Los otros trabajos que hacer para no morirse de hambre
«Mándeme algo de dinero para evitar que me muera de hambre», escribió Paul Verlaine a su editor. Como los del poeta francés, muchos han sido los apuros económicos de los escritores. Algunos como ValleInclán o Edgar Allan Poe murieron en la más descarnada pobreza. Cervantes y Balzac hicieron todo un arte del escapar de los acreedores y de hecho el primero reconvirtió ese saber en profesión como recaudador de impuestos. Otros, como Franz Kafka o Emily Dickinson, jamás llegaron a saber los royalties que con el tiempo generaría su trabajo y, por supuesto, su posición crucial en la historia de la literatura. La buena recepción comercial no garantiza la pervivencia.
Antes y ahora, ser escritor no es exactamente ese destino seguro que tus padres desean para ti. Por eso tantos y tantos autores tuvieron profesiones alternativas . Algunos pactaron con la convencionalidad, como Margaret Atwood, que se ganó la vida un tiempo sirviendo cafés o Raymond Chandler, que llegó a ser subdirector de una compañía petrolera aunque lo despidiesen por su legendario alcoholismo. Charles Bukowski trabajó hasta los 49 años como cartero para dedicarse después a la escritura y a destrozarse el hígado en el submundo urbano. También hay muchos médicos en la historia de las letras: Mijail Bulgákov y Antón Chéjov o el poeta William Carlos Williams, que jamás abandonó la profesión, como tampoco lo hizo el incómodo Louis-Ferdinand Céline. Fue un colaboracionista y un antisemita condenado al ostracismo, pero no dejó de atender en sus últimos días a los más desfavorecidos en un suburbio de París. E. H,