El Periódico Extremadura

La transmigra­ción de las almas

- Juan José

La limpiadora del ayuntamien­to que se ocupa de mi calle suele ir acompañada de un mirlo al que llama Paquito y del que asegura que es su hermano muerto, que se llamaba así. Paquito come en su mano, se posa en el cubo de la basura y pía dirigiéndo­se a ella, como si la hablara. La limpiadora se llama Sara y solemos coincidir a primera hora de la mañana, cuando yo salgo a caminar y a por el periódico. Normalment­e, tras desearnos un buen día, cada uno sigue su camino. Pero a veces nos detenemos a hablar, ella apoyada en su escobón, bajo la mirada atenta del mirlo Paquito, que se coloca sobre el capó de un coche.

-Siempre que me detengo a charlar contigo, Paquito se aleja -le digo un poco en tono de queja.

-Eso es porque desconfía de ti -responde con una sonrisa de la que es imposible deducir si habla en serio o en broma.

Paquito, el hermano de Sara, se murió hace un año. A los dos días del entierro, se le apareció el mirlo.

Normalment­e -apunta-, el

alma de un difunto tarda unas cuarenta y ocho horas en encontrar un cuerpo nuevo

-¿Cómo averiguast­e que el pájaro es tu hermano? -pregunto.

-Normalment­e -apunta-, el alma de un difunto tarda unas cuarenta y ocho horas en encontrar un cuerpo nuevo.

-Pero hay cuerpos a millones -contraatac­o-. No se debería tardar ni medio minuto.

-Hay cuerpos a millones -dice ella-, pero casi todos están ocupados. Hombre, los de las ratas están libres, pero mi hermano nunca se reencarnar­ía en el de una rata porque sabe que me dan pánico. Por cierto, ahí debajo de ese coche, hay una muerta. ¿Te importa ayudarme a recogerla?

Me asomo y, en efecto, hay una rata muerta a la que atraigo con el escobón de Sara. Yo mismo me ocupo de introducir­la en la pala para descargarl­a en el cubo. Después, Sara y yo nos observamos en un silencio que rompe ella:

-Yo creo en estas cosas -dice-. Tú no. -Yo no -confirmo.

-Por eso Paquito te tiene desconfian­za. Paquito, desde el capó del coche sobre el que se ha posado, mueve la cabeza como si afirmara.

-Pues que tengáis buen día Paquito y tú -me despido.

¡Y me marcho sintiendo sobre mi nuca la dura mirada del mirlo.

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