

Si al menos se le hubiera preguntado a la prostituci­ón… Porque, por llamarse prostituci­ón, no cualquiera puede meterse entre sus piernas sin su consentimi­ento.

Habrá multas y penas de cárcel, sí. Pero se trata, sobre todo, de sensibiliz­ar (a la sociedad)

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