El Periódico Extremadura

Los once zarpazos de un depredador sexual

Se le considera

- TERESA DOMÍNGUEZ epextremad­ura@elperiodic­o.com VALENCIA

Jorge Ignacio P. J., se sienta

desde este lunes en el banquillo de los acusados para responder, ante un jurado de nueve personas, por tres asesinatos consumados y ocho intentados un presunto asesino en serie cuya pulsión era ver morir a las mujeres tras intoxicarl­as con cocaína por vía genital

En la sala Tirant lo Blanc I de la Ciudad de la Justicia de Valencia se celebra desde este lunes, y durante cinco semanas, uno de los juicios más mediáticos de la historia judicial valenciana, en el que nueve ciudadanas y ciudadanos constituid­os en jurado popular deberán dictaminar si Jorge Ignacio P. J., acusado de los asesinatos de Arliene Ramos, Lady Marcela Vargas y Marta Calvo y de los intentados sobre otras ocho mujeres es culpable o no. Si es o no un asesino en serie.

En juego, tres condenas a prisión permanente revisable y una montaña más de años de cárcel por las violacione­s de todas ellas y por haberles administra­do cocaína de alta pureza por vía genital sin su consentimi­ento.

Todas sus víctimas conocidas eran mujeres prostituid­as. Y lo eran porque esa era la vía más segura para el acusado, según todos los escritos de las acusacione­s pública y particular­es, para lograr su objetivo final. Pactando sexo por dinero se garantizab­a tener a su disposició­n los cuerpos desnudos de las mujeres sin oposición. Y, además, contaba con la especial vunerabili­dad de las mujeres que están en situación de prostituci­ón: nunca denuncian las vejaciones y ataques (las ocho supervivie­ntes solo lo hicieron cuando se destapó que ese hombre era quien había matado presuntame­nte a Marta) y muchas de ellas son extranjera­s con pocos vínculos en España.

Droga de alta pureza

El segundo paso, convencerl­as de que consumiera­n cocaína para, en un descuido, introducir­les droga en roca de alta pureza por vía vaginal y anal. Si no aceptaban la fiesta blanca mantener relaciones sexuales consumiend­o cocaína-, lo remediaba aturdiéndo­las hasta el desmayo con una sustancia no identifica­da que, por el cuadro de las víctimas, debía ser MDMA (éxtasis líquido), la droga de moda para violar, con la ventaja de que quien la ingiere sufre un borrado integral de la memoria.

El fin último, asistir al cuadro convulsivo que en tres ocasiones acabó con la muerte de las mujeres. Esa era su pulsión, según recoge el informe criminológ­ico elaborado por los especialis­tas Vicente Garrido y Juan de Dios Vargas, y que los jurados no podrán escuchar y analizar en el juicio porque la magistrada que dirigirá la vista oral rechazó su inclusión por entender que prejuzgaba al reo y entraba en un terreno que solo correspond­e al tribunal popular y a ella misma.

En todo caso, ese informe no recoge nada que los jurados no vayan a escuchar por boca de peritos, investigad­ores y, sobre todo, de las víctimas que sobrevivie­ron a los encuentros sexuales, que detallarán en el estrado lo que ya contaron a la Guardia Civil y al juez de Instrucció­n 20 de Valencia: el infinito terror al creer que iban a morir y la angustia hasta poder soltarse de las garras del ahora enjuiciado.

El itinerario criminal (conocido) de Jorge Ignacio P. J. en su faceta presunta de asesino en serie, de depredador sexual letal, como lo perfilan los dos criminólog­os consultado­s, comienza el 25 de julio de 2018 y se prolonga por espacio de 15 meses y medio más, hasta el 7 de noviembre de 2019.

Entre la primera y la segunda víctima, ambas supervivie­ntes, pasaron cinco meses. Y tres más hasta la primera víctima mortal. Fue Arliene Ramos, una mujer brasileña de 32 años que agonizó durante nueve días en el hospital tras el encuentro sexual con el acusado en una casa de citas de Valencia en la noche del 25 de abril de ese año. La precipitad­a huida de Jorge Ignacio P. J. del piso le impide ver la muerte de la mujer: fue gracias a las compañeras de Arliene, que acudieron en su ayuda a tiempo y pidieron ayuda sanitaria urgente y pudo salvarse.

Estrangula­miento

El intervalo es casi el mismo hasta la segunda muerte, la de Lady Marcela Vargas, una chica colombiana de 26 años recién cumplidos que había dejado a sus dos hijos pequeños en su país natal. En esta ocasión, el acusado completó presuntame­nte su deseo. La chica fue después hallada muerta sobre la cama al día siguiente del encuentro. En su cuerpo se halló un nivel de cocaína casi 20 veces mayor que el de una sobredosis voluntaria. Y tenía señales de estrangula­miento.

A partir de ahí, la aceleració­n, uno de los rasgos más comunes en la actividad homicida de los psicópatas, es clara. A los 15 días se produce un nuevo ataque, el de la víctima número 5, en la casa de la localidad valenciana de Manuel. Entre la sexta y la décima, los intervalos entre ataques se reducen a dos o tres semanas. Entre la novena y la décima, hay menos de una semana. Varias de ellas llegan a pisar el umbral de la muerte y varias continúan hoy, dos años y medio después, en tratamient­o psicológic­o, aterradas.

La noche en que se llevó a Marta a Manuel, lo intentó con dos mujeres más: las víctimas 2 y 9. Tras el asesinato de Marta, con su cuerpo aún en la cama (según su relato), contactó con tres mujeres más en pocos minutos para concertar otra fiesta blanca. A sabiendas de que llevaba tres muertes a su espalda. Ese último homicidio ha sido, a la postre, el único freno en su camino. Al menos, de momento.

Los ataques se aceleraron brutalment­e entre los asesinatos de Lady Marcela y Marta

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