Empatía como inversión
En estos tiempos, cada vez más de locos cuerdos o cuerdos locos (no sé bien) se pasan los días, uno tras otro, sin apenas darnos cuenta, hasta que, por alguna extraña razón, despiertas uno cualquiera de ellos y eres consciente de que lo que está pasando es la vida, lo quieras o no.
Rodeados de más desinformación que información procedente de nuevos gurús que saben perfectamente cuál es la solución a tus problemas, sabiendo que esta, única y exclusivamente, parte, pasa y termina en ti, se hace cada vez más difícil distinguir LA VERDAD, camuflada con palabrería, filosofía barata e infinitas imágenes editadas con photoshop u otros programas similares, con capacidad para tergiversarla y facilitarnos el acceso rápido a una realidad paralela más apetecible y, sobretodo, efímera, nos impida quedarnos demasiado tiempo con nuestros pensamientos más íntimos, profundos y necesarios, no vaya a ser que, por causalidad, descubramos quiénes somos o en quiénes nos hemos convertido realmente y no nos guste. Por regla general, seres egoístas incapaces de ponernos en el lugar del otro de forma auténtica, sintiendo su dolor o alegría sinceramente, capaces de mirar para otro lado con tal de no reconocernos peores de lo que nos creíamos.
Es más fácil pasar por la vida, la nuestra y la ajena, de puntillas, lo más superficialmente posible, sin involucrarnos en ayudar a almiento
Compartir aficiones con
guien que lo necesita en su proceso de sanación, hasta el final, que descubrir que ser buena persona incluye acompañar en las buenas y en las malas a aquellos que, incluso, puede que antes hubieran estado para nosotros en nuestro propio duelo, que habríamos tenido que hacer completamente solos, aún sin quererlo. Pues toda recompensa conlleva un esfuerzo previo y, como dijo M. Gandhi: «El esfuerzo total es una victoria completa», cuando de ser buena persona se trata.
Con la llegada del verano, los días son más largos para todos y las posibles actividades se multiplican, pareciendo la excusa perfecta para olvidarnos de tantas personas solas, cuya red social, por las circunstancias que sean, se ha ido desvaneciendo y no tienen a nadie con quien interaccionar al menos una vez al día, lo que les lleva a padecer un pesado aislaque
envuelto en silencio que les hunde y que, cada vez, les cuesta más sobrellevar.
Compartir ciertos momentos y aficiones con quienes más lo necesitan debería de convertirse en la tarea pendiente de todos, al menos, durante las vacaciones. Abuelos, padres, parejas, amigos, vecinos... están deseando que así sea. Porque no hay falta de tiempo, sólo de interés. Por eso, valorar la posibilidad de compartirnos con otros en una sana relación simbiótica, puede generarnos muchos beneficios a corto y largo plazo, si lo que hacemos lo vemos como una inversión y no como una pérdida de tiempo o de nosotros mismos.
Además, esta mutua entrega, incluso, puede convertirse en un buen ejemplo para nuestros hijos, como ejercicio de solidaridad y bondad. Tal vez sólo es cuestión de proponérselo.
quienes más lo necesitan debería ser la tarea pendiente de todos