Con la historia Llevamos la historia en el ADN
Una de las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania es el impacto emocional que está causando en muchas personas, aunque no tengan ningún vínculo con esa zona de Europa. La guerra ha perdido esa pátina de cosa heroica de otros tiempos y se ve como lo que es: una desgracia terrible que provoca un mal irreversible a muchos seres humanos.
En épocas pretéritas a la gente solo le interesaba y le preocupaba el bienestar de su círculo más inmediato, pero con el paso de los siglos esto ha ido cambiando. Sobre todo a partir del s. XX. Puede parecer un contrasentido porque en los últimos 100 años se han vivido las guerras más crueles de la historia, pero nunca hasta ahora había habido tanta gente en todo el planeta reclamando el derecho a poder vivir en paz. Da igual dónde pasen las cosas, porque sabemos que los que sufren son como nosotros. Podríamos ser nosotros.
Esta idea de que todos somos iguales no es una filosofía de andar por casa. Es ciencia. La Universidad de Oxford ha presentado una obra colosal que lo demuestra: el árbol genealógico más grande y completo jamás realizado. Tal y como explicaba la periodista Valentina Raffio, a partir de 3500 secuencias de ADN que corresponden a 215 poblaciones humanas, los científicos han logrado realizar una genealogía de 27 millones de antepasados humanos que se remonta hasta el época prehistórica. Esta herramienta permitirá conocer mejor la evolución de nuestra especie, pero también abre la puerta a estudiar el origen de determinadas enfermedades genéticas.
Esta obsesión por descubrir quiénes son nuestros ancestros se remonta a la noche de los tiempos. Actualmente es el objeto de estudio de una ciencia auxiliar de la historia llamada genealogía. De hecho, es posible que muchos de nuestros lectores se hayan entretenido en reconstruir los orígenes de su familia. Pues deben saber que lo mismo ya se hacía en Mesopotamia o en Egipto hace miles de años. En algunos casos, la transmisión de los linajes se hacía vía oral, pero las casas reales y las estirpes nobiliarias ya tenían documentos. Grandes imperios de la antigüedad como los hititas o los persas registraban las dinastías aristocráticas mediante tablillas de arcilla. Luego vendrían otros tipos de soporte hasta llegar a los pergaminos y el papel. Es un fenómeno común a todas las civilizaciones de todo el mundo: desde los vikingos hasta la América precolombina pasando por China o Japón. Hasta la llegada de la democracia moderna, en casi todas partes la transmisión del poder era por vía hereditaria; por tanto, la genealogía servía para justificar el derecho del soberano (o soberana) a sentarse en el trono.
Quien más quien menos ha sentido curiosidad por saber cuáles son sus orígenes. Algunos se animan, investigan y hacen el árbol genealógico de la familia. En Oxford han ido un poco más allá: han hecho el de toda la humanidad.
Otras capas sociales
A partir del siglo XVI, esta disciplina se amplió a otras capas de la sociedad, especialmente en las ciudades europeas, donde quienes hacían dinero con el comercio y otras actividades querían rebuscar entre sus ancestros para intentar encontrar algún antepasado noble. Esto fue especialmente importante durante el siglo XIX, cuando la burguesía enriquecida con la revolución industrial todavía aspiraba a reforzar el poder económico con el prestigio que seguía dando el hecho de ser conde, varón, marqués o lo que fuese. De hecho, era habitual que las familias acomodadas manipularan su árbol genealógico para hacer constar algún tatarabuelo de origen noble para poder reclamar algún título.
A partir del siglo XX la genealogía empezó a ser considerada una actividad científica y por tanto requería un cierto método de trabajo, y con el paso de los años se ha ido perfeccionando cada vez más. Hacer un árbol genealógico requiere paciencia, constancia y rigor. Es necesario comprobar cada dato que se encuentra en los archivos.
Con el cambio de milenio, esta disciplina, aparte de la documentación histórica, también se vale de la genética, que pone en evidencia que por más títulos que pudieran tener algunos humanos, y, por más diferentes que seamos por fuera, `por dentro' somos la misma cosa. Cada vez somos más los que lo sabemos, por eso cada vez somos más los que encontramos un sinsentido querer eliminar a nuestros semejantes. Sean de Ucrania, de Yemen o de Siria.